Cuando un hijo presenta una discapacidad, hay que tener la esperanza de que en el futuro todo dolor se convertirá en alegría: P. Eduardo Mercado.
Cuando un matrimonio aguarda la llegada de un bebé, en los padres suelen generarse expectativas, ilusiones, sueños; sin embargo, en caso de enterarse de que su hijo padece de alguna discapacidad, la perspectiva cambia, pues el nuevo ser requerirá de un tipo de cuidados especiales, además de que los esfuerzos que se realizarán para su desarrollo deberán multiplicarse y quizás éstos no bastarán para que pueda hacer su vida a la par de otros.
Es esta la realidad de muchos padres de familia que, sin embargo, han encontrado un nuevo sentido a la vida a partir de su inesperada circunstancia. Al respecto, la señora Marisela Cuellar Olvera, madre de Felipe, quien hace 30 años nació con discapacidad intelectual, habla sobre su caso.
Refiere que cuando supo que su hijo tenía discapacidad intelectual, pensó que no iba a poder con la responsabilidad, sobre todo porque Felipe enfermaba fácilmente. “Los primeros años fueron muy difíciles; debes tener determinados cuidados con tu hijo, darle mucha estimulación y procurarle una alimentación especial, entre otras cosas; además hay que recurrir a instituciones que te apoyen en su desarrollo. Debido a las condiciones de Felipe, yo tuve que recorrer varias guarderías y posteriormente escuelas, tanto públicas como privadas, hasta lograr que lo recibieran”.
Aseguró que de las cosas más difíciles que tuvo que vivir en un inicio fueron sus experiencias con algunos especialistas, quienes lejos de orientarla emitían opiniones carentes de juicio, como decirle que lo mejor era pedirle a Dios que se lo llevara, pues de lo contrario tendría que batallar mucho y jamás lograría su integración y desarrollo en la sociedad.
“Afortunadamente recibí el apoyo de toda mi familia, de especialistas muy profesionales y de la Iglesia, de la cual yo vivía bastante alejada hasta que Felipe nació; comencé entonces a acercarme a ella, y cuando Felipe estuvo en edad de recibir su Primera Comunión pregunté por los requisitos a un sacerdote, quien me dijo que era yo, y no mi hijo, quien necesitaba una preparación, por lo que comencé a evangelizarme y luego a prepararme para impartir catequesis. Lo primero que encontré fue a Dios; me sentí amada por Él y sobre todo sentí ese amor de Dios hacia mi hijo. Tengo ya 24 años como catequista; 14 de ellos en Catequesis Diferencial de la Arquidiócesis de México (CADIAM)”.
La señora Marisela Cuellar asegura estar convencida de que todos los seres humanos tenemos un propósito en el plan de Dios, un propósito que no se alcanza a ver al inicio del camino, y que en su caso pudo apreciar después de un largo recorrido junto a su hijo, el resto de su familia y sus compañeros de Catequesis, al darse cuenta de que Felipe la había ayudado a crecer espiritualmente y a compartir con todos este crecimiento.
“Adoro ver su sonrisa, sentirlo vivo, ver cómo puede relacionarse con los demás y transmitirles sus sentimientos y emociones; estoy orgullosa de él, y siento una gran felicidad cuando lo veo participar en la Celebración Eucarística. Me siento afortunada de tener a Felipe, mi compañero de toda la vida, juntos enfrentamos con alegría las más distintas situaciones; mi impaciencia la transforma en paciencia, mis miedos en fortaleza y mi tristeza en alegría”, finalizó
Sobre el tema, el P. Eduardo Mercado, director de la Comisión de Catequesis de la Arquidiócesis de México, comentó que los padres de familia que se ven frente a este tipo de situaciones, comúnmente reciben de inicio un impacto fuerte y se cuestionan muchas cosas; tardan en asimilar la circunstancia y darse cuenta de que dentro de la discapacidad se puede llevar una vida plena, sobre todo buscando una orientación adecuada.