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Los caminos de liberación que propone el Papa Francisco

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Marko Vombergar

Tierras de América - publicado el 27/03/15

Las palabras y gestos de Francisco que concretan la Iglesia pobre para los pobres que él desea

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En el radiomensaje del 11 de septiembre de 1962, que precedía la apertura del Concilio Vaticano II, san Juan XXIII afirmó que “la Iglesia se presenta como es y como quiere ser, como Iglesia de todos, especialmente como la Iglesia de los pobres”.

En el texto conciliar de la Constitución Lumen Gentium, n. 8, se lee que “Cristo fue enviado por el Padre a evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos (Lc. 4, 18)”, de modo que la Iglesia “reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente”.

Y por último, al finalizar el Concilio, un nutrido grupo de padres conciliares firmó un documento llamado Pacto de las Catacumbas (porque se hizo junto a las catacumbas de Domitila en Roma), que fue una propuesta a la Iglesia y un compromiso personal de los firmantes respecto a un testimonio de pobreza.

Sin embargo, esta connotación esencial de la autoconciencia eclesial no tuvo mayor desarrollo y sistematización en los documentos conciliares. La Europa del “boom” económico tenía un peso determinante por entonces.

De la elaboración de los textos conciliares, donde las contribuciones latinoamericanas fueron más bien escasas, se pasó luego a su actuación en América Latina, y en ese momento no pudieron dejar de plantearse en forma acuciante algunas preguntas.

¿Cómo proceder a la renovación de la Iglesia y de su misión en un continente de grandes mayorías de pobres que expresan su fidelidad a Dios mediante su religiosidad popular? ¿Cómo hablar de Dios para el arraigo de la fe, una viva esperanza y el testimonio de la caridad a esa multitud de pobres que reconocen a la Iglesia como su morada?

El amor preferencial por los pobres ha sido una importantísima contribución de la Iglesia latinoamericana a toda la catolicidad, retomando de las fuentes evangélicas y de la gran Tradición católica esa connotación fundamental y determinante del ser Iglesia.

En la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, n.48, el Papa Francisco cita al Papa Benedicto XVI recordando que “los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio”.

Es una opción por los pobres –recuerda Francisco, citando nuevamente al Papa Benedicto en su discurso inaugural de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida (13 de mayo de 2007)– que “está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, enriqueciéndonos con su pobreza”.

Y cita también a san Juan Pablo II cuando afirma, en la Encíclica Sollecitudo Rei Socialis, n. 42, que ese amor preferencial por los pobres es una “forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la Tradición de la Iglesia”.

No hay mayor y mejor desarrollo teológico de esta “opción por los pobres” en el magisterio de la Iglesia actual que en el documento de Aparecida y en la Evangelii Gaudium, unidos por vasos comunicantes.

Esta inspiración providencial tuvo que pasar por fases de arduo debate y cuidadoso juicio en la historia tumultuosa y fecunda de la Iglesia latinoamericana en tiempos pos-conciliares.

Se fue dejando atrás una visión meramente asistencialista que no tenía suficientemente en cuenta los factores estructurales causantes de la pobreza, así como una visión ideológica caracterizada por la hermenéutica de la lucha de clases.

Ese amor privilegiado fue llamado a abrazar no sólo a los que carecían de pan, trabajo, vivienda o salud, sino también a todos los que sufren en su cuerpo y en su espíritu, a todos los que son privados de su dignidad humana, a todos los que llevan en su propia carne, coparticipándolas, las “llagas” del Señor.

Quedó también claro, en tal discernimiento, que el amor de Dios abraza a todos los hombres, en cualquier situación que se encuentren, sin exclusiones: “La pobreza, para nosotros cristianos –afirmó Francisco el 18 de mayo de 2013-, no es una categoría sociológica, filosófica o cultural. No, es una categoría teologal. Diría, tal vez, la primera categoría, porque aquel Dios, el Hijo de Dios, se abajó, se hizo pobre para caminar con nosotros por el camino”.

