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¿Qué es la conciencia? ¿Qué es actuar en conciencia?

Libro “La voz de la conciencia”

© Editorial Encuentro

Aleteia Team - publicado el 09/02/15

Un libro que ayuda a despejar algunas dudas de la polémica entrevista de Scalfari al Papa Francisco

Hubo unas supuestas declaraciones del Papa Francisco a Eugenio Scalfari, director del diario italiano La Reppubblica, en la ya famosa entrevista publicada en julio de 2013, que causaron polémica: ¿La conciencia es autónoma para definir el bien y el mal? ¿Cómo se forma la conciencia? ¿Cada uno tiene su propia idea sobre lo que es bueno o malo y todas valen? Se ha publicado recientemente un libro en España que aborda este tema, obra del teólogo y sacerdote Roberto Esteban Duque:

¿Qué pretende con su nuevo libro, La voz de la conciencia, un teólogo de la Iglesia como usted? 

Recuperar una justa comprensión de la categoría de la conciencia moral, mostrar cómo el pensamiento filosófico, a lo largo de la historia, no ha hecho sino “autonomizar” y deificar la conciencia moral hasta llegar incluso a su desdramatización.

También el pensamiento teológico precisa un discurso más integrador, capaz de reconstruir la unidad entre la norma y la conciencia, rota por la razón moderna.

Asimismo, quiero mostrar la forma de la moral cristiana como una moral de las virtudes, una moral que mira a la formación de aquellas disposiciones estables de la persona que permite percibir el bien y escogerlo.

¿Cómo surgió esta obra?  

Con motivo de una entrevista que en el año 2013 le hicieron al Papa Francisco en La Repubblica por parte de su director Eugenio Scalfari. Las palabras del Papa podrían causar cierta perplejidad, cuando aseveraba: “cada uno tiene su propia idea del bien y del mal”.

Semejantes declaraciones (corregidas después por el propio Scalfari al reconocer que redactó de memoria, con lo que no pueden atribuirse sin más al Papa Francisco), me remitieron a una propuesta peligrosa de autonomía absolutizadora de la conciencia, una conciencia creativa donde la verdad moral no dependería de una verdad establecida por Dios, sino que sería “creación” de la conciencia subjetiva y autónoma.

¿Cómo se forma o dirige esa voz interior que llamamos conciencia?

No me gusta la palabra “dirigir”. Suena a dirigismo moral. Prefiero hablar de formación. Sin duda, la dignidad de la conciencia está en la apertura a la verdad. La conciencia no es creadora de los valores morales, ni fuente autónoma del juicio moral. Es testigo de una verdad que la precede y supera, y que es Dios mismo y su ley.

La conciencia es objeto de una constante conversión a la verdad y al bien, así como a una no menos importante invitación a dejarse ayudar en esa formación por la Iglesia y el Magisterio, que siempre estará al servicio de la conciencia.

Por lo demás, la formación de la conciencia no tiene lugar sólo mediante una transmisión de verdades, sino que se realiza mediante una educación del carácter, una maduración de las virtudes. La mejor formación de la conciencia consiste en adquirir la virtud moral.

En la sociedad en la que vivimos, caracterizada por la pérdida de moralidad y ética, ¿qué peso sigue teniendo la conciencia sobre las actuaciones del ser humano?

Ignoro el número de hombres que siguen su propia conciencia y quiénes no lo hacen. Pero el hombre trasciende el recinto limitado de su ser individual y sabe su responsabilidad frente a cuanto le rodea. Depende de los otros; depende de Otro, que es Amor y Luz, que es su origen, fundamento y su destino.

En este sentido, piensa Umberto Eco que el peso de la conciencia para el no creyente reviste una inmensa gravedad. El temor a vulnerar el bien es mayor porque, a diferencia del creyente, piensa que no existe un Dios que lo pudiera perdonar. Sólo sus congéneres pueden perdonarlo, y esto no es siempre posible.

Yo creo que, a pesar de la degradación moral, el amor al bien es la pasión fundamental que explica todas las pasiones humanas
: experimentamos culpa por el bien que pudiendo hacer no hicimos, sentimos alegría por la realización del bien, tensión en el intento del logro del propio bien.

Cuando el hombre actúa mal después suele pesarle en la conciencia. Es decir, la conciencia no sólo insta o prohíbe, sino que también elogia o reprocha. Este es el verdadero germen espiritual de todo el bien humano y el signo distintivo del hombre como ser moral.

