La idea de que la radicalización provoca el terrorismo es, tal vez, el mayor mito vivo hoy en la investigación sobre terrorismo
El ataque terrorista del 7 de enero contra la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo y los asesinatos siguientes aturdieron a Europa y llevaron a la detención de más de dos decenas de sospechosos de terrorismo en Bélgica, Francia, Alemania y Grecia.
Dos terroristas ligados al grupo Estado Islámico fueron abatidos en Verviers, Bélgica, durante una operación que frustró un atentado “a punto de suceder”, según las autoridades. Estos episodios plantean una serie de preguntas:
¿Por qué alguien comete este tipo de acto?, ¿el gobierno francés no podía haber evitado esas 20 muertes monitorando a Amedy Coulibaly, a los hermanos Kouachi y sus cómplices?
¿Cómo se radicalizan los extremistas musulmanes? Es decir, ¿cómo pasan de ser ciudadanos normales a asesinos que, premeditadamente, matan a personas inocentes para sembrar el terror en la sociedad?
¿Por qué las últimas décadas de combate al terrorismo no acabaron con la escalada y con la brutalidad de atentados como el de París y como los de Nigeria, país en el que, del 3 al 7 de enero, se estima que Boko Haram masacró a cerca de 2.000 nigerianos, entre hombres, mujeres y niños?
Y en cuanto a los terroristas capturados y en prisión, ¿sería posible “sacarles” del extremismo mediante programas de
“desradicalización”?
Preguntas como esas ya han sido exploradas en decenas de miles de artículos y libros: en Amazon, por ejemplo, salen cerca de 35.000 resultados cuando se hace una búsqueda de libros sobre terrorismo en su sitio norteamericano.
Un especialista británico en el tema, el Dr. Andrew Silke, calcula que, sólo en inglés, se publica un nuevo libro
sobre terrorismo cada seis horas.
¿Crees que ya sabemos todo lo que hay que saber sobre el perfil “típico” del terrorista, sus motivaciones, su transformación en radical decidido a morir por la causa, su adhesión a las dinámicas de los grupos terroristas y, en el caso de que abandonen el terrorismo, sus razones para separarse del grupo?
Por desgracia, la mayoría de las “respuestas” y explicaciones presentadas por los “especialistas” en el asunto están erradas o son irrelevantes para el éxito de la lucha contra el terrorismo. Esta afirmación la hacen estudiosos como el Dr. Andrew Silke, autor de Research on Terrorism: Trends, Achievements and Failures (“Investigando el terrorismo: tendencias, éxitos y fracasos”), y como el Dr. John Horgan, profesor de la Universidad de Massachusetts (Lowell), director del Centro de Estudios sobre Terrorismo y Seguridad y autor del libro The Psychology of Terrorism (La psicología del terrorismo).
Una evaluación de las investigaciones sobre terrorismo, realizada en 1988 por Alex Schmid y Albert Jongman, concluía: “Mucho de lo que se escribe con respecto a áreas cruciales de la investigación sobre terrorismo es superficial, influido por impresiones y, al mismo tiempo, pretencioso, pues generaliza extrapolaciones a partir de evidencias ligadas a casos puntuales”.
Los autores añaden: “Probablemente, hay pocas áreas en la literatura de las ciencias sociales que producen tantos escritos basados en tan poca investigación”. Ellos estiman que “en torno al 80% de esas publicaciones no se basan en investigaciones rigurosas.
En vez de eso, se trata de textos muchas veces narrativos, condenatorios y prescriptivos” (citado en el segundo capítulo de Terrorism Informatics: Knowledge Management and Data Mining for Homeland
Security (Terrorismo informático: gestión del conocimiento y procesamiento de datos para la seguridad interna, del Dr. Andrew Silke).
Un análisis más reciente de la literatura sobre el terrorismo, también realizado por Silke, revela que el 68% de los libros y artículos publicados en la década de 1990 son especulativos y son fundamento en la investigación de primera mano.
El Dr. Horgan concuerda en que los estudios sobre terrorismo y radicalización aún son aleatorios: “Intentamos explicar las cosas antes incluso de entender de qué estamos hablando. Hay lagunas. Tenemos pocos datos, pero millones de teorías. Abundan las metáforas”.
