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¿Adaptar el sueño a la realidad, o la realidad al sueño?

Woman with question mark on blackboard © Gpointstudio / Shutterstock – es

<a href="http://www.shutterstock.com/pic.mhtml?id=139229684&amp;src=id" target="_blank" />Woman with question mark on blackboard</a> © Gpointstudio / Shutterstock

Mujer pensativa

Carlos Padilla Esteban - publicado el 24/04/15

No dejes que se te apague el corazón

En ocasiones me da pena ver cómo me adapto de forma excesiva a las circunstancias. Me justifico cuando me dejo llevar en mis debilidades y no hago lo que sueño. Me da pena ver que grandes ideales se deslucen ante mis ojos y pierden su fuego inicial.

No hago lo que quiero. Hago lo que no quiero. Me siento como san Pablo ante la debilidad del alma. Mi corazón se apega a la tierra y deja de luchar. Se desordena. Se somete. No tiene la libertad de los hijos de Dios.

Como si los sueños perdieran fuerza súbitamente y acabáramos pensando que son imposibles. Que la carne es carne y el espíritu no logra levantarme sobre el mundo. Como si mi amor humano no se pudiera teñir del amor de Dios. Como por un milagro.

Y todo porque yo no me dejo tocar. Porque no le dejo entrar a Jesús en mi vida. Creo que tengo que volver a mirar con ojos de niño lo que sueño para no despistarme.

Quiero alegrarme con el amor de Dios en mi vida, agradecer por su proximidad, comprender que su misericordia sana mis heridas. Y así volver a esperar lo más grande y no conformarme con los mínimos.

El otro día escuchaba: “Algunos creen que ser humilde es soñar en diminutivo”. Nunca he querido soñar en pequeño, sino en grande. Pero a veces la vida puede imponerse y logra que dejemos aparcados los sueños de nuestra juventud.

Sutilmente o de forma más clara y abrupta, la realidad parece imponerse.El sueño se desvanece y la vida con su fuerza nos acaba dejando algo cansados y tristes.

Dejamos de lado los esfuerzos y justificamos el lugar en el que estamos, defendiendo lo cómodo de nuestra situación como algo inevitable, irrenunciable.

Pensamos que no es posible vivir de otro modo, hacer otras cosas, dejar de lado ciertos medios. Decimos que Dios lo quiere así, que es lo justo, lo único que se puede hacer con las circunstancias que nos han sido dadas. La Pascua es un tiempo para sorprendernos de nuevo ante el milagro, ante el misterio.

Así lo dice el Papa Francisco: “Entrar en el misterio significa ir más allá de las cómodas certezas, más allá de la pereza y la indiferencia que nos frenan, y ponerse en busca de la verdad, la belleza y el amor, buscar un sentido, una respuesta no trivial a las cuestiones que ponen en crisis nuestra fe, nuestra fidelidad y nuestra razón”.

Vivir de verdad la Pascua supone abrir el corazón a la gracia que todo lo transforma. Sin miedo. Sin acomodarnos. Porque es verdad que todo puede ser justificado cuando nos damos cuenta de que la vida y el sueño corren por caminos diferentes.

Entonces queremos adaptar nuestro sueño a la realidad, y no al contrario. Como si no se pudiera soñar a lo grande, con el misterio de la vida, con lo imposible.

No queremos que se nos apague el corazón. No queremos que se conforme. Ni que se mitiguen los anhelos de santidad y la vida corra por caminos comunes, algo vulgares, conservadores, mediocres, tibios, tal vez demasiado humanos.

Soñamos con el fuego y el ansia de dar la vida por amor, por Jesús que nos llama, por su ley que es dulce, por su corazón que nos ama. Estamos dispuestos a partirnos por aquel que necesita mi vida como camino de esperanza. 

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