Por eso, el Papa Francisco exhortaba en Asís a no separar nunca la imitación de Cristo del amor a los pobres, para que esta “opción” no vaya desgastándose y contaminándose ideológicamente, y termine expresándose como actividad de una Iglesia convertida en otra ONG.

Pobreza y pauperismo

La atención y el compromiso del Papa Francisco por los pobres no tiene nada que ver con el viejo arsenal ideológico. El Papa Francisco devuelve a este compromiso su original raíz evangélica, la Palabra de Jesús.

"De ninguna manera es el resultado de una ideología o de un análisis sociológico, ni la consecuencia de opciones políticas o de un proyecto elaborado teóricamente para cambiar la sociedad.

Antes de que llegara Francisco de Asís ya existían los "pauperistas", en la Edad Media hubo muchas corrientes pauperistas. El pauperismo –subraya el Papa Francisco- es una caricatura del Evangelio y de la misma pobreza.

En cambio, san Francisco nos ayudó a descubrir el vínculo profundo que hay entre la pobreza y el camino evangélico. Jesús afirma que no se puede servir a dos amos, a Dios y a las riquezas. ¿Es pauperismo?

Jesús dice cuál es el "protocolo" según el cual seremos juzgados, es el que leemos en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo: "tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver".

Cada vez que hacemos esto a un hermano, lo hacemos a Jesús. Cuidar a nuestro prójimo: a quien es pobre, a quien sufre en el cuerpo y en el espíritu, a quien está necesitado. Esta es la vara para medir. ¿Es pauperismo? No, es Evangelio (entrevista al Papa Francisco, Questa economia uccide, Tornielli-Galeazzi, p. 210 ss).

No se trata de algo opcional para los cristianos, sino que es algo inseparable de la fe.

En este contexto hay que destacar las nuevas categorías analíticas que, primero como arzobispo Jorge Mario Bergoglio y ahora como Papa Francisco, él mismo acuñó para referirse específicamente a los “nuevos esclavos” de las sociedades actuales o a los que están “descartados”, como deshechos “sobrantes”. Esclavos y descartados tipifican las figuras humanas y sociales de los más pobres entre los pobres.

La neo-esclavitud se verifica, según Bergoglio, en “la trata de seres humanos”. El 13 de julio de 2010, en la homilía pronunciada durante una misa en el barrio de Constitución, en Buenos Aires, el arzobispo clamaba contra la trata de seres humanos, afirmando que “Buenos Aires es una fábrica de esclavos y una picadora de carne (…). ¡Por favor, no nos lavemos las manos, porque si no, somos cómplices de esta esclavitud! (…). Hay esclavos, los fabrican estos señores que están a cargo de la trata”.

Los nuevos esclavos son los niños y niñas sometidos a todo tipo de abusos sexuales, explotados en el trabajo o integrados en redes de mendicidad e incluso utilizados como correos de las drogas; son las mujeres esclavizadas para el negocio de la prostitución o que sufren violencias cotidianas dentro de los muros domésticos, las reducidas a ser “sirvientas” de los “amos”; son los inmigrantes en manos de traficantes inescrupulosos, que se ven obligados a aceptar condiciones miserables de vida y de trabajo, los que son mano de obra brutalmente explotada en talleres clandestinos de trabajo “informal”. Este es el “drama del
trabajo esclavo”.

Primero como cardenal Bergoglio y ahora como Papa Francisco, denuncia también la “cultura del descarte”, en la que no sólo las cosas sino también las personas se consideran “material de desecho”, “sobrante” (cf. cardenal J.M. Bergoglio, alocución en el primer Congreso de Pastoral Urbana, en Buenos Aires, 26.VIII,2011; Papa Francisco, videomensaje a los cartoneros y recicladores, 5.XII.2013; Papa Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, n. 53).

“Por desgracia – afirma el Papa – objeto de descarte no es sólo el alimento o los bienes superfluos, sino con frecuencia los mismos seres humanos, que vienen descartados como si no fueran necesarios" (…) (cf. Papa Francisco, alocución al cuerpo diplomático, 13 de enero de 2014).

“Ya no se trata simplemente – explica el Papa en la Evangelii Gaudium, n. 53 – del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está afuera. Los excluidos no son ‘explotados’ sino desechos, ‘sobrantes’ ”.

