Anécdotas sobre el nuevo cardenal de la Iglesia española
A Don Ricardo Blázquez no le va nada mi la purpura ni el boato. Las tiene alergia, como a todo trato especial por su dignidad episcopal o por sus cargos. Solo conoce la dignidad de los hijos de Dios, y le preocupa más cuidar de la de los demás que de la propia.
Volvíamos de la Jornada Mundial de la Juventud en Australia en el verano del 2008. Un viaje larguísimo. Yo era su compañero de vuelo. En la primera etapa, de Sídney a Singapur, pasamos la noche. Todos echábamos el asiento completamente hacía atrás. “Don Ricardo, recline al asiento, al hacerlo todos no molesta”. “¿Estás seguro?”, me dijo. “Bueno, por si acaso, yo me quedo así”. Y paso toda la noche, durmiendo como un niño, apoyado en la bandeja del respaldo del asiento de delante.
Tras una hora de repostar en el aeropuerto de Singapur volvimos al avión destino a Londres. Don Ricardo colocó con todo cuidado su chaqueta en el maletero. Un sacerdote, seguramente también procedente de Sídney, subió su maleta, y dejo echa una piltrafa la chaqueta de monseñor.
Al darme cuenta le increpé diciéndole que tuviera un poco de cuidado, y que era la chaqueta del presidente de la Conferencia Episcopal Española. Se excusó y la puso sobre tu maleta. Al sentarme don Ricardo me dijo: “muy mal, Manuel”, con una sonrisa. “¿Por qué don Ricardo?”. Y con tono desenfadado me contesto: “porque la chaqueta se arruga igual si es del Presidente de la Conferencia Episcopal que si es de cualquier otro”. “Oído cocina”, le contesté.
Siempre hace un silencio antes de hablar. Le gusta pensar sus respuestas, que son tan amables como contundentes. Al poco de ser elegido por primera vez presidente de la Conferencia Episcopal fue invitado a los desayunos del Foro Nueva Economía. Terminado el acto, lo encuentro en los lavabos del hotel Ritz y me pregunta: “Manuel, ¿como he estado, lo he hecho bien?”.
Quedé sorprendido. Le dije que muy bien y me comento: “No. Dime la verdad. Tengo poca experiencia en estos actos. ¿Algo que mejorar?” Le comenté alguna cosa, a sabiendas de que con su manera de ser nunca tendría problemas de comunicación, porque irradia sencillez y humildad auténticas por los cuatro costados.
También rebosa en él la ternura del Buen Pastor. Lo he podido comprobar personalmente, en situaciones eclesiales difíciles en las que yo mismo he agradecido sus palabras de ánimo y su cercanía paternal.
Lo mismo públicamente, como la entrevista por radio que les hicimos a él y a monseñor Mario Iceta, cuando éste fue consagrado obispo y nombrado auxiliar de Bilbao, siendo entonces don Ricardo su obispo titular. La acogida podría haber sido mejor. No hablamos de ello, pero todos lo sabíamos. Estábamos en directo.
Con sus manos le apretó el brazo a don Mario, y le dijo: “Como bien sabes en esta tierra hay días oscuros y lluviosos, como hoy, pero también sale el sol y la luz aclara las mentes y los corazones”. Tuvimos que ir a publicidad.
No podíamos hablar. Don Ricardo nos había hecho sollozar a todos, hasta al técnico. Este es don Ricardo, el nuevo cardenal español nombrado por el Papa Francisco. Tal para cual. No les va el boato. Si la ternura de Dios.