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En nuestro interior, hay luz y oscuridad. Allí somos nosotros mismos y anhelamos ser mejores, o distintos de lo que somos. El crecimiento verdadero pasa por luchas y quebrantos. Por crisis en las que nos confundimos y pensamos que todo está perdido. Por saltos de crecimiento en los que superamos etapas.
Porque las crisis no son necesariamente malas. Salvo cuando no las tomamos en serio y nos bloquean y ciegan. O cuando echamos a perder nuestra vida tomando decisiones apresuradas en aguas revueltas, porque creemos que lo que nos pide la vida es actuar y decidir.
A veces nos cuesta mucho aceptar que el crecimiento tiene crisis. Y por eso negamos las crisis que se puedan dar en el alma. El Padre Anselm Grün comenta: «Conozco mucha gente que, en la mitad de su vida, entra en crisis. Muchos ni se permiten esta crisis. Sobre todo, porque nadie debe notar que su vida ya no está en el equilibrio que le gustaría mostrar hacia fuera. Y por eso intentan controlar la crisis con violencia». Es el intento por ocultar la verdad. Por mantener las apariencias.
El corazón se niega a ver a Dios en medio de la crisis. Añade: «Frecuentemente el hombre reacciona mal ante la crisis a la que Dios le ha llevado. No reconoce que Dios hace algo en él y que sería importante dejar obrar a Dios en sí»[3].
Estamos creciendo y el crecimiento tiene crisis. Y muchas veces en esa crisis está Dios trabajando, desentrañando, liberando, rompiendo, desvelando. Nos va mostrando quiénes somos en lo más hondo de nuestro ser quitando lo que es superfluo.
En medio de esa crisis podemos llegar a dudar de todo aquello en lo que antes creíamos ciegamente. Podemos llegar a tener la tentación de tirarlo todo por la borda. Son épocas llenas de incertidumbres y dudas. De oscuridad y poca luz.
Podemos tener la tentación de huir de ellas. Pero también podemos enfrentarnos a ellas con un corazón de niño, un corazón humilde y dócil que está siempre dispuesto a aprender. En mitad de la crisis las cosas no están claras. Sólo está claro que el crecimiento trae consigo cambios profundos y a lo mejor todo se tambalea de repente.
Cuando salimos de una crisis podemos mirar hacia atrás y ver el camino recorrido. Las crisis son pasos necesarios. Podemos salir más fortalecidos si nos dejamos iluminar por Dios en medio de la oscuridad y la tormenta.
Muchas de nuestras crisis en el desarrollo tienen que ver con etapas no vividas adecuadamente. Pueden darse también por no haber aceptado episodios de nuestra historia o características de nuestra personalidad que nos resultan incómodas y duras. La culpa y la debilidad tienen también mucho que ver en este desarrollo.
El P. Kentenich se refiere a ello: «La culpa y la debilidad no comprendidas ni admitidas se convierten en caldo de cultivo de muchas enfermedades físicas y psíquicas. La virtud que opera la sanación en esta área es la humildad. La clave de la humildad reside en la correcta autovaloración»[4].
La humildad nos sana siempre. Asumir quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser parece sencillo, pero no lo es. Crecer supone llegar a aceptar nuestras debilidades y caídas, nuestros errores y omisiones, nuestra historia imperfecta, llena de renglones torcidos.
Aceptar y valorar la belleza de nuestra vida con todo lo que tiene. Una sana autoestima. Todo eso es fundamental para superar las crisis en las que muchas veces caemos. La aceptación y la valoración de nuestra verdad sin miedo, mirando cara a cara quiénes somos. Es la salida, es el camino.
Crecemos desde dentro hacia fuera. Desde nuestra verdad más honda y nunca desde la máscara con la que queremos cubrir quiénes somos en realidad.
La humildad nos permite mirarnos con sencillez, ver lo bueno y lo malo que tenemos. Descubrir la luz y no temer las sombras que tantas veces parecen ocultar el camino. Amar lo que Dios nos regala y esperar el nuevo día que nos trae esperanza.