Hoy, Viernes Santo, hace pocas horas salía de mi casa caminando hacia la parroquia; nada más salir saludé a un vecino y amigo que es protestante evangélico. Me preguntó que dónde iba, le respondí que a la Iglesia y me dijo que porqué iba si había visto en la TV que los católicos el Viernes Santo no tienen culto. Le respondí con cordialidad que, efectivamente aunque no hay culto, Dios está en la Iglesia. Su respuesta fue también cordial: “pídele que te ayude”.
Continué mi camino por las calles casi vacías por ser día festivo, reflexionando acerca de lo que se pierden los protestantes con sus templos vacíos, como salas de conferencias, con el ambón del predicador presidiendo. Tienen la Palabra, la Biblia pero no tienen a Cristo presente con su cuerpo, con su sangre, con su alma y con su divinidad.
Ya llegando a la parroquia me llamó la atención que había mucha actividad por contraste con el resto de las calles vacías.
En la capilla del Santísimo de mi parroquia hay un sencillo cartel que dice “Silencio en la capilla del Santísimo”.
La capilla estaba redecorada con pocos medios, con escasos recursos pero con buen gusto para que resaltara el “monumento” y destacara sobre todo lo demás la custodia con el Santísimo expuesto.
Estaba repleta de gente de todas las edades: ancianos, jóvenes y familias enteras con sus niños pequeños hiperactivos.
El silencio y la adoración a Dios eran contagiosos.
En la liturgia prefiero la formalidad que la espontaneidad de los fieles pero, tengo que reconocer que me ayudó mucho lo que viví: de vez en cuando alguna mujer hacía su serena oración en voz alta, un joven tocaba muy suavemente la guitarra con canciones eucarísticas, luego una niña mostraba un cartel que decía “momentos de silencio”, después otros niños leían en voz alta breves versículos de la Biblia que acompañaban para la oración.
Y otra vez silencio de todos los presentes mirando la Hostia y adorando a Dios.
Pensaba que solamente el Espíritu Santo puede hacer que las personas creamos en ese portentoso milagro de la presencia real de Cristo en la Eucaristía instituida en la última cena de Jesús en la noche del jueves.
La verdad es que se estaba bien, me costó trabajo salir de allí.
Todo esto, bien organizado, con orden y serenidad y sin la presencia de ningún sacerdote, solamente con la iniciativa y la sencilla devoción de los fieles
De regreso, otra vez por las calles vacías pensaba en que algunos entes turísticos se lamentaban de que la Iglesia frenaba el turismo en Semana Santa, cuando el tema es justamente al revés, son los intereses turísticos los que están invadiendo el espacio de esos días que los fieles necesitamos para acercarnos más a Dios.
Pensaba que, conforme me dijo mi amigo evangélico al salir, Dios me ha ayudado en este Viernes Santo, como a otras muchas personas en cualquier rincón del mundo.