El espectáculo grabado por un dron, a la espera de la marea del sigloOcurrió el 21 de marzo de 2015, cuando se produjo la marea del siglo. Fue una ocasión única para descubrir Mont Saint-Michel. Cuando el coeficiente de la marea supera 110 (sucede unos veinte días al año), el Monte vuelve a quedar por unas horas aislado del continente. Pero en el próximo equinoccio, el coeficiente llegará a 118, y para una situación parecida habrá que esperar al 25 de marzo de 2073.
La ciudad-santuario de Mont-Saint-Michel “a orilla del mar”, según la describió hace tiempo Franco Cardini en Avvenire, es sin duda uno de los lugares más fascinantes e inquietantes del Viejo Continente. En las horas de marea baja es el cúlmen vertiginoso de un promontorio bajo entre Bretaña y Normandía – 22 km al oeste de la ciudad de Avranches – mientras que en las horas de marea alta, las aguas del Atlántico lo trasforman en una isla, separándolo de tierra.
En él se edificó, en el siglo XIV, uno de los más bellos ejemplos de la arquitectura gótica francesa. Pero el santuario dedicado al arcángel Miguel, que corona el Monte y alrededor del cual hay muchas leyendas, tiene de verdad un lugar central en nuestra historia.
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Durante siglos, desde el nacimiento del cristianismo, los santuarios más célebres y las metas de peregrinación de la fe permanecieron (aparte de Roma) en Oriente. Jerusalén y Constantinopla naturalmente, pero también los grandes centros sagrados armenios, anatolios, egipcios. Las áreas sagradas más cercanas a Occidente eran, no por casualidad, las del sur de Italia, durante siglos parte del universo bizantino.
Pero gradualmente, las Iglesias occidentales – antes, quizás, la céltica entre Bretaña e Irlanda, después con mayor decisión la romana – comenzaron a implantar a su vez santuarios dotados de una sacralidad autóctona, “original”.
En la base de esta renovación encontramos precisamente, a partir de inicios del siglo VIII, el culto miquelita de Mont-Saint-Michel; más tarde, a raíz de varias traslaciones de reliquias y a diversos episodios milagrosos, se establecieron en la Europa occidental los santuarios de la Virgen en Le Puy y en Chartres, de la Preciosísima Sangre en Mantua y en Fécamp, de san Miguel en Piamonte, de Santiago en Compostela, de san Marcos en Venecia, de santa María Magdalena en Vézelay, de los santos Pedro y Marcelino en Seligenstadt, de san Nicolás en Bari, de la Santa Túnica en Argenteuil; mientras que se consolidaba también la peregrinación a la tumba de Carlomagno en Aquisgrán.
Nacía así la Europa de las peregrinaciones, los centros de la que surgieron una compacta red de caminos, entre ellos los conocidos en Italia con el nombre de Via Francigena y en España de Camino de Santiago. Mont-Saint-Michel se puede considerar, por tanto, como el primero de los grandes santuarios de peregrinación occidentales.
Pero sus orígenes, como centro sagrado, son ciertamente precristianos. En ese arduo promontorio batido por vientos oceánicos y como suspendido entre el cielo, la tierra y el mar, estaba arraigado un culto al dios céltico Belenos: queda memoria de ello quizás en los topónimos Tombelaine y Mont Tombe.
En la edad romana tuvo lugar una síntesis cultual entre la divinidad céltica Belenos y la persa de Mitra, muy adorado especialmente en las legiones romanas y en cuyo centro de su culto mistérico estaba el taurobolion, el sacrificio de un toro sagrado.
Más tarde, algunos ermitaños cristianos vinieron a establecerse en los alrededores: entre ellos, la tradición afirma que llegó, desde una de las capitales de la vida espiritual galo-romanas, Poitiers, el evangelizador de la zona, san Paterno (a quien los franceses llaman saint Pair) quien, antes de convertirse a mitad del siglo VI en obispo de Avranches, fundó allí un monasterio.
Un sucesor suyo, san Auberto, recibió en sueños, en el año 708, la orden del arcángel Miguel de construir en su honor un monasterio en el Mons Tumba. Después de muchas solicitudes, el buen obispo se puso a buscar el lugar, que reconocería por un toro que había sido robado y escondido allí.
El santuario fue fundado: y Auberto envió mensajeros a Puglia para que llevaran desde el Monte Gargano (entonces el más célebre santuario del arcángel, pero situado en un contexto bizantino) una reliquia de san Miguel (llegó, en efecto, un fragmento del manto del arcángel).
En el año 870 tenemos el primer testimonio seguro de una peregrinación a Mont-Saint-Michel y a la tumba de san Auberto: nos la procuró el monje Bernardo, célebre autor de un Itinerarium, un relato de viajes.
Posteriormente, el noruego Rollón, jefe de una banda de piratas daneses, decidió establecerse en esa zona, y se convirtió – por concesión del rey de Francia – dux Normannorum y también protector del santuario. Desde entonces, Miguel se convirtió en santo nacional de los normandos.
En la línea de los tres grandes santuarios del Monte Gargano, de San Michele «della Chiusa» (la Sacra) y de Mont-Saint-Michel se constituyó el eje principal de la peregrinación en honor al arcángel en la época medieval. Entrecruzado con las peregrinaciones a Roma, Jerusalén y Compostela, y también con los marianos y otros de menor importancia, este eje constituyó entre los siglos VIII y XIII la columna vertebral de la autoconciencia identitaria de la Europa cristiana.