El estreno de Cincuenta sombras de Grey (Fifty Shades of Grey, Sam Taylor-Johnson, 2015) y más aún, su desmesurada campaña de publicidad, ha vuelto a poner en evidencia cuan maleable es la sociedad de consumo en cuanto se les agita determinadas zanahorias. Ahora, como ya ha ocurrido en otras ocasiones y como, con total seguridad, volverá a ocurrir, la industria de Hollywood ha producido un largometraje como una feromona que aspira a despertar el apetito sexual del público, eso sí, previo pago de una entrada.
Lo alucinante de la cuestión es que a estas alturas, cuando ya habíamos sobrevivido a los escándalos de El último tango en París (Ultimo tango a Parigi, Bernardo Bertolluci, 1972), El imperio de los sentidos (L´Empire des sens, Nagisa Oshima), Nueve semanas y media (9 ½ weeks, Adrian Lyne, 1986) o Instinto básico (Basic Instinc, Paul Verhoeven, 1992), todavía exista un cine que genere expectación por la utilización que hace del sexo. Nosotros que nos teníamos por adultos todavía nos vemos azuzados por baratos y facilones recursos de sexo vacío de contenido y ligero de ropa.
La crítica con Cincuenta sombras de Grey ha sido desigual, tirando a mala cuando no demoledora. Claudia Puig del Usa Today dijo de ella que era pomposa y aburrida y en sí misma una tortura[1], Justing Chang de la conocida revista Variety simplemente la califico de “rollo”[2], A. O. Scott del The New York Times afirmó que era un largometraje “terrible”[3]. En España, Nando Salva, del diario El periódico aseguró que Cincuenta sombras de Grey es aburrida y decepcionante[4], Salvador Llopard de La vanguardia la calificó de “vulgar, previsible y superficial”[5] y Luis Martínez, de El mundo, asegura que el film “parte del convencimiento de que el espectador es imbécil”[6].
No es la primera vez, no obstante, que un film que carga las tintas en lo sexual termina siendo un fraude. Las hay también buenas, pero suelen ser las menos. Jugar con la moral de lo sexual y flirtear con lo moralmente admitido, más que una declaración de intenciones, es una frivolidad con la sociedad, pero también con el propio cine.
Al fin y al cabo el sexo no es más que un elemento más de la realidad que debería emplearse con lógica razón de ser. Tenga uno la ideología que tenga, si se abusa o incluso se obvia, no se está actuando con sentido común según sean las circunstancias. A veces el sexo en el cine está justificado, eso lo sabemos todos y otras veces no. Sin embargo, emplearlo como un reclamo comercial lo único que consigue es reducirlo a una mera mercancía vacía de significado y esto es lo peligroso.
Billy Wilder, director de comedias como Con faldas y a lo loco o Uno, dos, tres dijo una vez que él solo incluía un chiste si formaba parte de la trama y nunca al revés. Lo mismo se puede decir del sexo, vale emplearlo como parte de la trama, lo que será seguramente más discutible es hacer de él la propia trama.
Cuenta sombras de Grey ofrece en suma un sexo vulgar y bastante barato bajo la perniciosa forma de un estilismo visual muy poco novedoso y una falsa sofisticación. Formalmente cuidada al detalle, planificada hasta el extremo, muy bien iluminada y cuidadosamente manufacturada no es más que un reclamo en sí mismo sin fondo alguno en el que excavar, salvo la propia calamidad que supone.
El film no ofrece nada nuevo y en cambio los medios de comunicación, siguiendo a rajatabla una de las máximas de la creación publicitaria, destacan, recuerdan y subrayan el estreno de Cincuenta sombras de Grey generando así la necesidad por consumir el producto. Depende de cada uno de nosotros.