Los nuevos valores son producto del consumismo, del egocentrismo y sobre todo del relativismo. El relativismo contribuye a que no haya valores permanentes en Europa y que el laicismo sea la única “religión protegida”. Los valores europeos hoy son muy volátiles, cambian en cada generación y el único valor en alza es la libertad del “ego”, del “yo”, que consiste en un cultivo intensivo de egocentrismo en esta sociedad del consumo. Tan volátiles son estos valores que nadie sabe hoy a ciencia cierta qué es una familia, qué es una persona y mucho menos quién es Dios.
Vemos así que Europa ha perdido su propia identidad. Ninguna sociedad puede subsistir si no tiene valores permanentes arraigados en su historia y su cultura. Es la dictadura del relativismo. Esa no es la Europa que pensaron sus fundadores hace 70 años, sino la que han inventado los hijos y los nietos de ellos, los cuales –en no pocos casos- han hecho de la corrupción, de la trampa, de la mentira y de la ausencia de valores morales el medio para mantenerse en el poder, para medrar. Ese no es el ideal de Europa: lo han cambiado.