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El único secreto para enamorar a un buen chico

Catholic Link - publicado el 16/02/15

La aportación semanal de Catholic Link

La canción del video de hoy nos transmite con simpatía una profunda verdad que en nuestro tiempo ha sido fuertemente relativizada: que la virtud es hermosa, o mejor aún, que la virtud es la auténtica belleza que ilumina el mundo.

Hoy en día no son pocas las veces que constatamos como paradójicamente la sensualidad y algunos vicios se han establecido como parámetros de belleza, de bien, de verdad… de luz.

No es de extrañarse que se genere esta contradicción, es decir, que el mal nos atraiga tanto y que siendo oscuridad se nos venda como luz, pues efectivamente posee un “halo” irremediable de fascinación. Un misterioso atractivo que nos arrastra bajo apariencia de bien, considerando nuestra condición herida por el pecado.

Y esto es entendible. Hacemos el mal que no queremos y dejamos de hacer el bien que queremos, como nos aleccionaba san Pablo (Rom7,19). Esto es normal hasta un cierto punto, mientras se tenga la conciencia de que se trata de un error contra el cual hay que luchar.

El grave problema es que hoy esta conciencia se ha perdido hasta tal punto que en muchos lugares el error no sólo ya no se percibe como tal, sino que incluso, ha sido invertido estableciéndose como verdad.

Así de forma escandalosa el mal en muchas de sus expresiones ha pasado a ganar un estatus de realidad positiva y a través del consenso no sólo se lo celebra, sino que se lo protege y promueve (especialmente en el ámbito de la sexualidad).

De hecho no es raro que los ídolos que dominan y triunfan en el mundo de las “estrellas” (los íconos y modelos que guían nuestro tiempo), sean usualmente hombres y mujeres que se vanaglorian y son alabados por muchos de sus aspectos falsos, negativos y viciosos.

Su sensualidad y liberalidad sexual, su consumismo y su poder desenfrenados, su egocentrismo y excentricismo, y un sinnúmero de otros vicios son acogidos por el público como manifestaciones de grandeza humana.

Y por el contrario virtudes como la modestia, la honestidad, la castidad, vienen caricaturizadas, ridiculizadas y ofuscadas detrás de estereotipos burlescos, como la del “perdedor”, o la del conservador retrograda y reprimido; o al máximo vienen asociadas como características de un héroe pasado de moda: como sería aquel ideal del caballero o de la princesa medievales, ya desde hace mucho tiempo superados.

Este falso paradigma contra el cual debemos oponer resistencia, sólo podrá ser desenmascarado con el testimonio valiente y cotidiano de aquellos que logren demostrar con sus vidas que todavía es posible hacer brillar la auténtica belleza de la virtud.

Cuántas veces he oído chicas y chicos que se quejan y me dicen que ya no es posible encontrar personas de este tipo. Parece que se trata de una raza en extinción (les respondo irónicamente yo), y luego los insto a luchar y perseverar, siendo ellos mismos los protagonistas que preserven y eviten que desaparezcan del todo ese tipo de personas que tanto anhelan encontrar.

El video de hoy toma parte en esta lucha porque quiere estimularnos a no dejarnos arrastrar por esa falsa moda que esta destruyendo la belleza más hermosa y auténtica. Nos invita a recordar lo que de verdad anhelamos: esa belleza que brota del corazón que sabe amar en serio.

Y sabemos bien que sólo sabe amar el corazón que es capaz de respetarse, de sacrificarse, de esperar con esfuerzo, con constancia, incluso contra la corriente; aceptando el gran sufrimiento que implica ser juzgado y menospreciado por los criterios del mundo.

Si logramos ser de “esos” no sólo “iluminaremos el mundo como nadie más”, sino que además podremos, como hizo san Agustín, reflejar con nuestra existencia -y elevarnos hacia-  esa Belleza (con mayúscula). Esa Belleza tan antigua y tan nueva, única capaz de saciar nuestro corazón y hacer brillar de verdad nuestra humanidad.

Texto para meditar

La virtud de la castidad "entraña la integridad de la persona y la totalidad del don":

a) La "integridad de la persona", porque los diversos elementos del lenguaje de la sexualidad (pensamientos, palabras, obras, etc.) deben reflejar la unidad interior del hombre en su ser bio-psico-espiritual. Sólo desde esta unidad se es libre para relacionarse con los demás en la verdad. "La unidad de la persona (…) se opone a todo comportamiento que la pueda lesionar. No tolera ni la doble vida ni el doble lenguaje" (CEC, n2337);

b) La "totalidad del don", porque para ser castos no basta con someter las pasiones al dominio de la razón, es necesario que ese dominio –consecuencia del señorío sobre uno mismo— esté al servicio del amor. Y el amor sólo es verdadero si es total, es decir, si a la persona del otro se la valora por lo que es (observada su condición de esposo/esposa, padre/madre, hermano/hermana, casado/casada, soltero/soltera, etc.). Lo que exige una relación de donación gratuita y desinteresada. El dominio de sí, propio de la virtud de la castidad, está ordenado al don sí mismo. (CEC, n23338)

“ ¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de tí aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti”. (San Agustín, Libro 10, 26.38).

“Si tú fueses bueno y puro en lo interior, entonces lo verías y comprenderías todo sin obstáculo. El corazón puro penetra el cielo y el infierno”. (Imitación de Cristo, Libro II, Cap. IV, n 2).

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