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¿Por qué la familia natural es mejor para los individuos y para la sociedad?

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Steven W. Mosher - publicado el 23/01/15

351 estudios de 13 países resaltan los beneficios de las familias formadas por un padre, una madre y los hijos

Es común oír decir: “muchos jóvenes, desgraciadamente, sucumbirán a los ídolos mundanos del placer, el dinero y el poder”; “ellos están muy enamorados de sí mismos y no saben involucrarse con otras personas. Ellos no se quieren casar o, cuando lo hacen, no quieren tener hijos”.

Bien, nosotros católicos, podemos decirles algunas cosas para que entiendan que las familias formadas de acuerdo al plan de Dios les van a dar toda la felicidad que están buscando.

Estamos totalmente comprometidos en promover el matrimonio sacramental y una sólida vida de familia. Y, como antropólogos, nosotros ya vimos en varias ocasiones que la verdad de las enseñanzas católicas pueden ser demostradas por estudios científicos. Ninguna sociedad en la historia humana ha sobrevivido sin matrimonios sólidos y sin una sólida y natural vida de familia. Ninguna.

Está claro que llegar hasta los jóvenes con este mensaje es un desafío tremendo. Es un desafío porque vivimos en una época en que muchas voces en la sociedad afirman que el matrimonio y la familia son meras convenciones, construcciones sociales que pueden ser reformuladas y reconstruidas de la manera que queramos. Estas voces proclaman que la única cosa que importa es que dos personas se amen, no viniendo al caso si ellas firman o dejan de firmar un acta matrimonial ni si ellas son o no personas de sexos diferentes.

Otras voces afirman que la familia natural es obsoleta, una cosa del pasado que debe ser relegada a los vertederos de la historia. Otras además dicen que existen nuevas estructuras familiares que son tan buenas o tal vez mejores que la familia natural. Muchos hablan de las ventajas de ser padres solteros, de vivir sólo junto a la novia o el novio, de divorciarse y volverse a casar las veces que se quiera. Muchos elogian los hogares en que solamente uno de los padres biológicos está presente, acompañado por la nueva pareja; o los hogares en que ninguno de los padres biológicos está presente; o incluso las “familias” constituidas por una única persona.

Una familia compuesta por un padre y una madre unidos en un compromiso matrimonial para toda la vida y que crían a sus hijos naturales y adoptados en conjunto es algo que algunos entienden como solamente una de las muchas opciones familiares y, tal vez, ni siquiera la mejor o la más común de todas las alternativas. La Iglesia, como bien sabemos, nos dice que todo niño merece tener a su padre y a su madre juntos, en una unión sacramental que dure toda la vida.

¿Y las ciencias sociales? ¿Qué nos dicen sobre este asunto que es, sin duda, el centro de los debates culturales del siglo XXI?

El sociólogo mexicano Fernando Pliego resolvió examinar una serie de estudios técnicos para intentar entender si las actuales estructuras múltiples de familia producen el mismo nivel de bienestar para sus miembros y para la sociedad. Reunió exhaustivos y confiables estudios sobre la composición familiar realizados en 13 países democráticos distribuidos por los cinco continentes.

Pliego encontró en todos los 351 estudios, todos basados en censos, investigaciones nacionales y estudios científicos de al menos 800 casos familiares para comparar las diferentes estructuras familiares. El material examinado por él contenía 3.318 análisis estadísticos de datos sobre la salud, la educación, la pobreza, el acceso a los servicios básicos, la violencia familiar, la violencia sexual, los índices de suicidio y de dependencia química, entre otros indicadores que comparaban la realidad encontrada en las varias estructuras familiares en cuestión.

Estos estudios, realizados en 13 países diferentes, de los cinco continentes, presentaron resultados que son sorprendentemente semejantes y coherentes entre sí. Casi todos los estudios demuestran que, cuando el padre y la madre viven juntos con sus hijos naturales y/o adoptados, los beneficios para la familia son notablemente superiores. Los miembros de esas familias tradicionales gozan de mejor salud física, sufren menos enfermedades mentales, tienen mayores ingresos y consiguen empleos más estables.

Esos padres y sus hijos tienen mejores condiciones de vivienda, disfrutan de relaciones más amorosas y más cooperativas y protagonizan menos casos de violencia física o sexual. Además de eso, cuando los lazos entre los padres y los hijos son más positivos, la incidencia en el uso de drogas, alcohol y tabaco es menor, los niños son más sociables y más cooperativos, cometen menos delitos y presentan un desempeño mejor en la escuela.

Pliego concluyó que la familia natural se muestra muy superior a las otras formas de organización familiar en términos de realización personal de sus miembros. De los 351 estudios que analizó, el 89,4% concluyó que las familias intactas producen un nivel más elevado de bienestar que los otros tipos de familia.

Sólo uno de cada diez estudios afirmaba que todas las estructuras familiares producen resultados semejantes. Y solamente una fracción insignificante de los estudios, menos de un 1%, concluyó que otras estructuras “familiares” producen un resultado general mejor que la familia natural. En el conjunto de los estudios analizados, por lo tanto, las ciencias sociales demostraron con claridad que la familia natural es superior a todas las otras formas de agrupación familiar.

Atención: no es el profesor Fernando Pliego quien saca estas conclusiones. Él solamente analizó y compiló los resultados de 351 estudios basados en miles de investigaciones oficiales hechas en 13 países de todos los continentes. Son las propias ciencias sociales quienes presentan estas conclusiones sobre la realidad de la vida familiar.

Cada gobierno tiene la obligación de trabajar en beneficio del bien común de sus ciudadanos y de promover su bienestar.

Por este motivo, los gobiernos cometen un grave error al pretender que todas las estructuras familiares son iguales.

Es evidente que los gobiernos tienen que prestar servicio a todos los ciudadanos, sin ninguna discriminación. Pero cuando el asunto en cuestión es la forma de educar a los jóvenes, de evitar los comportamientos antisociales, de combatir el crimen y promover el bienestar general de la población, los datos de la sociología apuntan con claridad a los gobiernos, como ayuda y apoyo científicamente basado, la necesidad de promover la familia natural. Hacer lo contrario es actuar contra los intereses de los ciudadanos e incentivar comportamientos que llevan a una infinidad de malos resultados.

Vemos en esto, una vez más, que la fe y la razón, cuando son bien entendidas, no pueden estar en conflicto. Lo que la Iglesia nos enseña como verdad está confirmado por las ciencias sociales: el ser humano fue creado para vivir y para amar en el seno de familias naturales e intactas, con un padre, una madre y sus hijos, biológicos o adoptados.

Cualquier otra situación artificial está en desacuerdo con nuestra propia naturaleza.

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