El pecado nos aleja de Dios y rompe el vínculo entre la tierra y el cielo, determinando así nuestra miseria y el fracaso de nuestras vidas. Los cielos abiertos indican que Dios ha donado su gracia para que la tierra dé sus frutos (cf. Sal 85,13). Así que la tierra se ha convertido en la morada de Dios entre los hombres, y cada uno de nosotros tiene la oportunidad de conocer al Hijo de Dios, experimentando todo el amor y la infinita misericordia.