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Así arriesgó la vida un jesuita para salvar a niños judíos del Holocausto

Marco Pavoncello, judío salvado por un jesuita

© Antoine Mekary/Aleteia

Marco Pavoncello

Aleteia Team - publicado el 29/04/15

El padre padre Raffaele de Ghantuz Cubbe hizo del colegio que dirigía un refugio para pequeños perseguidos, ese colegio acaba de ser reconocido como “Casa de Vida”

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Han pasado 71 años, pero Graziano Sonnino, que ya ha superado los 80, no tiene dudas: le debe la vida y mucho de su educación al padre Raffaele de Ghantuz Cubbe, el sacerdote que le acogió en el Colegio Villa Mondragone, salvándole de los horrores del Holocausto.

En 1943, cuando los nazis ocuparon Italia, Mondragone, que se encuentra en Frascati, localidad situada a 20 kilómetros de Roma, era una escuela dirigida por los jesuitas. Dos familias judías emparentadas se dirigieron al rector, el sacerdote jesuita Raffaele de Ghantuz Cube, para pedirle que escondiera entre los alumnos a tres de sus hijos: Graziano Sonnino, que tenía entonces 9 años, su hermano Mario, de 11, y su primo Marco Pavoncello, de 9 años.

El mismo Graziano ha revelado lo que sucedió, como si una película se tratara, durante la ceremonia celebrada el pasado 15 de abril en la Villa Mondragone, situada en la población de Frascati, a 20 kilómetros de Roma, que hoy es sede de la Universidad de Roma Tor Vergata, en el acto en el que la Fundación Internacional Raoul Wallenberg ha declarado ese histórico edificio como “Casa de Vida”.

Poco antes de la deportación de los judíos de Roma, el 16 de octubre, los padres de Graziano se habían refugiado cerca de Frascati, por temor a los bombardeos. Eso les salvó la vida. De hecho, una hermana de su padre, que se quedó en la ciudad, fue deportada con sus tres hijos, sin que nunca más se supiera nada de ellos.

El padre de Graziano pudo contactar con el rector del colegio de los jesuitas de Frascati, el padre Raffaele de Ghantuz Cubbe, para pedirle que acogiera como internos a sus dos hijos y a su sobrino. El sacerdote, para proteger a los muchachos, propuso al padre esconder su identidad. Cambiaron su apellido, Sonnino, típico de familias judías, por uno más común, Sbardella.

El sacerdote no quiso revelar la identidad de los nuevos alumnos a los estudiantes ni a los demás profesores para evitar que los alemanes pudieran descubrirla con algún interrogatorio.

Al recordar la vida en el colegio, Graziano confiesa: “Para nosotros, la circuncisión era un drama. Debíamos evitar con todos los medios que los demás niños descubrieran que estábamos circuncidados”.

“Una vez, en la comida nos dieron jamón —recuerda Graziano—. Los doscientos muchachos de la escuela exultaron como si de una fiesta se tratara. Como no comíamos el jamón, uno de los muchachos, bromeando, nos dijo: "¿Qué pasa? ¿Sois judíos? ¿No coméis jamón?". Me acordaré de ese momento toda mi vida. Tomé una rodaja de jamón y me la llevé a la boca. Pero yo masticaba, masticaba, y masticaba, pero aquello no pasaba. No lograba tragarlo.

En ese momento, estalló un bombardeo entre aviones alemanes y norteamericanos. Todos los muchachos salieron a la terraza para ver los aviones. Yo aproveché la oportunidad y tomé el jamón que no lograba tragar, y sin que me vieran lo tiré por el baño. Nuestro terror era que nos descubrieran”.

Graziano reconoce que “el padre Cubbe arriesgó la vida. Luego supimos que si se hubiera sabido que nos escondía, le habrían matado”. Por otra parte, añade, “mucho de lo que he aprendido y transmitido en mi vida, se lo debo al padre Cubbe".

El resto de la familia de Graziano se salvó gracias a la Iglesia católica. “Mi padre y mi madre, junto a mi hermano pequeño, Sergio, recién nacido, lograron entrar en la Basílica de San Pedro: allí se escondieron y permanecieron hasta la liberación. De los demás hermanos, dos varones fueron acogidos por sacerdotes y dos niñas por monjas”.

La ceremonia de declaración como “Casa de Vida” se convirtió en el acto de inauguración del nuevo salón de actos de Villa Mondragone.


El rector de la Universidad de Roma Tor Vergata, de la que depende este histórico edificio, que fue la residencia de verano de los Papas antes de Castelgandolfo, el profesor Giuseppe Novelli, manifestó el compromiso de esta institución académica para promover entre los estudiantes el espíritu de solidaridad que testimonió el padre Cubbe, que ha sido reconocido como “justo entre las naciones” por Yad Vashem. Ante el drama del Holocausto, aseguró el rector, “el silencio es cómplice”.

El obispo de la diócesis, Frascati, monseñor Raffaello Martinelli, uno de los redactores del Catecismo de la Iglesia Católica, ilustró el extraordinario avance que ha experimentado el diálogo entre los católicos y el pueblo judío tras el Concilio Vaticano II.

Por su parte, Riccardo Pacifici, presidente de la Comunidad Judía de Roma, alentó la iniciativa de la Fundación Raoul Wallenberg de individuar y reconocer “Casas de Vida” que sirvan para dejar un mensaje educativo a las futuras generaciones.

La placa del reconocimiento como “Casa de vida” había sido entregada el 20 de febrero por parte de los representantes de la Fundación Wallenberg en Roma al Premio Nobel de Química, Aaron Ciechanover, biólogo, y presidente del Comité Científico de la Universidad de Tor Vergata.

“Ante lo que está sucediendo en el mundo, la labor de la Fundación Wallenberg es más necesaria que nunca”, subrayó el rector Giuseppe Novelli, recordando en particular el reciente asesinato de 147 jóvenes  en la Universidad de Garissa en Kenia.

En la imagen, Marco Pavoncello, uno de los niños salvados por el padre Raffaele de Ghantuz Cubbe

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historiajudaismo
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