“Regina Coeli” en la Fiesta de la Divina Misericordia
El Papa Francisco, durante el rezo del Regina Coeli, recordó hoy que nos encontramos en el octavo día después de la Pascua y reflexionó sobre la opción de Tomás y su incredulidad y cómo el Señor “se dirige directamente a él, invitándolo a tocar las heridas de sus manos y de su costado, va hacia su incredulidad, porque a través de los signos de su pasión, pueda alcanzar la plenitud de la fe pascual”.
“Después de la resistencia inicial y las ansiedades, al final cree mientras avanza en su fe con fatiga. Jesús espera pacientemente”, explicó el Papa Francisco.
El obispo de Roma recordó que son bienaventurados los que creen sin ver y mostró la misericordia de Dios manifestada en sus heridas, en sus lágrimas, en su humillación.
“Tomás encuentra el contacto personal con la amabilidad y la paciencia misericordiosa de Cristo”, continuó el Papa Francisco, “Tomás entiende el significado más profundo de la resurrección e íntimamente queda transformado y declara su plena y total fe en Él exclamando: "Mi señor y mi Dios!".
Al igual que Tomás, nosotros también debemos mirar y contemplar las heridas de la divina misericordia en Cristo, explicó el Papa y mostró que el próximo Jubileo extraordiario de la Misericordia, que pronto comenzará, nos permite mirar el rostros de Jesús, de la misericordia y el seguir buscandole a él con la ayuda de la Virgen.
Durante los saludos, el Papa Francisco se dirigió a los fieles de la Iglesia de Oriente que hoy celebran la Pascua y quiso unirse a la alegría de su anuncio de Cristo Resucitado.
También agradeció los mensajes de felicitación de Pascua que le han llegado en los últimos días: “Me gustaría dar las gracias a los niños, ancianos, familias, diócesis, parroquias y comunidades religiosas, instituciones y asociaciones diversas, a los que quiero manifestar mi afecto y cercanía”.
Regina Coeli del Papa Francisco:
¡Queridos hermanos y hermanas ¡buen día!
Hoy es el octavo día después de la Pascua, y el Evangelio de Juan documenta las dos apariciones de Jesús Resucitado a los Apóstoles reunidos en el Cenáculo: la de la tarde de Pascua, donde Tomás no estaba, y la de ocho días después, con Tomás presente. La primera vez, el Señor mostró las heridas de su cuerpo a los discípulos, hizo el signo de soplar sobre ellos y dijo: “Como el Padre me ha mandado, así os mando yo” (Jn 20,21). Les transmite así su misión, con la fuerza del Espíritu Santo.
Pero esa tarde Tomás no estaba, y no quiso creer en el testimonio de los demás. “Si no veo y toco sus llagas, dijo, no lo creo” (cfr. Jn 20,25). Ocho días después, es decir un día como hoy, Jesús vuelve a presentarse en medio a los suyos y se dirige directamente a Tomás, invitándolo a tocar las heridas de sus manos y de su costado. Va hacia su incredulidad, porque a través de los signos de su pasión, pueda alcanzar la plenitud de la fe pascual.
Tomás es uno que no se contenta y trata, pretende verificar personalmente, llevar a cabo su propia experiencia personal. Después de las resistencias iniciales e inquietudes, hasta que llega él también a la fe, aunque con dificultad. Jesús lo espera con paciencia y se ofrece a las dificultades y a las inseguridades del último en llegar.
El Señor proclama “beatos” a los que creen sin ver (cfr. V.29) y la primera de estos es María, su Madres, pero aún así, va hacia la exigencia del discípulo incrédulo: “mete aquí tu dedo y mira mis manos…” (v.27).
Con el contacto salvífico con las llagas del Resucitado, Tomás manifiesta sus propias heridas, sus propias llagas, su propia humillación: en el signo de los clavos encuentra la prueba decisiva de que es amado, entendido, esperado.
Se encuentra frente a un Mesías lleno de dulzura, de misericordia, de ternura. Era lo que el Señor buscaba en las profundidades secretas de su propio ser, porque siempre había sabido que era así. Reencontrado el contacto personal con la amabilidad y la misericordiosa paciencia de Cristo, Tomás comprende el significado profundo de su Resurrección e, íntimimamente transformado, declara su fe plena y total en Él, exclamando: “¡Señor mío y Dios mío!”
Él ha podido “tocar” el Misterio pascual que manifiesta plenamente el amor salvífico de Dios, rico de misericordia (cfr. Ef, 2,4).
Y como Tomás, todos nosotros: en este segundo Domingo de Pascua estamos invitados a contemplar en las llagas del Resucitado la Divina Misericordia, que supera todos los límites humanos y resplandece en sobre la oscuridad del mal y del pecado.
Un tiempo intenso y largo para acoger las inmensas riquezas del amor misericordioso de Dios será el próximo Jubileo Extraordinario de la Misericordia, cuya Bula promulgué ayer por la tarde en la Basílica de San Pedro: “Misericordiae Vultus”: El Rostro de la Misericordia es Jesucristo. Dirijamos nuestra mirada hacia Él. Y la Virgen Madre nos ayude a ser misericordiosos con los demás como Jesús es con nosotros.
Después del Regina Coeli
Queridos hermanos y hermanas:
Dirijo un cordial saludo a los fieles de Roma y a los venidos de las distintas partes del mundo.
Saludo a los peregrinos de la diócesis de Metuchen (Estados Unidos de América), las Siervas del Niño Jesús provenientes de Croacia, las Hijas de la Divina Caridad, los grupos parroquiales de Forli y Gravina di Puglia, y a todos los niños y jóvenes presente, en especial a los almunos de la escuela “Hijas de Jesús” de Módena, los del “Liceo Verga” de Adriano y los confirmandos de PAlestrina. Saludo a los peregrinos que han participado en la Santa Misa, presidida por el Cardenal Vicario de Roma en la iglesia del Santo Espíritu de Sassia, centro de devoción a la Divina Misericordia.
Saludo a las comunidades neocatecumenales de Roma, que comienzan hoy una especial misión en las plazas de la ciudad para rezar y dar testimonio de la fe.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de las Iglesias de Oriente que, según su calendario, celebran hoy la Santa Pascua. Me uno a su alegría en el anuncio de Cristo Resucitado: ¡Christós anésti!
En las pasadas semanas me han llegado de todas las partes del mundo los mensajes de felicitación pascuales. Con gratitud se los devuelvo a todos. Deseo agradecer de corazón a los niños, a los ancianos, a las familias, las diócesis, las comunidades parroquiales y religiosas, los entes y diversas asociaciones que han querido mostrarme afecto y cercanía. ¡Continuad rezando por mí!
A todos vosotros os deseo un buen Domingo, buena comida y ¡hasta pronto!