Descartar, a fin de cuentas, es prescindir o excluir algo o alguien que me sobra, que no necesito y que por eso considero inútil. Hay vidas que se consideran sanas, afortunadas, útiles, productivas, dignas de ser vividas y otras que se descartan como enfermas, desafortunadas, inútiles, improductivas o desechables.
Tal es la dinámica de la sociedad del consumo, en la cual esa espiral incesante de su auto-desarrollo incontrolable, disociada de las necesidades humanas, consuma no sólo las cosas sino a las personas en su propia humanidad, cosificándolas, convirtiéndolas en esclavos o en material de desecho.
La “economía de la modernidad líquida – enseña Zygmund Barman-, orientada al consumo, se basa en un suministro perpetuo de ofertas siempre nuevas para incrementar la renovación de las mercancías, acortando los intervalos entre la adquisición y el desecho a fin de reemplazarlas”.
Ello tiende a la mercantilización integral de la existencia que caracteriza a las sociedades de capitalismo avanzado. En su base operan el utilitarismo y el hedonismo, filosofías que encuentran su realización gracias a la tecnología moderna y a la dilatación incesante de los deseos individuales. Así, las personas como las cosas se usan, se sustituyen y se tiran. (cf. Papa Francisco, alocución al “Movimiento por la vida”, 11 de abril de 2014).
¿Acaso la idolatría del dinero no está también en la raíz de la terrible crisis financiera, con sus muy graves secuelas económicas y sociales, que ha golpeado sobre todo al Occidente más rico del planeta?
“No quisiera – decía el arzobispo J. M. Bergoglio a su grey (cf. Solo l’amore ci può salvare, Librería Editora Vaticana, p. 126) – que nuestros ojos se habituaran a este nuevo paisaje urbano”.
“Hoy – y esto hace mal al corazón decirlo (dice Francisco) – hoy encontrar a un ‘sin techo’ muerto non es noticia… Hoy pensar que tantos niños no tienen qué comer no es noticia. Esto es grave, ¡es grave! ¡No podemos quedarnos tranquilos! No podemos volvernos cristianos almidonados, esos cristianos demasiado educados, que hablan de cosas teológicas mientras toman el té, tranquilos. ¡No! Tenemos que transformarnos en cristianos valientes e ir a buscar a los que son la misma carne di Cristo (…)” (Papa Francisco, alocución del 27 de mayo de 2013).
¿Dónde está tu hermano?
La pregunta a Caín “¿Dónde está tu hermano?” hoy se dirige a todos nosotros. ¿Dónde está tu hermano esclavo, tu hermano descartado?
No hay que dejarse cegar por la mentalidad individualista, egoísta, utilitaria, que se difunde con las idolatrías del poder, del dinero, del placer efímero, que generan una “economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano” (E.G., 55).
Por el contrario, hay que tenerlos muy presentes y cercanos en la mirada, con una viva com-pasión (participando en su pasión, sintiendo como propios su dolor, tocando sus llagas), abrazándolos en la caridad, ayudándolos a “liberarse de esas cadenas indignas” y a crear condiciones para poder emprender caminos de liberación y dignificación para todos.
El testimonio concreto del Papa, día tras día, nos ayuda a mirar de cerca a nuestros prójimos cuando lava los pies a los menores en la cárcel en Roma, cuando viaja a Lampedusa para encontrar a los migrantes -¡vivos y muertos! -, cuando visita la favela y el hospital de drogadictos en Río de Janeiro, cuando acaricia a los niños que están internados en el hospital “Bambin Gesù”, cuando se encuentra con los refugiados, cuando recibe a los mendigos en el Vaticano, cuando dedica todo el tiempo que haga falta a saludar con cariño a los enfermos, cuando privilegia las parroquias de la periferia para las visitas pastorales en Roma, cuando viaja a Filipinas para encontrar, consolar e infundir esperanza a las víctimas del tifón, cuando no deja de reclamar la solidaridad con los perseguidos por motivos religiosos y con las víctimas de la violencia.