Neo-esclavitud y cultura del descarte

Material de descarte son los más de 40 millones de seres humanos desechados anualmente mediante las prácticas abortivas; lo son especialmente, entre ellos, en la más brutal forma de discriminación sexual, los de sexo femenino.

Los “descartados” desde el seno materno tienden a serlo por todo tipo de discriminaciones, dada la tendencia eugenética que se observa sobre todo en las sociedades de mayor desarrollo económico.

“El aborto y el infanticidio son crímenes abominables”, repitió el Papa Francisco, tomando esta expresión del Concilio Vaticano II. A ello podemos sumar todos los embriones congelados, sobrantes, en las prácticas de fecundación in vitro, destinados a ser destruidos o manipulados. Tal es la tendencia neo-malthusiana y darwinista que está inducida y difundida por la cultura dominante, y propagada como “colonización ideológica” contra la vida y la familia.

Son también tratados como “material de descarte” los niños abandonados a vivir en las calles, los jóvenes que no trabajan ni están escolarizados y para los cuales no se abre otro horizonte que ser integrados en las redes de la delincuencia y del narco-negocio, la multitud de desocupados que ven socavada su dignidad humana (muchos de ellos excluidos para siempre del mercado laboral) o que sufren una extrema precariedad laboral y existencial sin que nadie se ocupe de ellos, los drogadictos que vagan por las calles de la ciudad, los refugiados que no pueden regresar a su país de origen y concentran en sus campamentos multitudes de desposeídos que ningún gobierno quiere recibir, las “grandes masas de la población (que) se ven excluidas y marginadas” (E.G. 53), los migrantes que consideran superfluos en su propio país, los cartoneros y los que sobreviven trabajando y alimentándose con las basura, los ancianos y los enfermos abandonados, en los cuales muchas veces se practican formas “legales” o encubiertas de eutanasia.

“Los extremos débiles son descartados: los niños y los ancianos”, afirmó el cardenal J.M. Bergoglio en su homilía del Te Deum por la fiesta patria en Argentina, el 25 de mayo de 2012.

“Hoy día –explica el Papa Francisco– para la economía que se ha implantado en el mundo, en el centro está el dios dinero y no la persona humana, y todo lo demás se ordena a ello, y lo que no cabe en este orden, se descarta” (Papa Francisco, alocución en la “Plenaria” de la Comisión Pontificia para América Latina, 28 de febrero de 2014).

Descartar, a fin de cuentas, es prescindir o excluir algo o alguien que me sobra, que no necesito y que por eso considero inútil. Hay vidas que se consideran sanas, afortunadas, útiles, productivas, dignas de ser vividas y otras que se descartan como enfermas, desafortunadas, inútiles, improductivas o desechables.

Tal es la dinámica de la sociedad del consumo, en la cual esa espiral incesante de su auto-desarrollo incontrolable, disociada de las necesidades humanas, consuma no sólo las cosas sino a las personas en su propia humanidad, cosificándolas, convirtiéndolas en esclavos o en material de desecho.

La “economía de la modernidad líquida – enseña Zygmund Barman-, orientada al consumo, se basa en un suministro perpetuo de ofertas siempre nuevas para incrementar la renovación de las mercancías, acortando los intervalos entre la adquisición y el desecho a fin de reemplazarlas”.

Ello tiende a la mercantilización integral de la existencia que caracteriza a las sociedades de capitalismo avanzado. En su base operan el utilitarismo y el hedonismo, filosofías que encuentran su realización gracias a la tecnología moderna y a la dilatación incesante de los deseos individuales. Así, las personas como las cosas se usan, se sustituyen y se tiran.  (cf. Papa Francisco, alocución al “Movimiento por la vida”, 11 de abril de 2014).

¿Acaso la idolatría del dinero no está también en la raíz de la terrible crisis financiera, con sus muy graves secuelas económicas y sociales, que ha golpeado sobre todo al Occidente más rico del planeta?

