3 claves: la afirmación de los derechos, el proceso autocrítico y el camino del encuentro
La visita pastoral del Papa a Sri Lanka y Filipinas resultó un gran acontecimiento. Francisco se mostró como el gran pastor que es, por igual en un país donde la Iglesia sobrevive entre dificultades dando un recio testimonio, como en terreno amigable donde la fe se vive con intensidad, si bien con grandes carencias materiales.
El éxito conlleva el riesgo de embelesarnos con lo anecdótico, que hubo y muy bueno, desprendiendo su significado del conjunto. El viaje pontificio no fue un bella decoración, sino una gran provocación para la Iglesia y el mundo.
Quiero destacar un aspecto de la mayor importancia como es la estrategia de la Iglesia para combatir al terrorismo, del signo que sea.
Durante varios días el Papa dirigió una serie de mensajes, acompañados por su fuerte testimonio, que confirman y a la vez suman a lo que ya podemos identificar como la doctrina católica contra el terrorismo, subsidiaria de los grandes postulados y prácticas pastorales sobre el diálogo ecuménico, interreligioso e intercultural derivadas del Concilio Vaticano II, particularmente de la declaración Nostra Aetate que versa sobre el diálogo con las religiones no cristianas.
En esta línea podemos recordar momentos memorables de gran crecimiento como la serie de reuniones entre líderes religiosos en Asís, convocadas por Juan Pablo II y Benedicto XVI, el profético discurso del Papa Ratzinger en la Universidad de Ratisbona, a lo cual ahora se agrega el Papa Francisco con su dinamismo pastoral y diplomático (esta noble forma de la pastoral).
Los dichos y hechos de Francisco cobran especial relevancia en la temática por tres razones: los atentados en Francia; porque el terrorismo islamista se ceba con crueldad inaudita contra los cristianos en distintas partes del mundo y; porque en Europa occidental es previsible la radicalización de su acostumbrada sacrofobia, es decir, su casi obsesiva aversión a lo sagrado que se hace presente en todo el espectro político sin excepción, y que dispensan con distintos grados de violencia simbólica y actual contra judíos, cristianos y musulmanes.
Podemos dividir lo expresado por el Papa en tres aspectos que representan momentos de un mismo proceso: la afirmación de los derechos, el proceso autocrítico y el camino del encuentro.
La afirmación de los Derechos
La cultura del rechazo siempre implica violencia por quien la esgrime y puede provocar respuestas violentas por quien se ofende.
No es exclusiva de las religiones y también está muy presente en la razón secularizada occidental que excluye con desdén a las religiones.
Esta violencia encuentra su raíz en la incapacidad de reconocer a los otros “como hermanos en humanidad”, hasta reducirlos a objetos de burla o de muerte.
En la confrontación ninguno de los protagonistas pueden clamar inocencia. Uno provoca y otro responde acelerando la espiral de las agresiones.
Por lo anterior, el derecho a la libertad religiosa y de expresión son fundamentales y no deben ser lastimados por abuso o exclusión, ni plantearse como enfrentados. En una auténtica convivencia humana ambos deben ser respetados y tutelados.
Los límites sólo pueden provenir del respeto a la dignidad de cada persona y la búsqueda del bien común lo que, en buena interpretación, más que de un límite estamos hablando de la condición básica de su cumplimiento y desarrollo.
Por un lado, cada persona debe gozar del derecho a vivir su religión en libertad y en respeto a los demás. Un principio que conduce al encuentro y al diálogo, sin que nadie tenga que claudicar de su propia identidad.
Por lo mismo, no se puede ofender, hacer la guerra o matar en nombre de la religión y mucho menos en nombre de Dios
pues constituye una aberración y un sacrilegio.
Bien lo dijo el Papa: “Este fenómeno es consecuencia de la cultura del descarte aplicada a Dios […]; el fundamentalismo religioso, antes incluso de descartar a seres humanos perpetrando horrendas masacres, rechaza a Dios relegándolo a mero pretexto ideológico”.
Por otro lado, existen condiciones éticas necesarias para el correcto ejercicio de la libertad de expresión que, de no cumplirse, atentan contra la misma. En mor del bien común debe vincularse al respeto de la dignidad de cada persona. No se vale tirar la piedra y esconder la mano.
El bulling realizado mediante palabras o imágenes también es violencia sin importar quién o por qué lo esgrima. Si somos coherentes, debemos denunciar el abuso que humilla al prójimo tal y como lo hizo el Papa.
El proceso autocrítico
La violencia sólo se puede derrotar mediante un proceso de diálogo y encuentro entre las culturas y las religiones. Por lo mismo, es necesario, por no decir urgente, un difícil trabajo de autocrítica que hoy está lejos de ser una realidad.
