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¿Si mi hijo(a) quiere venir a casa con su pareja homosexual debo acogerlos?

Pareja lesbiana

© PASCAL PAVANI / AFP

Pareja lesbiana durante una marcha a favor del "matrimonio gay", en Toulouse (Francia), el 17 de noviembre de 2012

Henry Vargas Holguín - publicado el 17/02/15

La caridad empieza por casa

La homosexualidad no es ni una virtud ni un logro. La orientación homosexual es una circunstancia de la persona difícil de explicar. No sabemos por qué algunas personas tienen estas tendencias homosexuales, pero sí sabemos que siempre hubo, hay y habrá personas con estas tendencias.

En cada persona las causas son diferentes. No hay unanimidad, pues, entre los expertos sobre la causa. ¿Será una compleja fusión de factores hormonales, cromosómicos o genéticos, químicos, biológicos, ambientales, carencias en el periodo temprano del desarrollo psicosexual? ¿Alguno de estos factores será más preponderante e influirá en los demás?

No existe ningún consenso científico sobre los orígenes de la atracción por el mismo sexo. Para algunos no se nace con la tendencia homosexual y para otros sí.

Tampoco hay evidencia alguna de que esos sentimientos, si no son deseados, sean irreversibles.

Hay que ser conscientes de que hasta el momento en que, voluntaria o forzosamente, sale a la luz la tendencia homosexual de alguien, es probable que dicha persona haya tenido un itinerario difícil, largo y solitario. Itinerario que después continúa, en unos casos en medio de afrentas y desprecios, en otros casos en medio de vergüenzas y culpas que lo hacen aún más doloroso. Y se dobla el sufrimiento de la persona.

Por tanto –comenzando por la familia- hay que ser con estas personas muy amables y comprensivos.

Los padres de familia deben recordar o tener presente que los hijos con estas tendencias homosexuales suelen desear más que nada en este mundo el cariño y la aceptación de sus padres, cualesquiera que sean las circunstancias.

El hijo debe tener, independientemente de sus tendencias y actos, siempre un lugar en el corazón de sus padres y estos, al plantearse esta cuestión -y siempre- deben buscar su bien, junto al del conjunto de la familia. 

¿Que venga a casa de sus padres con su pareja, le beneficiará, en su integridad? ¿Podría perjudicar esto al resto de la familia?, pueden preguntarse los padres.

Por tanto si un(a) hijo(a) quiere ir a casa con su pareja homosexual, pues en principio se le debe acoger, aunque habría que tener en cuenta factores como su edad, la “solidez” de la relación con esa pareja, la posible presencia de otros hermanos pequeños en casa a los que podría afectar ver a su hermano en casa con un novio de su mismo sexo,…

La caridad empieza por casa. Y para entender qué es la caridad hay que leer el capítulo 13 de la primera carta del Apóstol san Pablo a los corintios (“si no tengo amor, no soy nada…”).

Todas las personas, por el solo hecho de serlo, gozan de una dignidad: la dignidad humana. Las personas con tendencias homosexuales son personas tan dignas como las que no lo son. Comprensión, ayuda, acogida y caridad hay que tenerlas con todas las personas indiferentemente de su tendencia sexual.

Acoger a las personas con estas tendencias tiene que ser lo más obvio para las familias cristianas y en consecuencia para la Iglesia.

Para los padres de una persona con tendencia homosexual el consejo es: aceptarle y amarle tal como es. Hacerlo lo mejor que se pueda y ponerla en manos de Dios.

Tenemos que estar lejos de una actitud de rechazo o de discriminación. La inclinación homosexual, “objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta”, dice el Catecismo de la Iglesia católica (2358).

Ahora hay que decir que la acogida de las personas con tendencias homosexuales no implica una valoración positiva de dichas tendencias.

Este es el motivo por el que el Magisterio no habla de “homosexuales”, sino de “personas” con tendencias homosexuales, distinguiendo entre persona y tendencias. Es una distinción importante, explicada en los documentos.

El Magisterio de la Iglesia nunca ha rechazado ni nunca rechazará a las personas con estas tendencias homosexuales, por el simple hecho de tener dicha tendencia.

Es más, hay muchas de estas personas que trabajan en la pastoral, son personas de fe, están unidas a la Iglesia. Todos tenemos la misma identidad fundamental: el ser criaturas y, por gracia, hijos de Dios, herederos de la vida eterna.

Estas personas no dejan de ser hijos de Dios, no dejan de ser personas que puedan recibir los sacramentos, siempre y cuando estén en gracia de Dios. Como cualquier otra persona de otra tendencia sexual. ¿Imposible esto? No. ¿Difícil? Tal vez sí, pero esto es ya otra historia.

“Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior…, la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana” (Catecismo, 2359).

La homosexualidad es una circunstancia personal, pero como tendencia no es pecado en sí misma, a no ser que se ejerza. Si se ejerce sí ofende a Dios.

Es obvio que hay que acoger a las personas con estas tendencias, pero esto no significa aceptar algunas realidades inherentes; es decir, no se puede confundir la acogida con la aceptación de otras realidades que giran en torno de la condición homosexual.

En este sentido, tampoco se debe permitir que la casa de familia se convierta para la pareja homosexual en un refugio amoroso. El hogar paternal debe ser respetado.

Lo que no se aceptan son, entre otras cosas, el mal llamado ‘matrimonio’ gay, que estas parejas puedan adoptar niños y pretendan imponer un nuevo tipo de familia,… no es aceptable la sexualidad antinatura.

“La Tradición ha declarado siempre que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso” (Catecismo, 2357).

Lastimosamente se confunde el rechazo al pecado, con el rechazo a la persona. Como se dice por ahí: “Hay que rechazar el pecado mas no al pecador”.

El pecado se rechaza en cualquier persona indiferentemente de su orientación sexual, pero no se rechaza a la persona en sí misma. ¿Difícil de entender? No creo.

Hay que denunciar el pecado allá donde esté, allá como esté. Jesús no vino a condenar sino a salvar. Él comía con los que necesitaban de él. “Al verlo los fariseos decían a los discípulos: ¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores? Mas Él, al oírlo, dijo: No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mt. 9, 11-13).

O como dice san Pablo: “En efecto, siendo libre, me hice esclavo de todos, para ganar al mayor número posible…. Me hice todo para todos, para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio. Y todo esto lo hago por el evangelio para ser partícipe del mismo. (1 Cor 9, 19-23).

Uno no debe juzgar a nadie y mucho menos condenar, aunque a la vez un padre o una madre debe sopesar la responsabilidad que tiene sobre su hogar.

Toda persona es digna de aprecio, respeto y acogida. Es cada persona quien se debe confrontar ante la santa presencia de Dios.

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