Silenciar la voz de la conciencia en los distintos ámbitos de la vida humana es una evidente enfermedad espiritual mucho más peligrosa que la misma culpa.

En el encuentro con Jesús -dirá Benedicto XVIquien se autojustifica está perdido. El fariseo ignora que también él tiene culpas. Está en paz con su conciencia, pero semejante silencio de la conciencia lo hace impenetrable para Dios y para los hombres.

En cambio, el grito de la conciencia, que no da tregua al publicano, hace que sea capaz de verdad y de amor. Por esto Jesús puede obrar con éxito en los pecadores, porque estos no se han vuelto impermeables. Se trata, en fin, de no erigirse en juez supremo ni compasivo, en no caer en el orgullo de sentirse seguro de sí mismo.-

¿Es la conciencia, esa idea de lo que está bien o mal, un instrumento al servicio de la religión?

Tampoco me parece afortunada esa expresión. No hay ningún servilismo de la conciencia a Dios, sino apertura a la verdad que es Él. Conciencia significa reconocer al hombre, a sí mismo y a los demás, como creación, y respetar en ese hombre a su Creador. Esto define los límites de todo poder, al tiempo que señala su camino.

La conciencia posee su propio dinamismo interno. La “voz de la conciencia” es inmanente en cada hombre y establece la condición primera para que sea posible un diálogo moral entre todos los hombres; pero es también trascendente, te religa a Dios mismo, y por eso debemos obedecer desde la fidelidad al don recibido y desde la verdad.

Poniendo en el mismo plano a judíos y paganos, san Pablo afirma la existencia de una ley moral no escrita, que está inscrita en sus corazones, y que permite a los hombres discernir por sí mismos el bien y el mal.

No es necesaria una Revelación para desarrollar la estructura moral del hombre. Este encuentra en la naturaleza unas inclinaciones vinculantes para su conciencia: “Cuando los paganos, que no tienen la ley, actúan de modo natural según la ley, ellos, aun no teniendo ley, son ley para sí mismos. Demuestran que cuanto la ley exige está escrito en sus corazones, como se ve en el testimonio de su conciencia y por sus mismos razonamientos, que a veces les acusan y a veces les defienden” (Rm 2,14-15).​

Se presupone que lo que nos dicta nuestra conciencia es siempre lo bueno, ¿Hay que hacer siempre lo que nos dicta la conciencia?

Hay que seguir siempre la voz de la conciencia. El último y más profundo delito del hombre consiste siempre en no seguir su conciencia, y el mayor atentado contra la dignidad del hombre se produce cuando se oprime mediante coacción la libertad de su conciencia y el actuar correspondiente. La persona tiene siempre el deber de seguir su propia conciencia.

Si después de un cuidadoso examen de la situación y de escuchar el consejo de personas competentes, permanece la duda, si hay que tomar una decisión se deberá seguir la propia conciencia, incluso aunque el juicio no sea cierto.

Ahora bien, la conciencia puede caer en el error. Separar a la conciencia de esta vinculación a la verdad significaría tanto como destruir la propia autonomía.

¿Hasta qué punto la conciencia está sujeta a un contexto histórico, cultural o ideológico?

Es verdad que cada época nos ofrece un
ethos irremplazable de la conciencia moral. La época moderna impone una vida moral separada de la fe, una moral autónoma, la preponderancia de las obligaciones éticas sobre las religiosas.

El discurso moral se ha visto recusado: la necesidad prevalece sobre la virtud, el bienestar sobre el Bien, la opinión sobre la verdad, el requerimiento material sobre la obligación humanitaria, la fidelidad provisoria sobre la fidelidad a ultranza. Nos gobierna una ética asimétrica.

Pero la historia es testigo de cómo una multitud de seres humanos han obedecido la voz de la conciencia y se han entregado incluso a la muerte en un último esfuerzo por el triunfo del bien y de la verdad.

El libro recoge a unos gigantes de la conciencia moral (Sócrates, Tomás Moro y J. H. Newman), capaces de trascender el poder y las injerencias del Estado y la libertad de la persona frente al poder político, la respuesta justa a la falsa oposición entre autoridad y conciencia, la intelección de la conciencia como voz de Dios a partir de la propia experiencia humana.

El libro puede adquirirse en la página de la Editorial Encuentro

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