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«El gran hotel Budapest»: Hablemos de amistad

Ramón Monedero - publicado el 27/02/15

Una película inspirada en el universo literario del escritor austriaco Stefan Zweig galardonada con 4 Oscar

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Stefan Zweig escribió que la única libertad que un individuo puede defender durante toda su existencia es la de uno mismo. Esto lo lleva haciendo a su modo Wes Anderson desde 1996, cuando se dio a conocer en todo el mundo con Academia Rushmore.

Durante todo este tiempo Anderson ha conseguido mantenerse al margen del sistema aunque sean numerosas las estrellas que, cada vez con más frecuencia, salpican sus largometrajes. 

Lo más cerca que el director de Life Aquatic ha estado de Hollywood fue en la pasada entrega de los Oscar a la que asistió porque su último film, El gran hotel Budapest, fue nominado a nueve galardones. Al final los académicos decidieron que la mejor película del año era la tramposa aunque vistosa Birdman

También salió bien parada Whiplast aunque sólo se llevara tres estatuillas y le robaran en su cara el Oscar al mejor guión adaptado. Sin embargo, El gran hotel Budapest tuvo que conformarse con cuatro galardones técnicos: mejor banda sonora, diseño de producción, maquillaje y vestuario.

Por otro lado, no resulta extraño que un film como El gran hotel Budapest haya sido poco menos que ninguneado en los Oscar. Siempre se ha dicho que Wes Anderson, pese a ser un norteamericano de pura cepa (nació en Texas), es un director demasiado europeo como para gustar en Estados Unidos. 

Más allá de su título, El gran hotel Budapest está inspirada en el universo literario del escritor austriaco Stefan Zweig, un singular y, como poco, pintoresco intelectual que en 1942 se suicidó convencido de que los nazis terminarían dominando el mundo.

Zweig fue un escritor muy popular en su época pero con el paso del tiempo su reconocimiento ha ido menguando progresivamente hasta convertirse en un completo desconocido para generaciones enteras. 

El autor de La confusión de los sentimientos fue un literato muy poco común que se caracterizaba por el concienzudo estudio psicológico de sus personajes (fueran ficticios o reales en las numerosas biografías que publicó) combinado con elaboradas y estudiadas técnicas narrativas.

Que El gran hotel Budapest se estrenara en la 64 edición de la Berlinale bajo la premisa de que estaba inspirada en la obra de Stefan Zweig no es que decepcionara, es que pilló con el paso cambiado a más de uno. 

El film nos cuenta una peculiar historia: Un joven escritor cuyo nombre nunca se menciona, pero intuimos debe ser una alter ego de Zweig, pasa unos días en un decadente hotel en la inexistente República de Zubrowka (en realidad Alemania). Allí, este joven escritor, interpretado por Jude Law, conoce a Moustafá, el dueño del hotel al que consigue interesar y convence para que le cuente cómo terminó siendo propietario del gran hotel Budapest. 

La película empieza aquí. Moustafá, antes de ser Moustafá, fue un “mozo portería” conocido como Zero. Como su propio nombre indica, este entregado botones era un cero a la izquierda y no valía nada, no contaba nada y nadie se percataba de su existencia salvo, contra todo pronóstico, Gustave H., un distinguido y cultivado conserje de dudosa moral que entablará con Zero una singular relación paterno filial. 

De esta forma, si al inicio del largometraje Zero no tenía experiencia, educación, ni familia, ni amigos y no digamos novia, al terminar será un joven que ya contará con una experiencia vital, con una novia y lo más importante, con un amigo y más aún, con un pasado, con una génesis de quién es y por qué. 

Al final, El gran hotel Budapest habla de muchas cosas, habla del amor, de la lealtad, de la guerra y de la codicia pero sobre todo, la película de Wes Anderson nos habla de la amistad.
Zero y Gustave terminarán recorriendo delirantes aventuras a propósito de un asesinato y una herencia, en ese orden. 

Y lo harán en un hilarante universo de colores chillones, marcados contrastes y un equilibrio escénico cuidado hasta el delirio. Ahí, en este cuidado y pictórico escenario reside el otro gran mensaje de El gran hotel Budapest, la melancolía con la que se contempla un tiempo pasado que, como reza la tradición, siempre parece que fue mejor, aunque la barbarie nazi estuviera acorralando a los presentes. 

El film de Anderson está narrado con la inexactitud y la exageración propia de una historia almacenada en nuestra cabeza durante años y alimentada por los idílicos recuerdos de unos buenos años de emoción, amor y aventuras.

Por esta razón El gran hotel Budapest es un film con un aparataje visual absolutamente excepcional. Desde su vestuario hasta sus decorados, pasando por la precisión digna de un cirujano de su puesta en escena la cinta ofrece un deleite visual de principio a fin. 

Sus colores, sus contrastes, sus sombras, sus luces y sobre todo sus numerosos detalles que van desde los guiños a la comedia sofisticada de Ernst Lubitsch a la complicidad de los Looney Tunes pasando de la honda reflexión sobre el ser humano a lo Ingmar Bergman a un burdo chiste de discutible gusto en una simple línea de guión hacen la película un título inmenso.

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