Cada persona es valiosa, única e irrepetible. Somos hijos de Dios
Las experiencias dolorosas del pasado te marcan, pero hay un núcleo libre y sano. Ahí, en lo profundo de ti misma está la voz de Dios. Escúchala.
Hace unos días mientras preparaba una charla para un grupo de mujeres jóvenes, estuve recordando la historia de aquella niña que creció sintiéndose fea, tonta y rechazada por los demás. Lamentablemente durante muchos años su personalidad se vio truncada por una serie de miedos, inseguridades y dudas acerca de su propia identidad, capacidad y valía.
No hay duda alguna, que cada una de nosotras nos parecemos en gran medida debido a los genes que heredamos, pero así también cada una es diferente. Los genes influyen en nuestra forma de ser, en nuestra conducta y determinan en gran parte nuestra tendencia o no al optimismo o la depresión. Pero además de los genes, las experiencias recibidas en el hogar y en la escuela los primeros años de la vida van dando forma a nuestro auto-concepto y determinan el grado en que nos sentimos valiosas para los demás.
Uno de los mayores saboteadores de la personalidad es el complejo de inferioridad. A veces ocurre porque no nos enseñaron que cada persona es valiosa, única e irrepetible.
¿Qué es?
El complejo de inferioridad es lo opuesto al sentimiento de valor personal o auto-estima. Este sentimiento empieza a interiorizarse, tal y como lo hace el sentimiento de auto-estima, en nuestra infancia, al oír de una forma repetitiva expresiones como: “es tan lenta para las matemáticas”; “está feíta la pobrecita”; “qué trágico que una niña nazca con una nariz tan grande”; “cuando las tontas nacieron…”, etc.
Expresiones como estas no hacen más que asegurar en el fondo de una misma aquel pensamiento de que “algo en ti no está bien”. Te hace pensar muchas cosas negativas sobre tu aspecto físico o intelectual. Por ejemplo, empiezas a pensar que no eres suficientemente bonita, que jamás conseguirás ser popular, que tu voz te hace parecer tonta, que debido a tu posición social tal vez nunca podrás alcanzar tus metas. Es así como vas adquiriendo el sentimiento de inferioridad y va siendo reforzado por aquellos que te rodean de una forma muy lenta pero segura. Cuando menos sientes, ya te sientes una inútil hasta para los más mínimos retos, entonces te vuelves miedosa y empieza a asomarse el dolor.
¿Cómo duele?
Hondo, muy hondo. Ese dolor no es físico, sino del alma. Es una vivencia íntima, personal, entre el “tú” de afuera y el “tú” de adentro. Es un dolor que te lleva a volverte la mayoría de las veces, en una mujer aislada, retraída y miedosa.
Es muy importante, que como mujer, determines si se manifiesta en ti alguna forma del complejo de inferioridad. ¡Este complejo puede limitarte increíblemente a tener unas relaciones humanas plenas y satisfactorias! Especialmente amiga, porque como mujer, eres la que porta la vida, la que tiene el enorme regalo y misión de custodiar la raza humana.
Cuando hay dolor de una misma, cuando los complejos son más fuertes que el amor y la entrega a los demás no podemos llevar adelante el ideal de ser luz del mundo y sal de la tierra.
Echar el dolor
Desde sus inicios la sicología moderna ha puesto mucho énfasis en la importancia de los años de la infancia para el comportamiento adulto posterior y para trazar la relación que llegaras a tener contigo misma. ¿Recuerdas lo que tus padres decían de ti cuando eras niña?, ¿Recuerdas tal vez frases que te dañaron, expresiones faciales o movimientos de cabeza que utilizaron para transmitirte lo que estaban pensando? O ¿hay algún recuerdo doloroso provocado por tus amigas o amigos? ¿Cómo crees que te afectó todo esto en la confianza que tienes en ti misma?