El género aunque siempre cargue las tintas en el aspecto maléfico de la cuestión, su mera presencia implica la existencia de lo divino
El cine de terror siempre ha sido un valor seguro. Resulta interesante preguntarse por qué nos gusta pasar miedo. El reciente estreno de La mujer de negro: El ángel de la muerte, la inminente llegada de Paranormal Activity 5 y el éxito garantizado de las secuelas de Insidious o Expediente Warren solo corroboran dos cosas: que el miedo es rentable y que lo es porque a un sector nada desdeñable de la población le gusta pasar miedo. Tal vez se deba a que, como decía Stanley Kubrick, las historias de fantasmas son esperanzadoras porque invitan a pensar que hay algo más allá de esta vida.
Es curioso, no obstante, que aunque el cine de terror, por definición, parte de la premisa de que existe un mundo espiritual, muchos de sus artífices son ateos convencidos o como poco agnósticos que no apostarían su nómina a la existencia de algo más allá de la vida terrenal. James Watkins, director de La mujer de negro (la primera, no su desigual secuela), dijo no estar muy seguro de la vida más allá de la muerte, “pero entiendo la fascinación del ser humano por saber qué hay después”.
Guillermo del Toro, en una de sus mejores cintas sobre fantasmas, El espinazo del diablo, esquivaba la cuestión cuando en su película definía qué es un espectro: “Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez, un instante de dolor, quizás algo muerto que por momentos parece vivo, un sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en el ámbar”. Como se puede apreciar, ni una sola mención a lo espiritual, a lo extraordinario o a Dios.
El director catalán Jaume Balagueró ha dirigido dos interesantes películas de terror, Darkness y Frágiles. Son largometrajes dependientes aunque autónomos. Dramáticamente la una no tiene nada que ver con la otra pero narrativamente son dos películas complementarias que se ayudan la una a la otra. Darkness resulta mejor película cuando hemos visto Frágiles. Las dos son películas de fantasmas, la primera es algo más agnóstica sin embargo, en la segunda ocurre algo insólito, su personaje principal, una atea convencida, terminará el relato admitiendo que existe “algo” más allá, una revelación sorprendente viniendo de un cineasta como Balagueró. Y en Insidious 2, cuando sus personajes penetran en el oscuro y siniestro mundo de lo sobrenatural, un personaje teóricamente muerto dirá: “yo también he oído hablar de un sitio maravilloso…”.
Lo significativo de todo esto es que todas las películas citadas son películas de terror muy bien hechas. Lo cual no significa que para hacer buenas películas de miedo haya que ser ateo. M. Night Shyamalan, director de El sexto sentido, no es un cineasta religioso aunque sí que ha admitido ser un realizado espiritual. William Friedkin, director de El exorcista, consideraba que su película tenía como mínimo dos lecturas: Una para agnósticos y otra para católicos, pero en ambos casos planeaba la cuestión del bien y del mal, más allá de lo abstracto de los conceptos.
El cine de terror, a su modo, lo que hace es precisamente esto, representar conceptos abstractos: el bien, el mal, el cielo, el infierno, Dios, Satanás. De hecho, el género aunque siempre cargue las tintas en el aspecto maléfico de la cuestión, su mera presencia implica la existencia de lo divino. Si existe el mal también debe existir el bien, eso lo sabe hasta un ateo. Y si existen las manifestaciones diabólicas también deben de existir las manifestaciones celestiales. Y de hecho, si en el cine de terror al final el bien vence al mal es única y simplemente porque Dios existe.