Japón no parece el país más católico del mundo. Y, sin embargo, el cristianismo ha tenido una importancia capital. Incluso el Papa quería ir de misionero a Japón, siguiendo las huellas de los cristianos que allí lucharon por su fe.
Este mes de marzo, la Iglesia nipona ha honrado a los fieles de Nagasaki, que sobrevivieron a dos siglos y medio de persecuciones manteniendo su fe. No tenían sacerdotes cerca, ni misioneros.
En unas declaraciones a Asianews, mons. Tarcisio Isao Kikichi, obispo de Nigata, ha dicho que ahora se está intentando “transportarles fuera de los libros de historia” y conseguir que estos cristianos sean “testigos vivos hoy”.
Se llamaban “kakyre kirishitan” o “cristianos escondidos” de Japón. Hablar de ellos hoy no es fácil: no es habitual que se mencionen temas religiosos en la sociedad nipona.
La historia de estos cristianos se remonta a 250 años atrás. Se convirtieron en el siglo XVI al cristianismo y salieron a la vez cuando el gobierno de Tokyo dejó construir una iglesia cerca de Nagasaki, en Oura, que era de los misioneros franceses.
El mismo Papa Francisco los ha nombrado varias veces y dice que, cuando era sacerdote, esperaba que le mandaran a Japón, pero por motivos de salud no fue posible.
En estos días, un Sínodo en Nagasaki ha relanzado la educación de la fe, y también ha vuelto a recordarles.
El experto en diálogo interreligioso Cinto Busquet, que vivió 17 años en Japón, explica a Aleteia que el ejemplo de los cristianos escondidos en Japón, que durante 250 años bautizaron y transmitieron la fe de padres a hijos sin sacerdotes, y en condiciones extremadamente adversas,” ilumina y alienta a los laicos de la Iglesia del siglo XXI a tomar responsabilidades y a ser sujetos activos de la evangelización”.