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Mi tarde en la mezquita

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Miriam Díez Bosch - publicado el 18/01/15
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La diversidad religiosa es un reto, y no una amenaza
He pasado unas horas en la mezquita, descalza, como Dios manda. O como Alá manda, pero la idea de que hay varios dioses no me convence. He tomado té con menta con deliciosas pastas árabes recién hechos, he preguntado un poco y he escuchado mucho. Es probablemente la mezquita más grande de mi ciudad, Barcelona. Está en unos bajos de un edificio singular, dentro del Centro Islámico Cultural Catalán. Me hablan en catalán y en castellano, oigo árabe entre ellos. Técnicamente es un oratorio, pues las mezquitas son edificios separados. 
 
Me ha sorprendido ver cómo acogen a cristianos sirios refugiados. Niños cristianos yendo a clases de árabe en el centro islámico. Mujeres pakistaníes, estas musulmanas, llevan a sus hijos a clases de repaso. El director del centro viene de Argel. Se llama Salim. Es un hombre afable y acogedor, con ganas de explicarse. 
 
He visto musulmanes de cerca en mi ciudad, y, lo más importante, se ha establecido un diálogo con vías de continuidad. Muchas veces con el Islam nos pasa que nos asusta, pero el Islam en sí, ¿qué es? Además, no se dialoga con el Islam. Se convive, en todo caso, con los musulmanes.
 
He escuchado el llamado a la oración y he visto unas pantallas muy modernas en las que se especifica la hora exacta de las cinco diarias para rezar, según el sol. En mi vida he tenido la suerte de convivir con gente muy distinta, también de religiones diferentes. Con algunos congenias por empatía, por similitudes, o por la fascinación de la alteridad.  
 
Con el Islam la conexión mental nos cuesta, no es automática, fácilmente digerible. Mientras yo estoy ahí, el Papa dice que el Corán es un libro de paz. Paz o no paz, lo cierto es que para muchas personas, el Islam es percibido como un problema. 
 
Salim cita muchas veces el Corán. Y sonríe. No he contado científicamente cuantas veces ha mencionado a su familia, y a la familia en general, pero son muchas. 
 
Explica que en algunos pueblos musulmanes, cuando la muerte se acerca y se lleva a alguien, la familia del difunto no se tiene que preocupar de nada, durante días los vecinos lo hacen todo. Pienso automáticamente en nuestras grandes urbes, las metrópolis a las que aludían los 25 cardenales reunidos precisamente a pocos pasos de esta mezquita donde me encuentro. Esto es impensable. Ni nos enteramos de la muerte de los vecinos.

Mi tarde en la mezquita no ha robado ni un ápice de mi identidad católica. Me ha hecho más consciente de quién soy, y de la diversidad inmensa en la que estamos sumergidos. Y me cercioro de que la diversidad religiosa es un reto, y no una amenaza.

 

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