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Los 21 egipcios que fueron secuestrados y decapitados en la playa de Libia sabían que vivían en peligro. Pero sintieron que no tenían mucha opción salvo dejar sus ciudades empobrecidas para poder mandar dinero a sus familias.
Muchos se fueron con la sensación de que Dios los cuidaba.
Ahora, sus familias están en pobreza extrema, sabiendo que sus hombres nunca volverán a casa.
La corresponsal del Wold Post en Oriente Medio, Sophia Jones, visitó a sus afligidas familias en la ciudad de Al Aour, alrededor de tres horas al sur de El Cairo, lugar de procedencia de muchos de los hombres.
Había una “amenaza constante” de secuestro y violencia en Libia, dijo la viuda de Hani Aziz , de 32 años, que había trabajado en la convulsa ciudad durante ocho meses. Pero Aziz necesitaba el dinero para sustentar a Magda, de 29 años, y a sus hijos.
Como otros, Yousef Shoukry, de 24 años, puso su confianza en Dios. Su madre, Theresa, le dijo a Jones que su fe le dio el valor de ir a Libia enfrentando el peligro. “Tengo un solo Dios, es el mismo aquí y allá”, recuerda oír decir a Yousef.
El ISIS en Libia, dice el reportaje de Jones, estaba “empeñado en humillar y lastimar” cristianos.
Aunque la mayoría de las personas asesinadas en el Estado Islámico han sido musulmanes, un reciente video de propaganda del grupo se aseguró de amenazar el cristianismo como religión. El hecho de que los 21 hombres fueran egipcios los hizo volverse objetivos más buscados: ciudadanos de un país de mano dura con los islamistas tanto dentro de sus propias fronteras como dentro de Libia.
Algunos de los hombres llamaron a casa en Año Nuevo, y algunos planeaban viajar a casa para las vacaciones. Una familia recuerda haber dicho a su ser querido que fuera con cuidado porque los islamistas podrían estar fichando cristianos en esa época. La familia pensó que estaría más a salvo quedándose quieto que viajando por las peligrosas carreteras de vuelta a Egipto.
Pero sólo un par de días más tarde, el grupo fue reuniéndose, uno por uno.
El 3 de enero hacia las 2:30 a.m. en la ciudad costera libia de Sirte, unos hombres enmascarados y armados comenzaron a llamar a las puertas, según el testimonio de los supervivientes.
Estaban buscando cristianos marcados con los tatuajes tradicionales en sus manos que los definían como coptos, un antiguo grupo religioso cristiano en Egipto. Algunos hombres fueron sacados de sus camas a mano armada.
Otros, se escondieron y comenzaron a rezar, sólo para luego ver a sus amigos y familias capturados a través de un video extensamente difundido, realizado por el Estado Islámico.
Los hombres vieron su final ese día, pero no fue hasta el pasado domingo que el mundo supo al respecto, gracias al video hábilmente producido y lanzado ese día, que extendió la amenaza al resto de los cristianos del mundo.
Hasta entonces, las familias de los hombres tenían esperanza. Bebawi Yousef, de 34 años, viajó a El Cairo para hablar en un programa de televisión egipcio y despertar la conciencia sobre su hermano, Towadros Yousef, de 42 años, y los otros coptos secuestrados.
Cinco minutos antes de salir al aire, recibió la trágica llamada del sacerdote de su parroquia. “Mi más sentido pésame”, Bebawi recuerda oírle decir. “Se ha terminado. Han muerto”.
El hermano de Shoukry, Shenouda, se forzó a mirar el horripilante video. “Vi que tuvo fuerza en sus últimos momentos”, dijo, insistiendo que había una luz celestial que brillaba en la cara de su hermano, incluso tras ser decapitado. “Y eso me consoló”.