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El Jubileo de la Misericordia… ¿Comienza así la reforma de la Iglesia?

Way of the Cross at the Colosseum with Pope Francis 2015 04 © Sabrina Fusco – es

© Sabrina Fusco / ALETEIA

Aleteia Team - publicado el 11/04/15

Una Iglesia que se inclina hacia los hombres y las mujeres... pero no un “puerto franco” del buenismo

Hice una encuesta sobre la confesión para mi periódico, hace exactamente cuarenta y cinco años, y ya entonces descubrí cómo este sacramento cada vez pierde valor para muchos cristianos, por el crecimiento y la madurez de su fe.

La crisis es antigua. Debida a los muchos cambios que la confesión ha atravesado, de pública a privada, de “única” a “repetible”. Después, a las consecuencias dramáticas de los excesos y los abusos generados por las “tasas” penitenciales, y que provocaron la protesta de Lutero.

Y finalmente, (y esto lo será para siempre, inevitablemente) una crisis connatural a la misma naturaleza dialógica del sacramento (ya que afecta enteramente al sacerdote y al penitente) y a su aspecto antropológico (porque implica la vida cristiana en toda su extensión histórica).

A las causas antiguas, sin embargo, se añadieron nuevas vinculadas a los tiempos, y a las novedades culturales y sociales. Esto es la atenuación del espíritu de fe. La pérdida creciente del sentido del pecado. El vacío moral de muchos cristianos, bajo la (aparente) fascinación de la secularización.

En resumen, el hombre moderno, embebido de racionalismo hasta la médula, a menudo olvidando su destino último, de su misma identidad, llevando mal la idea de deber “contar” su vida interior a otro hombre, y, más aún, el tener que cumplir con el acto de humildad en el reconocimiento de los propios errores.

En el transcurso de la encuesta, gracias a los testimonios de algunos laicos, descubrí también que la crisis tenía otras motivaciones.

Recuerdo lo que dijo un universitario: “El sacerdote debe tratar de comprender las razones por las que uno se confiesa, y no asaltarlo con severidad. Se ha insistido demasiado sobre el tribunal de penitencia”.

Y una chica: “Muchos sacerdotes se lamentan de las llamadas confesiones repetitivas. Esto es verdad por parte del penitente. ¿Pero no lo es también por parte del confesor?”.

Un obrero: “Los confesores deben ayudar más cuando nos confesamos”. Un profesor: “La moral cristiana es, antes que nada, una vida de gracia. ¿Cómo puede ser revisada en términos de fidelidad a una ética descarnada y de manual?”.

Acababa de publicarse la encíclica Humanae vitae sobre la regulación de los nacimientos. Pablo VI había afirmado la validez perdurable de una ley moral que desciende de la misma Revelación divina.

Pero también exhortó a los cónyuges a no desanimarse y a recurrir “con humilde perseverancia a la misericordia de Dios, que viene ampliada con el sacramento de la Penitencia”. Y recomendó a los sacerdotes que usaran la penitencia y la bondad del Señor, que “fue intransigente con el mal, pero misericordioso con las personas”.

Sin embargo fueron muchos, entre cónyuges y confesores, que no entendieron completamente el espíritu, tanto de la encíclica como de las recomendaciones de Pablo VI. De allí comenzó lo que se denominó “cisma silencioso”, muchas parejas se alejaron de la Iglesia.

Desde entonces, desde aquella encuesta, han pasado cuarenta y cinco años, y la situación no parece haber mejorado mucho, si el Papa Francisco tiene que recordar hoy a los sacerdotes que “los confesionarios no deben ser una sala de tortura”.

Y además porque ha decidido celebrar un Año Santo extraordinario dedicado a la misericordia, donde indicará probablemente entre los objetivos jubilares, en la Bula de convocatoria que se publica hoy, 11 de abril, la urgencia de devolver la prioridad al sacramento de la Reconciliación.

Será el comienzo de la reforma de la Iglesia, reforma sobre todo espiritual, que los mismos cardenal electores pidieron a Francisco en el Cónclave.

Y que consistirá sustancialmente en la remoción de esta espesísima manta formada por preceptos, palabras, gestos, símbolos, rituales, prácticas, usos, no ligados propiamente al núcleo de la fe, que a lo largo de los siglos se acumuló en la pastoral, en la religiosidad y finalmente en la doctrina, endureciéndola con leyes y normas, actualmente desfasadas, terminando así por oscurecer la esencia y las intenciones originales.

La involución sufrida por el sacramento de la Penitencia, al menos desde que asumió una forma privada, es casi el paradigma de ese cargarse de elementos que habían “descafeinado” el Evangelio, su fuerza explosiva, la gran novedad que ha traído a la vida de los hombres.

Recordemos brevemente la historia de esta decadencia. Comenzando por la Escolástica, que introdujo el método de las clasificaciones categóricas. Después en el Concilio de Trento se le dio una enorme importancia al aspecto judicial, eazón por la cual la confesión de las culpas se convirtió en el aspecto predominante y el ministro tenía el deber de asegurar la integridad de la acusación.

Así, con el transcurso del tiempo, la doctrina moral cayó progresivamente en el moralismo, mostrando al catolicismo como la religión de las prohibiciones, de las cosas-que-no-hay-que-hacer.

Y ahora, por esto, Francisco ha indicado un nuevo camino, en el signo de la misericordia divina.La Iglesia deberá salir de su autorreferencialidad e inclinarse hacia los hombres y mujeres heridos.

Así testimoniará la “lógica” de Dios, su apertura a todos, para que todos se puedan sentir acogidos, entendidos, perdonados. Por tanto, primero el amor y después la ley. Primero la persona, considerada en su unicidad, en su realidad existencial concreta, y después la norma canónica.

Esto, naturalmente, no significará transformar el confesionario en una especie de puerto franco del buenismo, de la compasión que se vende o de una piedad melosa, descarnada. Al contrario, deberá ser el lugar donde las personas puedan crecer a través de un camino de purificación y de madurez, para llegar a se cristianos auténticamente libres y responsables. 

—–
Escrito por Gian Franco Svidercoschi, enviado del Ansa al Concilio Vaticano II y vicedirector de “L’Osservatore Romano”.  Esta considerado como el biógrafo de San Juan Pablo II, con el que colaboró en la composición del libro “Don y Misterio”. Es posible contactar con él en la siguiente dirección mail: gf.svidercoschi@libero.it

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