El trabajo de autocrítica por parte de las religiones debe mostrar lo mejor de sus tradiciones orientadas a la justicia, la paz y la dignidad, condenando sin miramientos la violencia ejercida en nombre de Dios.
Un llamamiento que el Papa hizo explícito hasta convertirlo en un reto a los diferentes líderes musulmanes del mundo.
Poniendo el ejemplo, Francisco realizó una clara autocrítica al pasado de intolerancia de la misma Iglesia, pero también ponderó el camino realizado en torno y a partir del Concilio Vaticano II.
Un camino, es justo reconocerlo, que hoy le permite al Papa y a la Iglesia liderar los esfuerzos para el diálogo ecuménico e interreligioso, tendiendo también puentes entre el occidente secularizado y las demás culturas en el mundo.
En suma, se trata de remontar un pecado compartido, mediante la confesión autocrítica, para abrir las puertas a la redención.
La exigencia de autocrítica se extiende también a la racionalidad secularizada de Occidente y que el Papa llamó post-positivista refiriendo explícitamente el discurso de Benedicto XVI arriba señalado.
Se trata de una mentalidad que desprecia a las religiones por considerarlas una especie de mal habida subcultura en permanente guerra contra la razón la cual, en el mejor de los casos, podría ser tolerada en el estricto ámbito de la vida privada.
Una repulsa constante que lleva a la inteligencia occidental a mostrarse ciega y sorda haciendo imposible un encuentro, ya no digamos el diálogo, generando constante hostilidad contra las personas que profesan alguna religión y contra las religiones.
Occidente no ha realizado su autocrítica a la razón laicista y relativista, agravando su incapacidad para reconocer al otro-religioso como un ser humano importante y valioso.
Exigen de las religiones su rendición incondicional para someterse a su relativista conveniencia y su equívoco capricho, en contra del bien común y la misma democracia que dicen defender.
Esta actitud ya ha generado en el pasado persecuciones religiosas de gran crueldad, cuyas víctimas se cuentan en millones, principalmente contra cristianos.
Persecuciones que hoy han mutado a formas de baja intensidad mediante la descalificación, la exclusión, el desprecio, la intimidación, en donde la violencia abierta permanece agazapada y lista para brincar en cualquier momento.
Resulta imperioso que esta razón occidental desarrolle una auténtica autocrítica lo que, en mi opinión, se aprecia difícil. Los intentos de buscar un diálogo constructivo suelen perderse en los laberintos de su
arrogancia.
Sus políticos e intelectuales de diverso signo –no es monopolio de la izquierda- no se han dado cuenta de que están muy lejos de ser la última Coca-cola del desierto, que son una voz, tan sólo una más en el concierto de voces de la humanidad.
Sin embargo, por su enorme poder material y el dominio que ejercen sobre los organismos internacionales y medios de comunicación, se arrogan el derecho a pisotear a las demás culturas comportándose a través de una colonización ideológica, hecho denunciado con energía por el Papa Francisco.
El famoso relativismo lo que realmente significa es que las demás personas son relativas ante la absolutización del narcisismo de la razón occidental.
Sobre su base se ha desarrollado una cultura que, desde su aislamiento y soberbia, genera constante violencia de intensidad variable.
Una forma de ser que, en ocasiones, alcanza un refinado fanatismo que por ser “políticamente correcto” pocos se atreven a denunciar.
El camino del encuentro
La afirmación de los derechos y el arduo trabajo de autocrítica tienen sentido en razón de la formación de una cultura del encuentro que nazca del reconocimiento de nuestra común dignidad.
Para que sea eficaz así entre religiones, como entre diversas culturas, dijo el Papa, “debe basarse en una presentación completa y franca de nuestras respectivas convicciones [pues sólo así] seremos capaces de ver con más claridad lo que tenemos en común. Se abrirán nuevos caminos para el mutuo aprecio, la cooperación y, ciertamente, la amistad”.
Nadie tiene por qué renunciar a su identidad para vivir en armonía con sus hermanos.
Las duras palabras de Francisco son una denuncia y un llamado a la razón que, a su vez, confirman el camino recorrido por la Iglesia en las últimas décadas, el horizonte al que debemos encaminar nuestros esfuerzos cual católicos de a pie.
En aras de tender puentes, bien vale la pena recordar el apotegma de Benito Juárez, singular héroe del liberalismo mexicano, bien conocido a nivel internacional, que dice: “entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.
Un principio práctico y muy sabio de convivencia que Aristóteles llamó prudencia (frónesis). En verdad no tiene mayor misterio. Se trata de puro sentido común en su más humilde sencillez. No es casualidad, la humilde sencillez de un carpintero de Nazaret.