La ceremonia de la beatificación tendrá lugar en la ciudad de Nyeri, Kenya, el próximo 23 de mayo de 2015
La hermana Joan Agnes Matimu, superiora provincial de las Misioneras de la Consolata, que reside en la localidad bonaerense de Moreno, informó a AICA que el papa Francisco autorizó la beatificación de sor Irene Stefani, una de las primeras misioneras de la Consolata, “que recorrió los senderos de la caridad heroica hasta entregar su propia vida por la difusión del Evangelio”.
Había nacido en Anfo, Brescia (Italia), el 22 de agosto de 1891 y falleció a los 39 años de edad, el 31 de octubre de 1930, en Ghekondi (Kenya), víctima de la peste que adquirió asistiendo a enfermos con ese mal.
La ceremonia de la beatificación tendrá lugar en la ciudad de Nyeri, Kenya, el próximo 23 de mayo de 2015.
Una vida entregada a Dios y a la obra misionera
El 19 de junio de 1911, a los 20 años de edad, Irene dejó su pueblo natal en la provincia de Brescia (Italia), donde ya se la conocía como “el angel de los pobres”, y se dirigió a Turín donde se hallaba el padre José Allamano, quien en 1901 había fundado el Instituto de los Misioneros de la Consolata, y en 1910 el de las Hermanas Misioneras de la Consolata. El padre Allamano la recibió en el pequeño grupo de las primeras jóvenes deseosas de entregar su vida a Dios para la obra misionera.
Acabada su preparación, hacia finales de 1914 aceptó el mandato para las misiones de Kenya, consciente de las dificultades que la esperaban.
En enero de 1915 llegó a Kenya, donde experimentó la pobreza extrema, la fatiga y la soledad, y tuvo que hacer el esfuerzo para aprender un idioma nuevo, penetrar en una cultura muy diferente, deshacer prejuicios.
A los pocos meses de su llegada a Kenya, la primera guerra mundial hizo sentir sus efectos en las colonias inglesas y alemanas y afectó directamente a numerosos misioneros y misioneras presentes en Africa Oriental.
A partir de agosto de 1916, sor Irene se desempeñó como enfermera de la Cruz Roja en Kenya y Tanzania, en los grandes hospitales de campo levantados por los “carriers”, los trescientosmil y más indígenas movilizados por los ingleses para defender y ensanchar sus fronteras. Con piedad y abnegación pasó días y noches en las grandes carpas donde se amontonaban hasta dos mil enfermos y heridos. En aquellas miserables condiciones faltaba de todo pero sor Irene suplía la falta de remedios y de asistencia médica multiplicando gestos de caridad y de cercanía afectuosa y maternal a cada uno de esos pobres jóvenes.
Al finalizar la guerra Irene volvió a Kenya entre sus Agikuyus (la tribu Kikuyu) y se entregó totalmente a la obra de evangelización con inagotable espíritu apostólico. Fue maestra, enfermera, partera, visitadora familiar y a todos llevaba amor y gestos concretos de solidaridad. Tanto es así que la gente empezó a llamarla “Nyaatha”, que significa “la madre toda misericordia”.
Al cumplir 39 años de edad, frente a las incalculables necesidades de la obra misionera y siempre más consciente de su pequeñez, Sor Irene sintió la llamada interior a ofrecer a Dios el sacrificio supremo de su vida. Dos semanas después de su ofrecimiento, asistiendo a un enfermo de peste que murió entre sus brazos, contrajo la misma enfermedad que en pocos días la llevó a la muerte, víctima de su caridad heroica. Era el 31 de octubre de 1930.
En cuanto se difundió la dolorosa noticia de su muerte, la gente aturdida y consternada acudió en masa a la misión para ver por última vez su rostro, superando el supersticioso temor hacia los muertos, aún muy arraigado en aquel tiempo. “Ha muerto una santa” era la voz de sus africanos.
Más de medio siglo después las diócesis de Nyeri (Kenya) y de Turín pidieron a la Congregación para las Causas de los Santos el reconocimiento de las virtudes heroicas de Sor Irene Stéfani. En 1984 se abrió el proceso de canonización y se eligió postulador de la causa el padre Gottardo Pasqualetti, Misionero de la Consolata.