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¿El amor puede acabar?

Love – © Peter Nguyen – CC – es

© Peter Nguyen / CC

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Felipe Aquino - publicado el 22/02/15

Muchas separaciones se deben a identificar amor con emoción

¿Cuánto tiempo dura el enamoramiento en el matrimonio? O más bien, ¿cuándo comienza a desmoronarse? Hasta hace poco, se pensaba que las primeras crisis llegaban después de siete años de “feliz” convivencia. Luego, el tiempo se acortó, y el plazo de su validad se redujo a cinco años.

Últimamente, una encuesta realizada por la Universidad de Wisconsin, en Estados Unidos, con aproximadamente 10.000 parejas, descubrió que el enamoramiento no sobrevive más de tres años (y coincide con otro estudio realizado en el Reino Unido, entre 2.000 parejas).

“La pasión eterna sólo existe en la ficción”, afirma el psicólogo Bernardo Jablonksi, autor del libro Hasta que la vida nos separe: la crisis del matrimonio contemporáneo. Sin embargo, las diversas separaciones que él atravesó pueden provenir del hecho de haber identificado el amor con la emoción: “En la pasión se sufre, se deja de alimentar, no se puede dormir. No puede durar”.

A esa misma conclusión llegó otro psicólogo de renombre, Aílton Amélio. Basado en el principio de que todo en la vida necesita ser alimentado para que no muera, concluyó: “El enamoramiento puede terminar, necesita ser nutrido por los hechos. Es como ir en moto: si paras, caes”.

Refiriéndose a su película ¿Cuánto dura el amor?, estrenad en 2009, el cineasta Roberto Moreira presenta la solución del enigma: “Tal vez el mejor título sería “¿Cuánto dura la pasión?”, porque el amor sólo existe cuando la pareja deja de ser una proyección nuestra”.

Viene siendo habitual afirmar que la palabra amor es la más sobrevalorada del planeta. Dice todo y no dice nada. Puede ocultar un egoísmo tan atroz que su fruto es la desesperación y la muerte.

Sin embargo, para los cristianos, su realidad resplandece como el sol. Quien encontró su pleno significado fue el evangelista san Juan. ¿Por qué él es el único de los apóstoles que, más veces, se declara el “discípulo amado” por Jesús?

La respuesta es simple y deslumbrante: porque fue él quien escribió la página más conmovedora de la Biblia e hizo el descubrimiento más revolucionario de la historia: “Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4,16).

Pero, ¿qué es el amor? La respuesta de san Juan es: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él.

En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,9-10).

Para san Juan, amar es dar lo mejor que existe en el corazón humano –sin duda, fruto del sacrificio– para que la persona que está al lado tenga una vida digna y plena. De la misma manera que hace Dios, que ofrece lo más valioso que tiene: a su Hijo Jesús.

Amar es salir de sí mismo, es vaciarse de los intereses personales para que el otro se libere y avance, en su sentido más verdadero y profundo.

Por eso, el amor exige autodominio y heroísmo, al pedir que nos coloquemos frente a cada persona independientemente de las emociones, las heridas, los apegos y los prejuicios que se anidan en nuestro corazón. Amar es tomar siempre la iniciativa: “No somos nosotros quienes amamos a Dios, sino que fue Él quien nos amó y envió a su Hijo”.

El amor humano, aunque es bonito, misterioso y arrebatador, no es suficiente para llenar el espíritu humano. Siendo indispensable para iniciar un matrimonio, es insuficiente para mantenerlo en pie toda la vida: “El hecho de ser amados por Dios nos llena de alegría. El amor humano encuentra su plenitud cuando participa del amor divino, del amor de Jesús que se entrega solidariamente por nosotros en su amor pleno hasta el final” (Documento de Aparecida, 117).

Lo que puede acabar, a veces, con rapidez y sorprendentemente se transforma en lo contrario, es la emoción, el sentimiento, la emotividad. Pero el amor verdadero nunca termina, simplemente porque se identifica con Dios. En esa simbiosis divina, el amor adquiere la fisionomía de Dios: paciente y servicial, humilde y perseverante, misericordioso y gratuito: “Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. (Cf. 1 Cor 13, 4-7).

Por don Redovino Rizzardo, obispo de Dourados 

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