La falsa Navidad no es la abundancia de regalos sino la ausencia de JesúsLa convicción que muchos, incluso entre los creyentes, se han hecho respecto a la Navidad es que lo que perturba un auténtico festejo natalicio son, sobretodo, el consumismo y la búsqueda de los regalos de estos días. Muchas personas piensan así pero –sea dicho respetuosamente– se equivocan.
No porque el consumismo, cuando es excesivo, no sea un problema, sino porque la falsa Navidad no es la abundancia de regalos sino la ausencia de Jesús; es tener una fiesta sin el festejado.
Y si por un lado es verdad que una atención desmesurada a los regalos puede distraer del sentido de la Navidad, por otro no es cierto que evitando darse regalos automáticamente se vuelva uno partícipe, como por magia, de la esencia de la Navidad.
En ese sentido, el gran Gilbert Keith Chesterton (1874 – 1936) se anticipa decenios sobre las polémicas del consumismo natalicio, observando:
“Hace poco leí la afirmación de una señora sobre el tema: dice que usted no “daba regalos” en el sentido ordinario, sensual y terrenal de la expresión; pero el Cristo mismo es un regalo de Navidad.
Una nota a favor de los regalos materiales fue derribada incluso antes de su nacimiento, con los primeros desplazamientos de los sabios de Oriente y la estrella: los Tres Reyes Magos llegaron Belén llevando oro, incienso y mirra. Si hubieran llevado sólo la Verdad, la Pureza y el Amor no hubieran habido ni el arte ni la civilización cristiana”.
Además de la historia de los Magos, parece que refuerza la tradición natalicia de los regalos, de las felicitaciones y la comida natalicia –en una época menos remota– el éxito de A Christmas Carol de Charles Dickens (1812-1870), cuento que fue publicado el 18 de diciembre de 1843 consiguiendo inmediatamente el éxito y vendiendo merecidamente 6.000 copias en sólo una semana.
Sin embargo, esto no dice nada de la peligrosidad del intercambio de regalos y el esfuerzo de quien, en Navidad, busca ser más bueno y generoso.
Claramente, el compromiso no debería ser limitado a la segunda parte del mes de diciembre y durar todo el año; pero esto depende de la capacidad de custodiar la verdad de la Navidad, ciertamente no por abstenerse de dar regalos por temor a contaminarla.