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Cristo es la Eucaristía: ¿esto es real o simbólico?

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Henry Vargas Holguín - publicado el 20/02/15

El Magisterio, basándose en la Escritura y la Tradición, asegura que lo que tenemos sobre el altar y después nos comemos es en verdad el cuerpo y la sangre de Cristo

En la Escritura, la Tradición y el Magisterio se toca de manera especialísima el tema de la Eucaristía.

La Iglesia siempre ha creído y siempre creerá, porque así lo dice la Escritura, la Tradición y el Magisterio, que después de las palabras del sacerdote "esto es mi cuerpo…" y "esta es mi sangre…", lo que tenemos sobre el altar es en verdad el cuerpo y la sangre de Jesús.

1. La Eucaristía en la Escritura

Jesús instituyó la Eucaristía al decir: “Haced esto es memoria mía” (Lc 22,19). Con estas palabras, Jesús quiso dar a los Apóstoles y a sus sucesores el poder y el mandato de repetir aquello mismo que Él había hecho: convertir el pan y el vino en su cuerpo y sangre.

Todo esto es un gran misterio, pero así lo hizo Jesús que, por ser Dios, lo puede todo. Y  los discípulos que oyeron sus palabras las entendieron de modo real, no metafórico.

Por eso dice San Juan que cuando le oyeron esto a Jesús algunos, escandalizados, le abandonaron diciendo: “Esto es inaceptable”. Les sonaba a antropofagia. Si lo hubieran entendido de manera simbólica no se hubieran escandalizado.

Ahora bien, Jesús también dijo de sí mismo: “Yo soy el pan de vida” (Jn 6,35). Cuando Jesús ha dicho que es ‘el pan de vida’, lo ha dicho de manera diferente a cuando dijo también de sí mismo: “Yo soy la puerta”.

Es obvio que al hablar de “puerta”, habla simbólicamente, pero no así al hablar de “pan de vida”, pues según san Pablo es comunión con el cuerpo de Cristo (1 Cor 10, 16).

Y el mismo Jesús, lo confirma al decir: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Jn 6, 56).  El sentido de las palabras de Jesús no puede ser más claro.

Tengamos en cuenta que las palabras de Jesús tienen poder, significan realmente lo que expresan. Cuando le dijo al paralítico “levántate y anda”, el paralítico sale caminando, pues eso es lo que le dijo Jesús. No es un modo de hablar, por ejemplo, para darle o levantarle el ánimo.

Lo mismo en la Eucaristía cuando dice “esto es mi cuerpo” y “hagan esto en memoria mía”. Sus palabras realizan lo que expresan.

¿Y con qué fin pide Jesús a sus apóstoles que hagan lo que Él hizo?

· Para que la Iglesia ofrezca estos dones al Padre y así ofrecerle lo mejor que tiene

· Para quedarse Jesús mismo corporalmente en la Iglesia por Él fundada y así ayudarnos más que si su presencia fuera meramente espiritual

· Para alimentar nuestras almas para la vida eterna y para perpetuar su sacrificio en la cruz con sus efectos redentores; en la misa se hace presente la obra de la redención.

¿Por qué en la Iglesia se celebra la misa?

La Eucaristía se celebra en la Iglesia en un acto de obediencia al Señor. Jesús quiso dejar a la Iglesia un sacramento que perpetuase el sacrificio de su muerte en la cruz.

Por esto, antes de comenzar su pasión, reunido con sus apóstoles en la última cena, instituyó el sacramento de la Eucaristía, convirtiendo pan y vino en su mismo cuerpo vivo, y se lo dio a comer; hizo participes de su sacerdocio a los apóstoles y les mandó que hicieran lo mismo en memoria suya.

2. La Tradición

Este mensaje escuchado por boca de Jesús, vivido, meditado y transmitido oralmente por los Apóstoles, se llama Tradición Apostólica.

“Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan y, después de dar gracias, lo partió diciendo: ‘Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía’. De igual manera, tomando la copa, después de haber cenado, dijo: Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Todas las veces que la beban háganlo en memoria mía’. Fíjense bien: cada vez que comen de este pan y beben de esta copa están proclamando la muerte del Señor hasta que venga. Por tanto, el que come el pan o bebe la copa del Señor indignamente peca contra el cuerpo y la sangre del Señor” (1 Cor 11,23-27).

Lo que san Pablo recibe del Señor, lo transmite y manda que se mantenga en el tiempo.

San Pablo es claro al afirmar que la presencia de Jesús en la eucaristía es real y no aparente; en caso contrario no hubiera dicho: “Quien come y bebe sin discernir el cuerpo del Señor, come y bebe su propio castigo” (1 Cor 11, 29). 

Si la presencia eucarística fuera sólo simbólica, estas palabras del Apóstol San Pablo serían excesivas.

No es lo mismo romper la fotografía de una persona que golpearla. La eucaristía no es una fotografía hoy de lo que pasó el Jueves Santo; es exactamente lo mismo. Es por esto que las interpretaciones simbólicas o alegóricas de  los no católicos o protestantes son inadmisibles.

