El encuentro con Jesús nos va cambiando y acaba convirtiéndonos en hombre nuevos, en testigos
El seguimiento comienza con una llamada, con una invitación a decidirse por vivir algo grande: «En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: – Éste es el Cordero de Dios. Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: – ¿Qué buscáis? Ellos le contestaron: – Rabí, ¿dónde vives? Él les dijo: – Venid y lo veréis».
Pienso en ese día. Todo lo que hoy se cuenta sucedió en un día. Hay días que pasan rápido, semanas, meses. Y otros que marcan una vida para siempre.
En el evangelio de Juan nos cuenta la llamada a los discípulos gradualmente y por su nombre. Con cada uno tiene una historia, una hora. Las cuatro de la tarde. La hora de sus vidas. La hora en que comienzan a seguirlo. Juan se fija en Jesús que pasa.
Me encanta esta expresión. Jesús pasa. Pasa por delante de mí cada día y no lo veo. Dejo que siga.
Juan Bautista lo mira. Sabe quién es. Lo ha conocido con el corazón. Es el Cordero. El cordero manso y humilde que se entrega por nosotros. Que llega sin hacer ruido. Sin que se note. Sin darse importancia. El cordero de Dios que se da. Es Él. Su Señor.
¡Cuánto tiempo esperando este momento! ¡Cuánto tiempo hablando de Él a sus discípulos! Los primeros discípulos oyen a Juan y sin dudarlo, siguen a Jesús. Se van detrás de Él para siempre. Por fidelidad a su maestro lo dejan. Se fían de Juan. Es bonito fiarse de alguien tanto como lo hacen ellos.
Hay personas de las que me fío ciegamente. Lo que me dicen es para mí la voz de Dios. Los discípulos no se lo plantean. No preguntan. No dudan. Juan lo dice y ellos siguen a Jesús. No importa hasta dónde.
Aún no se han enamorado de Jesús y ya lo siguen. Por el testimonio de Juan, creen. Así empieza la Iglesia. Por contagio. Por el amor de uno al otro.
Juan en su Evangelio nos cuenta que el seguimiento a Jesús comienza por un testimonio humano, no por una llamada directa de Jesús como en los evangelistas sinópticos. A veces hemos sentido la llamada directa de Jesús. Otras veces creo porque otro cree. Miro con sus ojos. Escucho con sus oídos. Veo luz en la vida de otro y quiero vivir como él.
Los discípulos de Juan siguen a Jesús y Juan no. Es su forma de amar particular. Es su forma de seguir a Jesús. Retirándose. Abajándose. Ocultándose. Inmolándose. Regalándole lo que más ama, que son sus discípulos.
¡Cuánto se amaban Jesús y Juan! Impresiona la mirada de Juan cuando Jesús pasa. Ve a Dios. ¡Qué mirada más pura! El desierto, la pobreza, la espera, el anhelo, prepararon su corazón, no sólo para predicar de Jesús, sino para saber verlo.
¡Cuántos fueron incapaces de ver a Jesús a pesar de sus milagros y de sus palabras! Y Juan ve sin necesidad de milagros. Sin intermediar palabras. Gracias a la mirada de Juan ese día en que Jesús pasa, los discípulos se van con Jesús.
Nunca hubo un discípulo de Jesús solo. De dos en dos se van adhiriendo a Él. Así es siempre en la Iglesia. Siempre fue comunidad. Así empezó la comunidad de los amigos de Jesús. Por el testimonio de uno el otro cree.
Los dos primeros discípulos creen por Juan. Pedro cree por Andrés. «Hemos encontrado al Mesías». Algo vio Pedro en Andrés y por eso creyó. Me conmueve. No necesitó ir a comprobarlo. Se puso en camino. Se fió de él. Por su hermano ya sabía que era verdad. Así siempre es en la Iglesia, desde el principio, uno ve a Jesús, se enamora, y lo cuenta a otro.
¿Qué deseamos en lo más profundo del alma? Miro el corazón, en lo más hondo. Jesús me mira. Mira a los que le siguen. Mira a los que desea que le sigan. « ¿Qué buscáis?». Ellos respondieron con una pregunta: « ¿Dónde vives?». Le buscaban a Él, querían estar con Él.