Horgan afirma que los esfuerzos del contraterrorismo se ven dificultados por la falta de una investigación rigurosa y de calidad, así como por la tendencia de los líderes políticos a actuar en base a cálculos políticos en lugar de escuchar a los especialistas que hayan producido investigaciones sólidas.
Horgan está comprometido en profundizar nuestra comprensión y nuestra respuesta al terrorismo mediante la mejora de la calidad de la literatura, por medio de investigación en fuentes directas (como, por ejemplo, entrevistas con
ex-terroristas), con el fin de llegar la conclusiones basadas en datos comprobados y aplicar herramientas estadísticas para analizar los datos obtenidos.
Con base en sus extensas entrevistas con cerca de 180 ex-terroristas, Horgan sugiere las siguientes respuestas a las preguntas anteriores:
¿Por qué alguien comete este tipo de acto?
Simplemente, no lo sabemos. Ni siquiera los terroristas saben a ciencia cierta cuáles son sus motivaciones. Si fuéramos honrados, observaremos que ni nosotros, en general, sabemos por qué hacemos las cosas. El proceso de decisión humana es extremamente complejo.
Por eso, preguntar “¿por qué?” no es de gran utilidad cuando se sabe que, muchas veces, las motivaciones de los terroristas cambian con el tiempo. Es probable que el entrevistador oiga dos ex-terroristas alguna justificación panfletaria, que los terroristas aprenden de otros miembros de su grupo y repitan como loros.
Horgan cree que la cuestión más importante que explorar es “cómo” se implican en el terrorismo, “cómo” se unieron al grupo o “cómo” fueron reclutados por el grupo terrorista.
¿El gobierno francés podía haber evitado esas 20 muertes?
No hay una respuesta segura. Un informe de la policía de Nueva York después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 (Radicalization in the West, Radicalización en Occidente) caracterizó de forma simplista la radicalización como una trayectoria lineal, que iría desde el estatus de seguidor “normal” del islam al estatus de radical religioso, avanzando en seguida a la adhesión de un grupo terrorista y, después, al cometimiento de actos de violencia terrorista.
El FBI y otros especialistas en contraterrorismo se han dado cuenta de que no hay un “perfil” útil para identificar con precisión a las personas que algún día pueden llegar a cometer actos de terrorismo. Los factores son muy numerosos y complejos.
Al observar las actitudes y circunstancias comunes a los terroristas que se mostraron abiertos al reclutamiento, identificadas por Horgan, se entiende que es una pérdida de tiempo y de recursos, por ejemplo, infiltrarse en las mezquitas o frecuentar locales de consumo de narguilé.
Los terroristas, en general, presentan tendencia a:
– Sentirse irritados, alienados o marginalizados;
– Creer que su actual entorno político no les permite realizar cambios reales;
– Identificarse con las víctimas de la injusticia social que ellos combaten;
– Sentir la necesidad de tomar medidas en vez de sólo hablar del problema;
– Creer que la violencia contra el Estado no es contraria a la moral;
– Tener amigos o parientes simpatizantes con la causa;
– Creer que la adhesión a un movimiento produce recompensas sociales y psicológicas como la aventura, la camaradería y un sentido reforzado de la identidad.
¿Cómo se radicalizan los extremistas islámicos?
Un artículo de la revista Rolling Stone de mayo de 2013 cita a Horgan diciendo: “La idea de que la radicalización provoca el terrorismo es, tal vez, el mayor mito vivo hoy en la investigación sobre terrorismo. [En primer lugar], la abrumadora mayoría de las personas que mantienen creencias radicales no llegan a la violencia terrorista.
Segundo, hay cada vez más evidencias de que las personas que se implican en el terrorismo no necesariamente tienen creencias radicales”.
Jamie Bartlett, director del Centro Demos de Análisis de Medias Sociales, concuerda en que las creencias radicales no sirven como indicio de futura implicación en actos terroristas:
“Yo descubrí que muchos terroristas de Al-Qaeda crecidos en Estados Unidos no son atraídos por la religión o por la ideología como tal; al revés, muchas veces, el conocimiento de ellos sobre la teología islámica es claramente superficial. Lo que tiene mucho, para atraerlos, es el glamour y la excitación que ellos perciben en grupos del tipo de Al-Qaeda”.
