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¿Mi problema es de debilidad o de malicia? ¿Soy el bueno, el malo, o “estoy feo para la foto”?

Estatua interrogante

© Marco Bellucci

Javier Ordovás - publicado el 29/12/14

A veces utilizamos hasta nuestros defectos para "llamar la atención": nos asusta no sobresalir en algo

Frecuentemente nos preguntamos si una acción incorrecta la hemos realizado por debilidad o por malicia. No vale la pena complicarnos demasiado haciendo un análisis introspectivo que no nos dará una respuesta exacta. Basta con aceptar que hay una mezcla de los dos en nuestros errores: la debilidad se hace cómplice de la malicia.

Recordamos el reciente y ya clásico western “El bueno, el feo y el malo”, con la sencillez de sus personajes con perfiles de identidad muy definida. Todos preferimos identificarnos, en general, con el bueno o el malo pero, no nos gusta el papel del feo; sin embargo, la realidad es que no conseguimos salir de la mediocridad y, aunque nos cueste reconocerlo, “estamos feos pa la foto”.

Hay una malicia oculta, disfrazada, simulada o desconocida que es la de la simple comodidad y egoísmo casi infantil que nos acompaña hasta la tumba,

Y hay una malicia descarada y aceptada, que es la del presuntuoso que alardea de crueldad.

De la misma forma que nos asustamos cuando detectamos malos sentimientos en nuestro corazón, deberíamos alegrarnos cuando encontramos buenos y nobles  deseos aunque nos parezcan ingenuos y soñadores. Todo eso se encuentra en el fondo del corazón humano y va apareciendo en diferentes momentos.

Incluso somos capaces de pensar que no somos malos por falta de atrevimiento, de valentía, en lugar de aceptar que hay una semilla de buenos sentimientos dentro de nosotros.

Quisiéramos ser brillantes y destacar con nuestros valores, y hasta con nuestros defectos.

Ser uno más, del montón, ser un personaje gris, no tiene que humillarnos, no necesitamos llamar la atención, solamente necesitamos sabernos útiles y dejar un buen poso en las personas con las que nos rozamos en el corriente día a día.

Contentarnos con tener empatía y liderazgo en nuestro reducido entorno social más próximo. Abandonar el infantilismo de querer sobresalir, destacar,  en todas partes.

Conocer nuestra debilidad, nuestros puntos flacos, es una gran ventaja si somos capaces de identificar y definir nuestros puntos débiles..

Para ello, hay que ser drásticamente sincero con uno mismo, sin estar pendiente de lo que opinen los demás. Conocer la debilidad, los puntos débiles, detectarlos, no ignorarlos, aceptarlos, combatirlos.

Ponerse “cara a cara” con Dios es el  camino para el propio conocimiento; diálogo, oración con Dios Padre. Sabernos absolutamente conocidos por Dios nos da una profunda serenidad porque sabemos que  comprende nuestra persona entera, nuestras debilidades y buenos deseos e intenciones más recónditos; sabemos que Dios nos ve absolutamente, con plena claridad y con mirada de bondad paternal, nos mira limpiamente, sin recelo, sin envidia, con amor. Nos comprende mejor que nosotros mismos.

Aunque no seamos sinceros con los demás, el primer paso es serlo con uno mismo poniéndose frente a Dios, en conversación de hijo a Padre.

Esa sinceridad nos lleva a la autenticidad de aceptar que, normalmente,  no tenemos grandes defectos ni grandes virtudes, sino una suma de errores y aciertos menudos que empañan nuestra personalidad.

La gran ventaja de ese peso ligero de los errores es que el combatirlos está a la medida de nuestras posibilidades, con un pequeño esfuerzo pero mantenido y constante.

Combatir la debilidad fortaleciendo el carácter, mediante la repetición de actos (adquirir hábitos positivos), nos hace fuertes y evita que la malicia encuentre un cómplice débil por comodidad o cobardía.

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