Es interesante preguntarse por qué los monstruos habitan en el cine de serie B y por qué suelen estrellarse dramáticamente cuando son acunados por los grandes presupuestos
Es fácil banalizar a los monstruos. Sin ir más lejos, La pirámide es un excelente ejemplo. Tenemos todos los ingredientes propios de una monster movie sin embargo, poco o muy poco hay de su fondo.
Tradicionalmente las películas sobre monstruos, desde la más antigua, nacieron con vocación reivindicativa. Poner a un monstruo en pantalla era una forma de decir ciertas cosas que nadie quería decir ni oír. Un monstruo es lo que es, ante todo, porque es diferente. Y es en la diferencia donde radica la esencia de lo monstruoso porque como escribió René Girard, “la diferencia al margen del sistema aterroriza porque sugiere la verdad del sistema, su relatividad, su fragilidad, su fenecimiento”.
Los monstruos nos dan miedo porque son diferentes frente a lo socialmente establecido, el sistema. Y la mera presencia de un monstruo ya nos advierte de lo relativo del sistema, lo frágil que es y sobre todo, que tenemos fecha de caducidad como mero compendio de carne y huesos. Somos mortales.
Los dos indiscutibles caballeros de lo monstruoso son, sin duda, Drácula y Frankenstein. Pero, quizá, lo mejor de todo es que aunque uno sea un sanguinario vampiro y otro una compilación de despojos humanos, ambos personajes comparten un sentido moral idéntico.
Como sugirió José Miguel G. Cortés, “lo monstruoso es aquello que se enfrenta a las leyes de la normalidad. Unos monstruos traspasan las normas de la naturaleza (los aspectos físicos), otros las normas sociales y psicológicas, pero también ambos se juntan, en el campo del significado, en la medida que normalmente, lo físico simboliza y materializa lo moral”. Es decir, tanto Drácula como Frankenstein son adulteraciones morales. El primero cargando las tintas en lo sexual, el segundo disertando sobre la divina luz de la sabiduría.
Son temas complejos que los monstruos son capaces de escenificar con formas y movimientos muy simples. Tal vez por esto el cine de serie B (bajo presupuesto) ha sido tradicionalmente el medio que mejor ha desarrollado los monstruos. Los clásicos de la Universal, las películas de la Hammer y las producciones de Val Lewton para la RKO fueron producciones de bajo presupuesto.
Es interesante preguntarse por qué los monstruos habitan en el cine de serie B y por qué suelen estrellarse dramáticamente cuando son acunados por los grandes presupuestos. Hay muchos ejemplos pero tal vez el más paradigmático sea Drácula de Bram Stoker. Por favor, que nadie suponga que sabe de qué va la novela de Stoker sólo por haber visto esta traicionera película.
Por todo esto, entre el aficionado al género, monstruos y cine de bajo presupuesto es una combinación en principio, simpática. Y por esta razón, sólo por esta, La pirámide puede que resulte un título asequible. Sobre todo porque además de las evidentes referencias a clásicos del género como Indiana Jones, Aliens y hasta la saga Uncharted de Play Station, el film reserva para su cuarto final un verdadero desmadre.
Es aquí donde La pirámide más se tambalea, donde más difícil resulta terminar de entrar en lo que propone. Hasta sus últimos quince minutos un espectador medio puede asumir lo que sucede en el film, pasado este tiempo sólo los fanáticos del género puede que le encuentren la gracia. Y con matices.
Por lo demás, y como viene siendo habitual en el cine de bajo presupuesto de la última década, parece que los monstruos no terminar de reencontrar su espacio. Los grandes presupuestos suelen banalizarlos y la serie B termina ridiculizándolos. Habrá que colar el cartel de “Monstruo busca película” en la que explayarse, desarrollarse, significarse, desatarse, desplegarse, amplificarse, prosperar, evolucionar, etc, etc, etc.