La historia de Abdul Karim, cómo llegó a España y cómo la Iglesia le acogió como una madre
Abdul Karim salió con 25 años de su Camerún natal. Después de un año entero de viaje atravesando desiertos y cruzando el mar, llegó a España. Gracias a un sacerdote jesuita que le acogió con amor de padre, Karim encontró la fe y pidió ser bautizado. «Cuando conocí la historia de Moisés, que cruzó el mar y el desierto en busca de la tierra prometida, me sentí muy cerca de él. Yo había hecho lo mismo. Así empezó mi conversión», explica. Su historia personal encarna a la perfección el Mensaje del Papa para la Jornada del Emigrante y del Refugiado, que se celebra el próximo domingo, bajo el lema Iglesia sin fronteras, madre de todos
Abdul Karim tenía 10 años cuando dejó la escuela y se marchó de casa. Su madre había fallecido cuatro años antes, y él no encajó bien con la nueva esposa de su padre. «Me fui de ciudad en ciudad, viviendo unos meses con parientes de mi padre, otros meses con la familia de mi madre, a veces en la calle… Era un buscavidas sin fe. Vivía al día, haciendo todo lo posible para poder comer», explica el joven, que ahora tiene 33 años y vive en España.
A los 25 años, un amigo suyo y él decidieron que ya era el momento de buscar un futuro mejor. «En nuestro país no había oportunidades para nosotros. Además, desde pequeño, mi sueño era viajar a España. El motivo es muy curioso: recuerdo haber visto en la televisión una serie en la que un hombre luchaba para que los esclavos tuvieran derechos. Ese hombre era español. Así fue como me enamoré de este país», recuerda. Salieron de Camerún con lo equivalente a 50 euros en el bolsillo, varios mapas escritos a mano y «mucho optimismo. Aunque íbamos avisados de que el camino era peligroso y la gente moría, decidimos intentarlo. Si moríamos, es que era nuestro momento de dejar este mundo. No teníamos miedo».
Empezaron cruzando Nigeria. Después llegaron a Níger. Luego a Argelia. Y finalmente, a Marruecos.
Una ruta en la que hay más de 5.000 kilómetros –desiertos incluidos– y que realizaron a pie la mayor parte del tiempo. «Llegábamos caminando hasta un pueblo, y buscábamos algo de trabajo, como picar piedra, pasear animales…, lo que hiciera falta. Así sacábamos algunas monedas para pagar un coche, comida o un lugar donde pernoctar. Y continuábamos hasta el pueblo siguiente». Una de esas noches, refugiados en un antiguo búnker, un compañero de viaje, que conocieron por el camino, amaneció muerto. «No sabemos por qué. Estaba bien de salud. Ese día me dio un bajón muy grande, y me arrepentí mucho de haberme embarcado en este viaje. Pero volver era peligroso también. Así que continué», afirma Abdul Karim.
Una de las etapas más duras fue atravesar el desierto de Níger. «La mafia nos engañó. Nos dijeron que conocían el camino hasta Argelia, y aceptamos ir con ellos, aunque subirnos a su camión de mercancías nos costó mucho dinero. Pero es que atravesar el desierto a pie es imposible…, así que pagamos. Y si dejas dinero a deber, te amenazan con matar a tu familia».
El engaño llegó cuando los dejaron en mitad del desierto con una consigna: «Detrás de esa montaña de arena está la frontera con Argelia. Era mentira. Nos dejaron en la mitad del desierto. Y si te equivocabas de camino –en el desierto es fácil desorientarse– morías. De hecho, había esqueletos por todas partes», explica. Si hoy están vivos, es gracias a un beduino que se cruzó con ellos. «Nos dio a beber un líquido que llevaba en un bidón. Todavía hoy no sabemos si era agua, o como nos dijeron después, orín de camello. Pero fuera lo que fuese, lo bebimos y nos dio fuerza».
Tardaron aún dos días, con sus dos noches, en llegar a Argelia. «Se nos cortó la piel por el viento del desierto, se nos abrieron los talones y se quedaron en carne viva…; llegamos destrozados, moribundos». Pero llegaron.