La Iglesia ha reconocido siempre, que la Santa Misa es un memorial de la Pasión y Muerte de Cristo. Esto no significa que no haya presencia realde Cristo. La Eucaristía es un sacramento y un memorial.

Y el hecho de que Cristo haya dicho "este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre; haced esto en memoria mía" es muy real, son palabras reales que producen una realidad; ¿cómo se pretende pues asegurar que las palabras de Jesús se deban entender en sentido ‘simbólico’?

Las palabras de Dios son creadoras. Una persona como nosotros sí podría decir, por ejemplo, a los demás antes de morir: Si me aman preparen un pastel y me recuerdan; pero la persona estará ausente, en ese pastel no está la persona. Con Jesús es otra cosa, Jesús no es una persona cualquiera, es Dios.

Memorial no es sólo referente a la memoria, sino que también significa, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, un documento que testifica la verdad de un acontecimiento.

La Eucaristía hace parte de la Tradición que se ha transmitido a lo largo de la historia.

Cuando hablamos de la Tradición nos referimos a todo aquello que proviene de Cristo y los apóstoles pero también de las tradiciones de las que también se habla en la Biblia y se ordenan mantener:

"Os alabo porque en todas las cosas os acordáis de mí y conserváis las tradiciones tal como os las he transmitido" (1 Corintios 11,2). 

“Así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros de viva voz o por carta" (2 Tesalonicenses 2,15).

"La Tradición de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite lo que estos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo. En efecto, la primera generación de cristianos no tenía aún un Nuevo Testamento escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el proceso de la Tradición viva” (Catecismo de la Iglesia, 83).

Antes de la redacción de los evangelios ya se celebraba la eucaristía; es más: inmediatamente después de la resurrección del Señor.

3. Magisterio de la Iglesia

La Revelación Divina abarca la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura. Este depósito de la fe (cf. 1 Tim. 6, 20; 2 Tim. 1, 12-14) fue confiado por los Apóstoles al conjunto de la Iglesia.

Ahora bien el oficio de interpretar correctamente la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia. Ella lo ejercita en nombre de Jesucristo.

Este Magisterio, según la Tradición Apostólica, por tanto, es una prerrogativa de los obispos en comunión con el sucesor de Pedro que es el obispo de Roma o el Papa.

El Magisterio no está por encima de la Revelación Divina, sino que está a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido. Por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, el Magisterio de la Iglesia lo escucha devotamente, lo guarda celosamente y lo explica fielmente.

Los fieles, recordando la Palabra de Cristo a sus apóstoles «El que a ustedes escucha, a mí me escucha» (Lc.10, 16), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les dan de diferentes formas.

El Magisterio de la Iglesia es una guía segura en la lectura e interpretación de la Sagrada Escritura, «ya que nadie puede interpretar por sí mismo la Escritura» (2 Ped. 1, 20).

Con respecto a la Eucaristía hay abundancia de textos conciliares, de textos patrísticos, de textos de tantos santos de todos los siglos que hablan de la riqueza, de la eficacia, de la importancia  de la Eucaristía para la Iglesia.

Para la muestra el siguiente botón: “El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos" (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 3, q. 73, a. 3).

En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Concilio de Trento: DS 1651).

«Esta presencia se denomina "real", no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen "reales", sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente’ (Encíclica Mysterium Fidei, 5)”. (Catecismo de la Iglesia, 1374).

¿Por qué ir a misa?

Al asistir al sacrificio eucarístico los fieles lo ofrecen también al Padre por medio del sacerdote, quien realiza la consagración en nombre de todos y para todos.
No hay sacrificio eucarístico posible sin sacerdote celebrante, porque éste no solo actúa in persona Christi Capitis sino que es alter Christus (otro Cristo).

El sacerdote es el único designado por Cristo para que se dé el milagro de la transubstanciación mediante la pronunciación de las palabras de la consagración, que son las palabras pronunciadas por el mismo Jesús a través de su acción sacerdotal.

Por tanto, comulgar es el acto más sublime que podemos hacer en la vida, pues es recibir a Dios en nuestra vida. Jesucristo, que por ser Dios es infinitamente sabio y poderoso, no pudo dejarnos cosa mejor que Él mismo.

Comulgando damos gusto a Jesucristo, para eso se ha quedado en la Eucaristía.
A Jesucristo no le bastó hacerse hombre y morir por la humanidad. Quiso quedarse en la Eucaristía y hacerse pan para unirse a nosotros en la sagrada comunión. Dice Cristo que quien comulga, “vivirá eternamente” (Jn 6,54).

Este artículo es la continuación de la primera parte una extensa repuesta a un lector sobre la presencia de Cristo en la Eucaristía y si esta se da también en las asambleas protestantes. El próximo lunes se publicará la tercera y última parte.

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