Esta película del irlandés John Michael McDonagh sigue suscitando interesantes polémicas. Hay quien ve la botella medio llena y quien la ve medio vacía. Recordemos brevemente su argumento: James (Brendan Gleeson) es un viudo convertido en sacerdote católico, párroco en un pueblo costero del condado de Sligo. Un día recibe en el confesonario a un inquietante penitente. Este relata cómo fue sistemáticamente violado por un sacerdote pederasta durante su infancia. Ahora, tras una existencia traumática, ha decidido vengarse.
Y él, el bueno del Padre James, va a ser la víctima expiatoria. Dentro de una semana va a ser asesinado en la playa. El sacerdote se queda perplejo. Sabe que la amenaza viene de un parroquiano, pero por la voz no tiene certeza absoluta de quién se trata. Después de hablar con su vicario parroquial y con su Obispo decide seguir viviendo el día a día con toda normalidad, sabiendo que una de las personas a las que trata cotidianamente es su potencial asesino.
En España, el debate está servido: en El Cultural, Juan Sardá ve el film como una metáfora de “la debacle moral de la sociedad irlandesa”, tras lo que el crítico de cine define como “la caída de su institución más emblemática”, en referencia a la Iglesia católica. Reconoce que se trata de “una buena película sobre el perdón y la ira”. Por el contrario, María Guerra, de La Ser, piensa que precisamente el perdón es lo peor de una película que considera superficial. Para ella el tema importante es la pederastia y no es suficientemente afrontada: “La pederastia queda como chispa de ignición que el cineasta solventa con una facilona llamada a la recuperación del perdón”.
Quizá es Carlos Boyero el que en El País ofrece una lectura más integral de la película, aunque ciertamente desesperanzada. “Todo el mundo se siente solo y perdido. Mejores o peores, cínicos y sinceros, ricos o supervivientes, vengativos o resignados, todo el personal necesita mostrar o sugerir sus demonios a un hombre que se queda sin respuestas, que se siente tan acorralado como ellos”.
La pregunta interesante es precisamente esta: “En la película ¿hay esperanza o no?” Creo que hay dos formas de responder. Una de ellas parte del análisis del personaje de James, y reconocer que la existencia de hombres como él, “profundamente humano, legal, inteligente, en posesión de fe de la buena, que sabe escuchar a los demás, que sabe mucho del miedo, el dolor y la perdida”, como escribe Boyero, es ya motivo de esperanza frente a la mentira del mundo. La otra posible respuesta parte del final de la película, protagonizado por la hija del sacerdote, y deliberadamente abierto. Esa apertura, sin embargo, difícilmente se puede entender en una clave que no sea de perdón, como sugería Juan Sardá.
Aunque la película es un elogio del buen sacerdote, ciertamente es incómoda la cuestión de la pederastia como ya he comentado en otro lugar (http://www.pantalla90.es/2015/calvary/). Pero pienso que la intención de McDonagh no es tanto hacer un análisis de ese tema, como hacer una indagación en la naturaleza humana y en “la mejora” de la misma que supone vivir de una fe sincera. Aunque lleve a la muerte como le ocurrió al mismo Cristo. Es de agradecer, en cualquier caso, que se estrenen películas que fomenten el análisis y la reflexión.