“No quisiera – decía el arzobispo J. M. Bergoglio a su grey (cf. Solo l’amore ci può salvare, Librería Editora Vaticana, p. 126) – que nuestros ojos se habituaran a este nuevo paisaje urbano”.

“Hoy – y esto hace mal al corazón decirlo (dice Francisco) – hoy encontrar a un ‘sin techo’ muerto non es noticia… Hoy pensar que tantos niños no tienen qué comer no es noticia. Esto es grave, ¡es grave! ¡No podemos quedarnos tranquilos! No podemos volvernos cristianos almidonados, esos cristianos demasiado educados, que hablan de cosas teológicas mientras toman el té, tranquilos. ¡No! Tenemos que transformarnos en cristianos valientes e ir a buscar a los que son la misma carne di Cristo (…)” (Papa Francisco, alocución del 27 de mayo de 2013).

¿Dónde está tu hermano?

La pregunta a Caín “¿Dónde está tu hermano?” hoy se dirige a todos nosotros. ¿Dónde está tu hermano esclavo, tu hermano descartado?

No hay que dejarse cegar por la mentalidad individualista, egoísta, utilitaria, que se difunde con las idolatrías del poder, del dinero, del placer efímero, que generan una “economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano” (E.G., 55).

Por el contrario, hay que tenerlos muy presentes y cercanos en la mirada, con una viva com-pasión (participando en su pasión, sintiendo como propios su dolor, tocando sus llagas), abrazándolos en la caridad, ayudándolos a “liberarse de esas cadenas indignas” y a crear condiciones para poder emprender caminos de liberación y dignificación para todos.

El testimonio concreto del Papa, día tras día, nos ayuda a mirar de cerca a nuestros prójimos cuando lava los pies a los menores en la cárcel en Roma, cuando viaja a Lampedusa para encontrar a los migrantes -¡vivos y muertos! -, cuando visita la favela y el hospital de drogadictos en Río de Janeiro, cuando acaricia a los niños que están internados en el hospital “Bambin Gesù”, cuando se encuentra con los refugiados, cuando recibe a los mendigos en el Vaticano, cuando dedica todo el tiempo que haga falta a saludar con cariño a los enfermos, cuando privilegia las parroquias de la periferia para las visitas pastorales en Roma, cuando viaja a Filipinas para encontrar, consolar e infundir esperanza a las víctimas del tifón, cuando no deja de reclamar la solidaridad con los perseguidos por motivos religiosos y con las víctimas de la violencia.

Así nos muestra qué quiere él de los cristianos, de las comunidades cristianas: “una Iglesia pobre, para los pobres”.

El amor preferencial por los pobres es una dimensión inseparable de la “salida misionera” que caracteriza el pontificado del Papa Francisco.

Peter Drucker, teórico de la modernidad líquida, ha acuñado la frase: “ya no hay salvación posible para la sociedad”. Incluso se hace cada vez más difícil hablar de “sociedad” como “propiedad común”: queda apenas un mosaico de destinos individuales que se encuentran brevemente, por instantes, para continuar luego cada uno su propio camino hacia el instante siguiente.

Por el contrario, la Iglesia católica no deja de luchar por el “bien común”, educando y promoviendo energías humanas de solidaridad y fraternidad, proponiendo a todos las enseñanzas de su Doctrina Social.

Es la Iglesia que, como Pueblo de Dios, abraza a todos los pueblos y lleva a todos los hombres el anuncio del Evangelio, porque en el rostro de cada persona está impreso el rostro de Cristo.

Esta es la raíz más profunda de la dignidad del ser humano, que debe ser siempre respetada y tutelada. Sus fundamentos no son los criterios de eficiencia, de productividad, de clase social, de pertenencia a una etnia o a un grupo religioso, sino haber sido creado a imagen y semejanza de Dios y, en última instancia, ser hijo de Dios.

Esta sublime dignidad debe ser reconocida en los hechos concretos, con el amor preferencial por los pobres, que son la “segunda Eucaristía” del Señor.

Por Guzamán Carriquiry, secretario encargado de la Vicepresidencia de la Comisión Pontificia para América Latina
Artículo originalmente publicado por Tierras de América

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