El recorrido que conduce a la tumba del apóstol continúa batiendo récords de afluencia de peregrinos
El camino que, según la tradición, recorrió el apóstol Santiago a través de la Península Ibérica no pasa de moda. Por el contrario, es cada vez más popular. Los números lo confirman: a excepción del año jubilar Xacobeo 2010, en el que recibió a 272.412 personas, el año 2015 ha sido el año en el que la Oficina del Peregrino de la Arquidiócesis de Compostela selló más credenciales: 262.379 en total, registrando un aumento de más de 10% con respecto a 2014.
De estos visitantes, la mayoría decidió visitar el Camino en los meses del verano, haciendo de la Ruta Jacobea un destino vacacional excepcionalmente popular en agosto (55.000 visitantes), en comparación con los meses de julio (45.000) y septiembre (38.000).
La temporada baja, además, comienza a mostrar números significativos de peregrinos en comparación con años anteriores, en los que su presencia era apenas simbólica, aunque estos meses continúan siendo especialmente atractivos para peregrinos que quieren emprender la ruta con algo más de soledad. La pregunta obligada es, sin embargo, la misma de siempre: ¿qué hace del Camino de Santiago un destino tan popular, incluso más allá de las fronteras del denominado turismo religioso?
Varias leyendas, una sola tradición
Los orígenes de la veneración de Santiago (una contracción de “Sanctus Iacobus”, en el latín original) en el norte de la Península Ibérica se hunden en el temprano siglo IX. En el año 813 comienza a correr en Galicia la leyenda de que el apóstol, habiendo evangelizado España, había sido enterrado en esas mismas tierras, después de haber sido condenado a muerte y decapitado en Jerusalén durante el reinado de Herodes Agripa I, cerca del año 44, de acuerdo al libro de los Hechos de los Apóstoles.
Un ermitaño –de nombre Pelayo- dijo haber visto una lluvia de estrellas –o unos resplandores en el cielo, o a ras de tierra, según otras versiones- sobre el bosque de Libredón, dando a Compostela su nombre: “campus stellae”, “el campo de las estrellas”. Algunas otras tradiciones, un tanto más escépticas, señalan que el nombre de Compostela procede más bien del latín “compositum”, cementerio, debido a que el lugar era ya un antiguo cementerio romano.
Un ermitaño –de nombre Pelayo- dijo haber visto una lluvia de estrellas sobre el bosque de Libredón, dando a Compostela su nombre: “campus stellae”, “el campo de las estrellas”.
En este bosque, continúa la leyenda, se hallaron tres sepulcros de piedra, correspondientes a los de Santiago (que contenía un cadáver con la cabeza bajo el brazo, en consonancia con lo narrado en el libro de los Hechos) y a sus dos discípulos más cercanos. Tras reconocer el hecho como milagroso, el obispo Teodomiro envió una comunicación al rey Alfonso II de Asturias y Galicia, quien mandó edificar una capilla en el lugar que inmediatamente se convertiría en un importante centro de peregrinaje.
Durante el reinado de Alfonso III, en 899, esta capilla fue convertida en un templo románico, pero no sería sino hasta 1075, durante el reinado de Alfonso VI, cuando la catedral de Santiago de Compostela que conocemos hoy comenzaría definitivamente a edificarse. Pero si Santiago murió decapitado en Jerusalén ¿cómo llegó su cadáver de vuelta a Galicia? La leyenda señala que sus discípulos le llevaron de vuelta cruzando el Mediterráneo y bordeando el Atlántico en una barca de piedra.
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