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Bajo la amenaza del volcán, a quién y qué rezar

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Pablo Lamas-cc

Esteban Pittaro - publicado el 24/04/15

Poblaciones enteras en Chile y la Argentina están alertas tras las primeras erupciones del volcán Calbuco

A ambos lados de los Andes sacudió por sorpresa la erupción de volcán Calbuco, al sur de Chile, en la región de los Lagos, después de 43 años de haber estado inactivo. Se declaró alerta roja en la zona por la "alta amenaza para la población".

Las primeras dos erupciones del volcán se registraron en menos de siete horas. Violentas y sorpresivas, obligaron a evacuar a aproximadamente 5.000 personas, a llamar al resguardo a miles más, y es posible una tercera erupción.

Las poblaciones afectadas, tanto de lado chileno como argentino, se cubrieron de una “harina” gris que impidió la vida normal de las personas, limitando al máximo la actividad laboral y escolar de miles de familias.

Barbijos y antiparras, mantas húmedas en las ventanas, todas medidas que traen malos recuerdos para una población que aún recuerda la erupción del Puyehue en 2011.

Muchos debieron desplazarse de la zona de riesgo, en la medida en que la afectada visibilidad en las rutas lo permitió. Un ejemplo de ello es el de las religiosas del monasterio de las hermanas Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento de Colonia Tres Puentes, ubicado a unos 20 kilómetros del Volcán Calbuco, quienes se desplazaron temporalmente al Monasterio Carmelita de Puerto Montt.

Con las familias en las casas, y muchos esperando que el viento se lleve las cenizas y que la actividad volcánica cese, una antigua santa puede resultar de una importante intercesora ante Dios en la oración: santa Águeda.

Nacida en el siglo III, santa Águeda perteneció a una familia rica e ilustre, aunque rehusó los beneficios de su clase social y decidió consagrarse a Dios desde muy joven.

Quintianus, senador, aprovechó la persecución a los cristianos para intentar poseerla, pero ella le rechazó. Quintianus ordenó que la arresten, pero al mantenerse firme en su amor a Jesucristo, fue torturada brutalmente.

Cuenta la historia que, tras destrozársele el pecho por los golpes, fue milagrosamente curada por el apóstol san Pedro, quien se le apareció. Ofuscado, Quintianus la increpó nuevamente pero rechazó renegar de Cristo, y fue echada a los carbones en el 251.

Al año siguiente de su muerte, el volcán Etna entró en erupción y la población de Catania pidió la intercesión de Águeda para detener la lava, que milagrosamente no ingresó en el pueblo.

Milagros similares a los de ese año se registraron en numerosas ocasiones a lo largo de la historia de Catania; la última en 1886. Aquel año, ante la erupción del Etna, el beato Giuseppe Busnet presidió una procesión con el velo de la santa hasta lograr el mismo efecto que en 252.

En el novenario en honra de la virgen y mártir santa Águeda impreso en Barcelona en 1860 se leen varias oraciones, entre ellas dos que bien pueden ser rezadas en estos momentos de sufrimiento en solidaridad con quienes sufren las erupciones del volcán Calbuco.

Oración breve

Águeda, virgen potente.
Escuchad nuestra oración,
y por vuestra intercesión
se nos muestre Dios clemente.

Oración extensa

¡Oh esforzada mártir de Jesucristo, santa Águeda! ¡Oh inmoble y constante columna de la fe de vuestro divino Esposo! Os ruego me alcancéis de su divina Majestad una fe viva y animosa, con la cual venza todas las tentaciones de mis enemigos, y camine sin tropiezo a donde me llamó el Señor en el día del santo Bautismo.

Por los incendios que vuestra fe venció, os hizo Dios especial abogada contra ellos; como lo experimentaron los mismos gentiles de vuestra ciudad, un año después y en el mismo día de vuestra feliz muerte, cuando desempeñándose del Etna un impetuoso torrente de fuego, que iba a devorarla, ellos, movidos por Númen superior, tomaron el velo que cubría vuestro santo sepulcro, y poniéndolo delante de aquel inflamado río, al instante reconoció nuestra virtud, parándose, y dejando libre de sus voraces adores a la ciudad.

Librad, pues, poderosa santa, de los incendios a todos los cristianos, no sólo de los que queman los cuerpos, más también de los de la humana concupiscencia que abrasan el alma.

Haced, Santa mía, que el Omnipotente detenga el brazo de su justicia, para que no nos devore el torrente de las llamas del infierno, tan merecidas por nuestros pecados. Cubridnos con el velo de vuestra protección, para reconciliarnos con nuestro Dios, tan ofendido de nosotros, a quien amemos ahora y eternamente en la Gloria. Amén.

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