Compartir el sufrimiento cotidiano puede ser un instrumento eficaz para la unidadHemos empezado la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, este año con el lema “Jesús le dice: “Dame de beber“ (Jn 4,7), ¿podemos perseguir como objetivo la plena y visible unidad de la Iglesia? ¿Podríamos desistir de anhelar y de trabajar por la unidad, cuando es un mandato del Señor? ¿Es que Cristo está dividido?, como se preguntaba san Pablo. Tenemos que dejar interpelarnos por esta cuestión, y especialmente durante esta Semana de oración intensa de todos los cristianos.
Se cumplían hace poco los 50 años de la aprobación por los Padres Conciliares del Decreto sobre Ecumenismo del Vaticano II, que marcaba un hermoso camino de acercamiento, de conversión, de oración y de sentido de obediencia a Cristo, que no nos quiere divididos, sino que seamos uno como el Padre y Él son uno.
Con todo, las relaciones ecuménicas están pasando por cambios significativos –decía recientemente el Papa Francisco– ya que el hecho de profesar la fe en el contexto social y cultural actual de mayor frialdad hacia la fe, donde se hace menos referencia a Dios y a la dimensión trascendente de la vida, conlleva que “el testimonio de los cristianos se concentre en el centro de la fe y el anuncio del amor de Dios que se revela en Cristo”.
Y remarcaba que “la unidad de los cristianos surge directamente del mandamiento del amor que Jesús dejó a sus discípulos”.
Igualmente las persecuciones nos están uniendo, ya que por el hecho de confesar la fe en la Muerte y la Resurrección de Cristo, “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo”, somos perseguidos y llevados a la cruz, seamos de la confesión cristiana que seamos. En la muerte estamos unidos. Por eso hay que velar por que la unión llegue.
El Papa Francisco y el patriarca ortodoxo Bartolomé I de Constantinopla usaron una expresión muy bella en su Declaración conjunta del 30 de noviembre de 2014: “También hay un ecumenismo del sufrimiento. Así como la sangre de los mártires siempre ha sido la semilla de la fuerza y la fecundidad de la Iglesia, así también, compartir el sufrimiento cotidiano, puede ser un instrumento eficaz para la unidad”.
Valoremos, pues, la tarea espiritual, caritativa y martirial del ecumenismo que se realiza a partir de la fiel obediencia al Padre, cumpliendo la voluntad de Cristo, y bajo la guía del Espíritu Santo.
El ecumenismo es una vocación a la que todo cristiano está llamado por su bautismo, ya que por este sacramento, Dios infunde, con el don de la fe, el deseo de la unidad, puesto que todos los que han sido bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo y son uno con Él.
¿Vivimos lo suficiente este anhelo a nivel de todas las confesiones cristianas? ¿Nos damos cuenta de que necesitamos una gran conversión para que el amor y la unidad puedan renacer?
Es necesario que todos los cristianos conozcamos la historia del ecumenismo, la propia identidad católica y la de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, la hermosa historia de cada comunidad y los progresos realizados, los importantes documentos que han redactado las Comisiones mixtas que quizás son poco conocidos, y menos aún, suficientemente admitidos por las Iglesias a nivel de base, y no sólo por los pastores o los teólogos de las comunidades cristianas.
Probablemente la oración, la caridad y el martirio que muchas Iglesias hasta ahora separadas están viviendo en muchos lugares del mundo, darán un fruto muy grande de amor y de unidad, así como de testimonio extremo. Dios hará fructificar esta ejemplaridad de los mártires en bien de la unidad eclesial. Hemos de pedirlo este año, con fe y perseverancia.
Por monseñor Joan E. Vives, obispo de Urgel
Artículo publicado por la agencia SIC