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¿Qué opina el Papa Francisco sobre… las consecuencias de construir un mundo sin Dios?

The arrival of Pope Francis at the European Parliament in Strasbourg 09 – es

© European Union 2014 - European Parliament CC

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Marcelo López Cambronero - publicado el 30/03/15

Un recorrido por el pensamiento del Papa Francisco desde que era Jorge Mario Bergoglio

Según Juan Pablo II la idea clave para comprender el Concilio Vaticano II es la afirmación de que Cristo revela al hombre lo que es el hombre (Gaudium et Spes 22) o, dicho de otra manera, que para profundizar en cualquier realidad humana necesitamos mirar a Cristo y mirar desde Cristo.

Esta afirmación, tan decisiva, no significa que los análisis sociológicos, económicos o políticos carezcan de interés o no sean capaces de mostrarnos datos y detalles importantes, sino que precisamente estos tipos de investigaciones, y cualquier otro que pudiera hacerse, llegarán más lejos y mejorarán su capacidad explicativa si tienen presente y están radicados en el hecho cristiano.

Tal mirada sobre la vida humana no es patrimonio de la Iglesia, no es un discurso válido únicamente para quienes son creyentes, aunque decir esto pueda resultarle a usted, querido lector, paradójico. Todo ser humano es capaz de comparar cualquier interpretación con su propia experiencia y decidir qué explicación de lo real le parece más adecuada.

Si perdemos la capacidad de hacer algo así, si ya no podemos mirar a la realidad sin ser aplastados y dirigidos por las propuestas ideológicas que nos llegan de todas partes, seremos fáciles víctimas del poder. Lo decía Chesterton de una manera incisiva: "El hombre que no cree en Dios no es que no crea en nada, es que se cree cualquier cosa".

Expulsar del debate público a quienes mantienen una visión trascendente de la vida es una pretensión claramente totalitaria, que busca ocultar los criterios que resultan molestos a algunos para que los demás no puedan sopesarlos libremente.

Los cristianos, por nuestra parte, tenemos la obligación de dar a conocer esta experiencia y promoverla, desde la clave que es nuestro Señor, que nos manifiesta que nosotros, aun estando inmersos en los procesos naturales y sociales, somos también de otro mundo: “Y fíjense que esto da lugar, en el cristianismo, a una concepción bastante peculiar de lo que es «trascendencia». ¡Una trascendencia que no está «afuera» del mundo! Situarnos plenamente en nuestra dimensión trascendente no tiene nada que ver con separarnos de las cosas creadas, con «elevarnos» por sobre este mundo. Consiste en reconocer y vivir la verdadera «profundidad» de lo creado.” (Jorge Bergoglio, “Educar, un compromiso compartido”. Mensaje a las Comunidades Educativas, 18 de abril de 2007)

El Papa Francisco desde muy pronto, ya cuando era un joven jesuita amigo del obispo Angelelli, se ha preocupado por aquellas concepciones del hombre que quieren reducirlo a un mero engranaje de los mecanismos sociales o, dicho de otra manera, a un individuo a merced de los poderosos.

En los últimos años ha insistido, llevando esta idea más allá, en que los criterios mercantilistas predominantes en el neocapitalismo financiero han convertido al ser humano concreto en algo intrascendente, materia de uso temporal y que después se desecha, cuya existencia depende de los caprichos o intereses de quienes dominan los flujos económicos.

Esta idea es la que palpita en esa expresión tan curiosa de nuestro Papa, la "antropología de la intrascendencia", que se puede explicar, siguiendo sus propias palabras, como el uso de la misma vara de medir para una persona y para cualquier objeto. Si esta es la concepción de los valores que hoy predomina, ¿cómo comprender entonces la dignidad del ser humano cuyo destino, el de cada uno, hasta el del más humilde y menesteroso –preferentemente él-, vale la sangre de Cristo?

Un mundo sin Dios sólo se preocupa de las cuestiones que afectan a los hombres y mujeres de nuestro tiempo si se corresponden con procesos masificados que quedan contemplados en las estadísticas y, por lo tanto, son recogidos por los medios de comunicación e influyen en los votantes, en las decisiones parlamentarias o económicas, etc.

Los dramas pequeños, los cotidianos, ese anciano que muere en la calle sin atención médica o el niño abandonado que busca cartones en los basureros… no importan a nadie. Han sido olvidados, descartados por el sistema y expulsados a las cloacas. Es la expresión máxima del individualismo: que ya el átomo separado, la mujer o el hombre solos, no cuentan, no sirven, han desaparecido.

En este sentido es para nosotros clave volver al discurso del Papa ante el Parlamento Europeo del pasado 25 de noviembre: en este foro insistió en la importancia decisiva de reconocer la dignidad de la persona humana y en que ese reconocimiento sólo puede darse si se aprecia su carácter trascendente.

Lo contrario arrastra a la "cultura del descarte", en la que el que no tiene recursos, o capacidades, o las habilidades que requiere el mercado en un momento concreto de la historia, es dejado de lado y olvidado por un sistema que, cada vez nos parece más evidente, mantiene dinámicas que no están al servicio de los hombres, sino que usa de ellos, los utiliza y los deshecha.

“Una Europa que no es capaz de abrirse a la dimensión trascendente de la vida es una Europa que corre el riesgo de perder lentamente la propia alma y también aquel «espíritu humanista» que, sin embargo, ama y defiende.” (Papa Francisco, Discurso ante el Parlamento Europeo, 25 de noviembre de 2014).

Por supuesto que el olvido de la trascendencia del hombre no es un riesgo que sólo corre la Unión Europea, aunque tal vez sea una institución que ha adoptado este camino de forma decidida. Todas las sociedades, y también el pueblo de Dios, están siempre en riesgo de separar los fines de la vida económica y política del fin único de todos los actos humanos, que es Dios.

Cuando apostamos por un mundo sin Dios estamos apostando, es preciso ser conscientes de ello, por un mundo en el que el ser humano se convierte en intrascendente, en descartable, en una realidad superficial equiparable a cualquier objeto cuya existencia tiene sentido sólo en la medida en que puede ser temporalmente útil a mis intereses.

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