Horgan considera importante reconocer que, tras las grandes “razones sociales, políticas y religiosas que las personas presentan para unirse al terrorismo”, como, por ejemplo, la ocupación de un país por otro país, los ataques de drones que matan inocentes y limitan las actividades diarias, la percepción de que su cultura está siendo aniquilada, “también hay una gran cantidad de razones menores, como fantasías personales, la búsqueda de aventura, de camaradería, de sentido de la vida, de identidad”, y esas “razones pueden tener un gran poder de atracción, especialmente para personas que creen que no sucede nada en su vida”.
En la segunda edición de su libro La psicología del terrorismo, Horgan cita un estudio de 2013, publicado por Dyer y Simcox y basado en entrevistas con 171 miembros de Al-Qaeda. El estudio distingue cinco categorías de motivos que llevan a las personas a implicarse en el terrorismo.
Sin embargo, la búsqueda de “causas de raíz”, alega Horgan, es mucho menos útil para la investigación sobre el terrorismo que el análisis de los caminos y de las “rutas” concretas que llevan al terrorismo: cómo los individuos son reclutados o se unen a un grupo, cómo son entrenados, cómo lidian con los problemas logísticos de encontrar una
“casa segura”, recibir dinero, armas y suplementos para bombas, cómo y dónde aprenden a tirar con armas automáticas, cómo consiguen vehículos y cómo pasan de posiciones periféricas a ejecutores directos de actos de violencia.
En suma, Horgan cree que el contraterrorismo puede contar con informaciones de mejor calidad y utilidad si los investigadores estudiaran el terrorismo como algo que los terroristas hacen y no como algo ligado a lo que los terroristas son.
¿Por qué las últimas décadas de combate al terrorismo no han acabado con la escalada y con la brutalidad de los atentados terroristas?
Puedo sugerir una serie de razones. Los líderes políticos y militares se vieron obligados a aprender en la práctica lo que podían aprender sobre la guerra asimétrica; por eso, como muchos analistas observan, Occidente parece estar siempre luchando la “batalla anterior” y no la próxima.
Por eso somos sometidos a controles intrusivos en los aeropuertos, que, entre otras prácticas controvertidas, revisan regularmente las manos de abuelos y abuelas para tener la certeza de que no hay vestigios de manosear bombas, o vigilan los interiores de los zapatos en busca de explosivos, líquidos inflamables, pistolas, navajas y estiletes.
Históricamente, la guerra implica a grandes ejércitos constituidos por personas que valoran la propia vida y la vida de sus compañeros.
En Occidente raramente encuentras combatientes que prefieren el martirio (suelen venir a nuestra mente sólo los pilotos kamikazes en Pearl Harbor).
Y tampoco descubrimos cómo evitar que esas personas adopten la mentalidad suicida a no ser matándolas primero, lo que no es una solución particularmente humana.
Para las naciones occidentales amenazadas por los terroristas, no es nada fácil saber quiénes son los buenos y quiénes son los malos. ¿Quién puede garantizar que una intervención militar dirigida a impedir la masacre de inocentes lo haga? La intervención en Siria, por ejemplo, acabó probablemente proporcionando recursos occidentales a los terroristas del Estado Islámico.
Algunos líderes políticos prefieren el diálogo y la conciliación, pero, al mismo tiempo, apoyan a los terroristas mediante el pago de millones de dólares para rescatar víctimas de secuestros.
Otros líderes optan por la acción militar y efectivamente derrotan a un grupo, pero esa derrota se puede transformar en herramienta de reclutamiento de muchas otras personas para los grupos terroristas.
Hay países fuera de Oriente Medio y del Norte de África que apoyan a los terroristas de Oriente Medio proporcionándoles armas y ayuda financiera a cambio de petróleo y / o ventajas estratégicas sobre Occidente.
Respecto a los terroristas capturados, ¿será posible “sacarlos” del extremismo mediante programas de “desradicalización”?
Esta cuestión será asunto de un próximo artículo: cómo lidiar con los terroristas después de identificarlos y capturarlos.