Necesitado de más colaboración, el P. Benito fundó una congregación dedicada exclusivamente a prestar asistencia al nosocomio recientemente fundado y designó superiora a Mariana Nasi.
En 1831 estalló una epidemia de cólera que azotó ferozmente a Turín. Las autoridades, temerosas de que el hospital se convirtiese en un centro de propagación del temible flagelo, ordenaron clausurarlo y dejaron una vez más a los pobres enfermos totalmente desamparados.
Lejos de amilanarse, Cottolengo se encaminó al barrio de Valdocco, por entonces en las afueras de la ciudad, y allí fundó la Pequeña Casa de la Divina Providencia, que, andando el tiempo, habría de convertirse en un magnífico hospital con capacidad para 10.000 pacientes. Y sobre sus puertas mandó esculpir las palabras de San Pablo: «La caridad de Cristo nos anima».
Su fuerza de espíritu y la ayuda de almas caritativas le permitieron inaugurar nuevos pabellones que engrandecieron considerablemente el establecimiento. Así vieron la luz la Casa de la Esperanza, la Casa de la Fe, la Casa de Nuestra Señora y el Arca de Noé, donde fueron internados pacientes de extrema pobreza. El pabellón denominado Amigos Queridos fue destinado a los enfermos mentales, siguiéndole el de los huérfanos, los inválidos, los desamparados y los sordomudos.
Tal fue la grandeza y amplitud de la obra que un escritor francés de visita en Turín en aquellos días manifestó asombrado: «Esto es la universidad de la caridad cristiana».
Hechos prodigiosos
El Padre Cottolengo jamás llevó cuentas ni hizo inversiones. Solía gastar todo en su obra sin guardar nada para el día siguiente. En cierta oportunidad uno de sus asistentes le dijo que no había alimento para los enfermos y que la situación era apremiante. El padre Benito reunió a la comunidad y preguntó si alguno de los presentes tenía dinero. Cuando alguien le dio un par de billetes los alzó a la vista de todos y los arrojó por la ventana. Poco después llegó desde la ciudad todo lo necesario para los internados.
Otro día, a la misma hora, ocurrió un hecho similar. No había nada para los pacientes. En vista de ello el santo se retiró con sus religiosas y algunos enfermos a rezar. Y enfrascado se hallaba en sus oraciones cuando cerca del medio día se detuvieron frente al hospicio ¡varios carros del ejército con el almuerzo que los regimientos no iban a utilizar por encontrarse en maniobras a mucha distancia!
Rumbo a los altares
Tanto trabajo y tanta vocación, minaron la salud de Cottolengo. Intuyendo que su fin estaba cerca, escribió al conde Castegnetto manifestándole, entre otras cosas, que temía llegar a la siguiente Pascua sin ver extendida la mano de Dios sobre la Pequeña Casa. Hacía alusión a un importante crédito que se debíacubrir y que lo tenía sumamente angustiado. Y una vez más el Señor respondió a su pedido ya que a los pocos días el rey Víctor Manuel le envió sorpresivamente 5.000 liras, seguidas de otras 36.000 que le dejaba en herencia el canónico Valletti. Para la Pascua, ¡el crédito estaba cubierto!.
En 1842 la peste de tifus se abatió sobre Turín. San José Benito enfermó y el 30 de abril falleció, a los 56 años de edad, después de recibir la Unción de los Enfermos en Chieri, el día anterior. Esa misma tarde se casaba el rey Víctor Manuel y para no amargar tan fastuoso acontecimiento, su cuerpo fue trasladado en el más absoluto silencio a la capilla de la Pequeña Casa donde fue velado sin pompa y con sencillez.
El 29 de abril de 1917 el Papa Benedicto XIV lo declaró beato y el 19 de marzo de 1934 Pío XI lo proclamó santo.
San José Benito Cottolengo conoció y trabó amistad con otro hombre de Dios, San Juan Bosco, a través del cual un discípulo de este último, el joven estudiante Luis Orione, supo de sus obras, su grandeza y su fortaleza espiritual. Y tanto fue lo que Cottolengo influenció en el futuro seminarista, que cuando varios años después él mismo inició su camino de santidad, bautizó a su naciente congregación con el nombre de Pequeña Obra de la Divina Providencia, en recuerdo de la fundada por el gran apóstol de Valdocco.
Hoy se denomina a las instituciones que cobijan a huérfanos y desvalidos con el nombre de «cottolengos», prueba evidente de la grandeza de su mentor.
El Piamonte es tierra de grandes santos que hicieron de la piedad y la ayuda al necesitado, su cruzada y evangelio. San José Benito Cottolengo fue quizás el precursor de todos ellos.
Oremos
Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a San José Benito de Cottolengo para que manifestara a sus hermanos el camino que conduce a ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro maestro, para que logremos así alcanzar un día, junto con nuestros hermanos, la gloria de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Artículo publicado originalmente por evangeliodeldia.org