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¿Por qué a las mujeres les gusta «Cincuenta sombras de Grey»?

Fifty Shades of Grey 02 – movie – es

© Universal Studios

Feliciana Merino Escalera - publicado el 27/02/15

La sumisión sexual nos muestra hasta qué punto estaría dispuesta a ceder una mujer contemporánea

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No debe sorprendernos que la película Cincuenta sombras de Grey haya generado tanta expectación. La novela en la que se basa es uno de los éxitos editoriales más importantes de la literatura del momento, con más de 40 millones de copias vendidas en todo el mundo.

Ante un fenómeno de estas características, el interés mediático ha sido evidente y yo misma he podido leer diversos acercamientos a la obra cinematográfica y a la novela que, con mayor o menor acierto, intentan explicarnos bien su calidad como película, analizarla desde el punto de vista moral, advertirnos de sus consecuencias sobre los jóvenes o, incluso, señalarla como un riesgo por su invocación de las fuerzas del mal.

También se han hecho algunos juicios a costa de esta obra sobre la relación entre la ficción y la realidad, especialmente a partir de la pregunta sobre si la novela traslada al ámbito del pensamiento un juicio condenatorio de la mujer y su dignidad.

Sin embargo he echado de menos, entre toda esta variedad de opiniones, una reflexión sobre un hecho evidente y decisivo: ¿por qué ha gustado tanto la novela, incluso desbancando a sagas tan populares como Crepúsculo o Harry Potter?

Lo cierto es que es una obra que bien podría clasificarse dentro del género romántico, con un alto contenido sexual que no la convierte por ello en pornográfica: una novela rosa, una historia de amor con final feliz.

En cuanto a la película, ya se ha anunciado que las siguientes entregas, de las que esta primera parte es, con independencia de todo juicio teórico o moral, uno de los peores trabajos cinematográficos que he visto nunca, seguirán la trama del original literario.

Mi impresión es que el éxito de esta trilogía pone de manifiesto que la mujer contemporánea vive, en general, insatisfecha, como ya he indicado en otras ocasiones, y que el lugar que ocupa en nuestras sociedades no es el que de verdad desea. La manera en la que se ha ideado la incorporación de la mujer al mercado laboral ha sido una terrible trampa.

Ahora no podemos salir de ella porque el sistema económico ha adaptado la economía al incremento de los ingresos en las familias pero, además, hemos tenido que adaptarnos nosotras también volviéndonos competitivas, agresivas y en muchos casos siendo obligadas a renunciar a la maternidad, que se ha convertido en un factor casi excluyente en el entorno económico.

Queriendo satisfacer el justo deseo de ser libres y gozar de la suficiente autonomía, nos hemos visto arrastradas por un modelo social que ahoga nuestros anhelos más profundos y nos convierte en mecanismos del sistema productivo.

Cincuenta sombras de Grey ha sabido sacar a la luz, como novela romántica, uno de los deseos más profundos de, me atrevería a decir, toda mujer: la necesidad de sentirse y saberse querida, de ser lo más importante para un hombre, el centro de toda su existencia.

Este efecto está muy bien conseguido en el primer volumen de la trilogía (con mucho el más vendido) y aderezado con la pasión que despierta en Anastasia un hombre atractivo, poderoso, con éxito, dinero y también envuelto en un inquietante misterio.

Este deseo, que no es ni mucho menos propio de un tiempo concreto, está hoy especialmente ahogado bajo el peso de las ideologías y encuentra en las lecturas románticas un agujero por el que manifestarse.

Porque en la vida real las mujeres no nos dejamos querer así, porque ser el centro de la vida de un hombre significa, también, comprometerse en un amor cuyas consecuencias vitales y sociales (matrimonio, hijos, fidelidad, etc…) son menospreciadas por los discursos dominantes.

La ingente carga de ideología de género que se nos quiere imponer para que neguemos nuestros propios sentimientos y transformemos nuestras metas vitales en aquellas que dicta
el poder provoca en las mujeres una huida hacia mundos que permitan soñar y dar rienda suelta a nuestra mente, para imaginar una vida que podría ser mejor, más intensa o simplemente diferente.

Entonces aparece una novela de discutible calidad pero que presenta de modo franco y directo todos los perfiles típicos a los que hemos renunciado por la presión social.

Por ese mismo motivo concentrarse en los aspectos morales o sexuales del texto me parece poco relevante si queremos de verdad entender la importancia que ha llegado a tener la novela, y de alguna manera suponen una mirada reducida sobre la misma mujer.

Desde mi punto de vista la sumisión sexual, en muchos momentos brutal, a la que Anastasia se presta, nos muestra hasta qué punto estaría dispuesta a ceder una mujer contemporánea como la protagonista de la novela, cuando encuentra un hombre con la fuerte personalidad de Grey que está dispuesto a cambiar su vida para convertir a una mujer en el mismo núcleo de su existencia.

Así el poder de Anastasia  termina por ser esclavitud, como un coste a pagar por el sueño de un amor verdadero que parece a casi todas, a día de hoy, una quimera.

En su intento desesperado por encontrar un amor verdadero, Anastasia y Grey se devoran, porque ninguno de ellos puede darle al otro lo que espera de él, o de ella.

Es la paradoja del amor entre el hombre y la mujer que expresó con tanta belleza el poeta Rainer María Rilke: «dos infinitos que se encuentran con dos límites, dos infinitamente necesitados de ser amados que se encuentran con dos frágiles y limitadas capacidades de amar. Y sólo en el horizonte de un amor más grande no se devoran en la pretensión, ni se resignan, sino que caminan juntos hacia una plenitud de la cual el otro es signo.»

Me pregunto si los hombres no sentirán este mismo vacío al tener que vivir, ellos también, en la soledad de nuestro mundo.

Serían dignos de lástima si tomaran como modelo de masculinidad al señor Grey, y también nosotras si sólo podemos experimentar un amor humano verdadero bajo las condiciones de una relación en la que nos consumimos el uno al otro por carecer de un horizonte mayor para el cumplimiento de nuestras vidas.

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