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Sueños de un cura: Me gustaría… acompañarte

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 06/02/15

Me gustaría respetar y cuidar siempre los procesos de las personas a las que quiero, sin importarme el tiempo, ni la edad con la que cuentan

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A veces no valoramos lo que tenemos y no le damos importancia a la vida cuando todo va bien. El otro día vi un video en el que le preguntaban a un grupo de personas sanas qué les hacía felices y qué deseo le pedían a la vida.

Estaban sentados al lado de jóvenes con cáncer y sus familiares, pero no podían verse entre ellos. Ante esas preguntas respondieron cosas muy diferentes. No valoramos la vida de la misma forma cuando la estamos perdiendo, cuando sufrimos la enfermedad y los límites.

El otro día leía: "Las pérdidas son positivas. Me lo enseñó el cáncer. Cada día sufrimos pérdidas. Algunas importantes que nos desilusionan. Otras menores que nos inquietan. Cuando pierdes convéncete de que no pierdes. Estás ganando la pérdida. Debes saber que tarde o temprano todo lo que ganas lo perderás"[1].

Nos dan miedo las pérdidas. Pero aprendemos con ellas cuando llegan. ¡Es tan importante aprender de la vida! Tengo la sensación de estar aprendiendo todos los días. Me da miedo acostumbrarme a las cosas y no aprender nada de nadie, no esperar nada, desear cosas vacías.

Creo que tengo mucho por hacer. Valorar los detalles, las cosas pequeñas de cada día. Soy torpe y caigo. Sueño y me levanto. Espero y me impaciento. Porque me falta esa paciencia de la que tanto hablo.

Quisiera ir más hondo, mar adentro, y no quedarme en la superficie que todo se lo lleva, en la orilla que mira el mar desde lejos. Sin involucrarme, sin comprometerme. Me gustaría mirar el alma con ojos puros. Mi alma, otras almas.

Sonreír en medio de la tormenta sin temer que la voz de Jesús no llegue a calmar las olas. Me gustaría aventurarme por la vida con un corazón nuevo, de niño, capaz de descubrir la vida debajo del polvo que la cubre, la luz debajo del celemín olvidada.

Valorar lo que tengo como un don. Desear tocar siempre la belleza más sencilla de la vida. Me encantaría desentrañar misterios escondidos, descubrir la luz, verlo todo claro. Dar algo de claridad y aire a los cuartos oscuros.

Me gustaría reinventarme cada semana. Volver a empezar como los niños, sin atarme al juguete roto sobre el suelo. Me gustaría amanecer con un nuevo día, cada mañana, con una sonrisa, con nuevos ojos. Decir palabras bellas. Escribir esperanzas. Dibujar el sol rompiendo las sombras de la noche.

Me gustaría adentrarme en la barca con Jesús a los remos. Me alegraría ser capaz de confiar siempre, sin tantos miedos. Prefiero vivir un día nuevo que repetir mil ya olvidados. Prefiero levantarme y comenzar a vivir antes que dejar, en mi pereza, que la vida me viva.

Quiero perdonar y olvidar, caminar y esperar a otros, a los que van despacio. Prefiero un silencio en el momento oportuno que tantas palabras que sobran en mis labios. Me gusta más el mar que un simple lago. El sol que la tormenta. Subir más alto sin temer el cansancio que quedarme descansando en una piedra.

Me alegra la vida, caminar despacio, detenerme de repente. Aunque tienda a caminar rápido habitualmente y a no pararme tantas veces. Me gustaría respetar y cuidar siempre los procesos de las personas a las que quiero, sin importarme el tiempo, ni la edad con la que cuentan. Respetar sus ritmos. La lentitud o la rapidez. No forzar. Esperar.

Es bonito esperar al otro, aunque nos cueste. Queremos ver ya los resultados, los cambios. Pero importa más ir a su lado que llegar antes. Si va más rápido que yo, me esforzaré o le pediré que me ayude.

Otras veces, si va más lento que yo, puede que tenga que hacer cosas que de otra forma nunca haría. La lentitud nos permite detenernos y perder el tiempo, o hacer otras cosas. Pero también sé que, al ir más lento, dejaré de hacer cosas que hubiera hecho mejor yendo solo. Eso importa menos. En realidad, ir juntos es más importante que ir más rápido.


[1] Albert Espinosa,
El mundo amarillo, 35

Tags:
alma
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