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En el fondo, ¿qué es “eso” del pecado?

Mujer con cadenas rotas

© osinconfidentes.com

Aleteia Team - publicado el 09/03/15

Pecado original, personal, venial, mortal, capital... ¿Qué quiere decir todo eso?

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¿Qué es el pecado?

El concepto de pecado es bastante simple: básicamente, el pecado es un acto de egoísmo exagerado. Es preferirse a uno mismo y anteponerse a Dios y a los demás, cediendo a las pasiones desordenadas que nos ponen en el centro de nuestra existencia y negando nuestra naturaleza, que sólo se completa cuando se abre al prójimo y a Dios.

El pecado es el rechazo a instaurar con Dios y con los otros una relación de amor. El pecado es un «cerrarse a las criaturas» y «rechazar al Creador». En general, el pecador sólo desea los placeres proporcionados por las criaturas, y no necesariamente quiere rechazar al Creador.

Pero, al dejarse seducir por las satisfacciones fugaces proporcionadas por las criaturas, el pecador, implícitamente, está actuado contra el amor del Creador, pues siente que el placer terrenal no le llena, pero aún así, no se resiste a él.

Por eso, el pecado hiere al propio pecador, apartándole de la plenitud ofrecida por Dios. Y por ello, el pecado ofende a Dios: no porque Dios, como tal, se vea afectado, sino porque nosotros mismos, al pecar, nos disminuimos ante la grandeza que Dios nos ofrece.

Para Jesús, el pecado nace en el interior del hombre (cf. Mt 15, 10-20). Por eso, es necesaria la transformación interior, del corazón.

Para Jesús, el pecado es una esclavitud: el hombre se deja en poder del maligno, valorando falsamente las cosas de este mundo, dejándose arrastrar por lo inmediato, por las satisfacciones sensibles, que no sacian nuestra sed de amor y de plenitud.

¿Qué tipos de pecado hay?

1 – El pecado original es la herencia que todos recibimos de nuestros primeros padres, Adán y Eva: ellos desconfiaron del amor de Dios Padre y cedieron a la tentación de dejarlo fuera se sus elecciones personales. Como hijos de una humanidad que perdió la inocencia, todos nosotros nacemos con la naturaleza caída de pecadores y necesitamos la gracia de Dios, mediante el sacramento del bautismo, para purificar nuestra alma.

2 – El pecado actual o personal es el que cometemos como individuos, voluntaria y conscientemente. Puede ser cometido de cuatro maneras: con el pensamiento, con las palabras, con las obras o con las omisiones. Y puede ser contra Dios, contra el prójimo o contra nosotros mismos. El pecado personal puede ser mortal o venial:

2.1. El pecado venial o leve es el que cometemos sin plena conciencia o sin pleno consentimiento, o con plena conciencia y consentimiento, pero en materia leve.

2.2. El pecado mortal o grave es el que implica tres factores simultáneos: plena conciencia, pleno consentimiento y materia grave.

¿Qué es materia grave y materia leve?

La «materia» es el «hecho» pecaminoso en sí. Es grave cuando hiere seriamente cualquiera de los diez mandamientos. Algunos ejemplos: negar la existencia de Dios, ofender a Dios, ofender a los padres, matar o herir gravemente a una persona, ponerse en grave riesgo de muerte sin una razón justa, cometer actos impuros, robar objetos de valor, calumniar, cometer graves omisiones en el cumplimiento del deber, causar escándalo al prójimo.

La materia leve es la que no hiere seriamente ninguno de los diez mandamientos, aunque consista en un acto contrario a alguno de ellos. Por ejemplo: robar es pecado, pero la gravedad de ese pecado tiene graves diversos. Robar diez centavos no suele perjudicar gravemente a la víctima del robo; pero el robo de una cantidad cuya pérdida perjudica a la víctima de modo considerable pasa a ser materia grave.

¿Cuáles son los efectos del pecado?

El pecado mortal mata la vida de la gracia en el alma, rompiendo la relación vital con Dios; separa a Dios del alma; hace que perdamos todos los méritos de las cosas buenas que hacemos; impide que el alma participe de la eternidad con Dios. ¿Como se perdona el pecado mortal? Con una buena confesión o con un acto de contrición perfecto, unido al propósito de confesarse en cuanto sea posible.

En cuanto al pecado venial, él debilita el amor a Dios, va enfriando la relación con Él, priva al alma de muchas gracias que ella recibiría de Dios si no pecase, facilita el pecado grave. ¿Como se quita el pecado venial? Con el arrepentimiento y las buenas obras, como oraciones, misas, comunión y obras de misericordia.

¿Y los pecados capitales, donde entran?

Los pecados capitales requieren especial atención porque son causa de otros pecados. Pueden ser veniales o mortales, dependiendo de las condiciones explicadas antes. Pero siempre son “cabezas” de nuevos pecados y de ahí viene el término «capital». Son siete:

– Soberbia: la estima exagerada de uno mismo y el desprecio a los demás.
– Avaricia: el deseo desmesurado de dinero y de poseer.
– Lujuria: el apetito y uso desordenado del placer sexual.
– Ira: el impulso desordenado al reaccionar con rabia contra alguien o algo.
– Pereza: la falta de voluntad en el cumplimiento del deber y en el uso del ocio.
– Envidia: la tristeza por el bien del prójimo, considerado como mal propio.
– Gula: la búsqueda excesiva del placer por los alimentos y la bebida.

¿Hay algún pecado que no puede ser perdonado?

Sí: el pecado contra el Espíritu Santo (cf. Mt 12, 30-32). ¿En qué consiste? En la actitud permanente de desafiar a la gracia divina; en cerrarse a Dios, en rehusar su mensaje. Esa actitud imposibilita el arrepentimiento. Y, como Dios respeta nuestra libertad y nuestro libre arbitrio, Él se deja obligar por nosotros a no perdonarnos, pues su perdón depende de nuestra aceptación voluntaria.

El pecado contra el Espíritu Santo se puede manifestar, por ejemplo, en la desesperación de la salvación, en la presunción de salvarse sin mérito, en la lucha contra la verdad conocida, en la obstinación en permanecer en el pecado, en la impenitencia final en la hora de la muerte.

Entonces, ¿cualquier otro pecado, sólo con quererlo sinceramente, puede ser perdonado?

¡Está claro! Dios quiere tanto nuestra plena realización con él que no dudó en morir en la cruz para redimirnos. Dios nos espera siempre con los brazos abiertos como un Padre que se olvida de todas nuestras ingratitudes, como Él mismo deja claro en la bellísima parábola del hijo pródigo (cf. Lc 15,11ss). ¡Basta con que queramos de verdad Su abrazo!

(Con extractos del libro «Jesucristo», del p. Antonio Rivero, LC)

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