Memoria viva de la historia más sagrada, escuela de fe y de virtudes
Campaña de Cuaresma 2025
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“El Vía Crucis –afirmaba Benedicto XVI al término del rezo del Vía Crucis en el Coliseo Romano, en al anochecer del Viernes Santo- es el camino de la misericordia. Es el camino de la bondad, de la verdad, de la valentía, del amor. No es simplemente una lista de lo oscuro y triste del mundo, no es tampoco un moralismo ineficiente, y no es un grito de protesta que no cambia nada; por el contrario, es el camino de la misericordia, la misericordia que pone un límite al mal. Es el camino de la misericordia y así es el camino de la salvación. Y nos invita emprender el camino de la misericordia y a poner con Jesús un límite al mal”.
El Vía Crucis es, en efecto, amigos, memoria viva de la historia más sagrada, escuela de fe y de virtudes e interpelación para el compromiso y el testimonio de la vida cristiana. Es contemplar y mirar al que atravesaron. Es reproducción vivida, escenificada y sentida de los misterios de la pasión y muerte de Jesucristo. Es compartir y completar en nosotros lo que le falta a la Pasión de Cristo.
Es inmersión en la historia de fe y de devoción del pueblo cristiano. Es apurar la compañía de Jesús y pregustar y presentir los mismos sentimientos de Cristo, Quien a pesar de su condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios, despojándose de su rango, actuando con un hombre cualquier y sometiéndose a una muerte y muerte de cruz.
El Vía Crucis es celebrar y anticipar la Pascua. Es hogar de contemplación y unción. Es escuela de perdón, de arrepentimiento y de conversión. Es horno de caridad. Es hontanar de vida y de compromiso. Es fuente de transformación y de apostolado. Es una de las más bellas plegarias que ha brotado del alma del pueblo fiel y una de las más extraordinarias, oportunas y fecundas praxis de Cuaresma.
El Vía Crucis es la Vía Dolorosa jerosolimitana, traspasada y trasplantada a nuestros templos, a nuestras comunidades, a nuestras calles y a nuestras plazas. Es recorrer las estaciones del dolor y del amor más grandes: del Pretorio de la condena nuestra de cada al jardín de la vida y del sepulcro abierto, vacío y resucitado; del Getsemaní del Cristo y del hombre que permanecen en agonía hasta el final de los tiempos hasta la tumba florecida en la Pascua sin ocaso.
Artículo originalmente publicado por Revista Ecclesia