Hubo cumbre, aunque para llegar a esas conclusiones hubiera bastado una reunión de bar. La UE no quiere que vengan inmigrantes a Europa pero no lo hace pensando en su bienestar sino en el nuestro. La visión no es que ellos tienen un problema, sino que nosotros no lo queremos tener. Se salvarán unas cuantas vidas, claro. Con más dinero y más medios morirá menos gente y eso está bien… pero la motivación que hay detrás no se ajusta a lo que podríamos llamar una "visión humana" del asunto.
La pregunta que me interpela, más allá de las decisiones políticas, es cómo podemos colaborar a pie de calle. Se me ocurren varias cosas:
1- Dejándonos de mirar el ombligo. ¿Cuándo saldrá en las encuestas del CIS sobre la preocupación de los españoles, algo que no sea "nuestro"? ¿No nos importan los demás? ¿No nos preocupan? Pues tenemos que empezar a ponernos las pilas, los católicos los primeros. A mí me preocupan mis hermanos. Y cuando mis hermanos son mi preocupación, estamos más cerca de trasladar a la clase política la misma sensación.
2- Abriendo nuestro corazón a nuestros hermanos inmigrantes. No los miremos con desconfianza, incluso a nivel eclesial. He llegado a oír comentarios de "personas de iglesia" acerca de cómo venían estos a cambiarnos las costumbres… ¡Si vienen que se adapten! Con esa frase lo solucionamos todo… ¿Y el encuentro? ¿Y el verdadero encuentro con Dios mismo en medio?
3- Viviendo un poquito peor de lo que vivimos. Un poco más incómodos. Un poco más pobres. Un poco más inseguros. Un poco más más confiados. Un poco más ligeros. Un poco más desapegados. Con menos. Queriendo tener menos servicios, menos bienestar, menos… para que otros puedan tener más.
Como creyente, siento que tengo una gran responsabilidad en este asunto y que, una vez más, me estoy conformado con una terrible mediocridad. Y compruebo que, eclesialmente también, en muchos aspectos, seguimos encerrados en nuestros debates teológicos interminables, y tremendamente interesantes, mientras los hermanos siguen sufriendo.
@scasanovam