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¿Qué dicen la historia y la teología de la Navidad y sus símbolos?

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Jorge Luis Zarazúa - publicado el 24/12/14

Lo que los historiadores, Padres de la Iglesia, santos y teólogos nos enseñan del nacimiento de Jesús y su celebración

Los cristianos no creemos simplemente en una doctrina, por hermosa que sea, ni nos definimos por un cierto número de mandamientos que debemos cumplir.

Somos ante todo seguidores de una Persona viva, que le da sentido a nuestra vida: Jesucristo.

Por eso la Navidad es una ocasión para reforzar nuestra comunión con Él. Para renovar nuestra fe y nuestro ardor hacia Aquel que por amor a nosotros se hizo Hombre.

Es un tiempo importante para todo católico que vive en la esperanza del nacimiento del Hijo de Dios en Belén y en nuestra vida. La fiesta de Navidad invita a reflexionar sobre el amor de Dios que viene a los hombres.

Navidad

Aparece por primera vez en Roma en el documento llamado Cronógrafo filocalianodatado en el año 336.

Tratándose de un calendario litúrgico, parece cierto que la indicación no sea una simple muestra histórica sino el dato de una fiesta en cuanto se considera que las demás fiestas parten del 25 de diciembre.

Fuera de Roma, en Africa, el nacimiento es atestiguado ya por Optato Milevo (el año 360) festejando también la adoración de los magos con la fiesta del 25 de diciembre.

En Oriente la fiesta del nacimiento comienza a aparecer al final del siglo IV. En el 381 Gregorio Nacianzeno la introduce en Constantinopla (In sancta Lumina, PG 36,349).

El nacimiento

San Francisco de Asís tenía una particular devoción y un entrañable afecto por la fiesta de la Nochebuena, en la cual veía reflejadas las virtudes que más apreciaba: bondad, pobreza, humildad, mansedumbre.

La visita que hizo a Belén, acrecentó en él estos sentimientos.

En el año 1223, frente a la ciudad de Greccio, en Italia, celebró por primera vez la representación plástica de un nacimiento viviente: instaló un pesebre, aprovechando una gruta natural en las cercanías de Greccio; en el centro de la gruta, colocó una imagen del Niño Jesús sobre el pesebre de paja y heno que Él mismo preparó; luego acercó al pesebre un asno y un buey, para darle más realismo a la escena.

Se trataba de reproducir, con la mayor fidelidad posible, el ambiente en que Cristo vino al mundo.

Los sencillos aldeanos y pobladores de la localidad: pastores, campesinos y pequeños comerciantes, fueron invitados a contemplar la escena. Al oscurecer, acudieron llevando velas y antorchas encendidas.

La noche se trasformó en un cintilante mar de luces. Los pinos y abetos adquirían tonalidades misteriosas y la población de Greccio parecía un nuevo Belén.

Ante la gente extasiada, san Francisco predicó:

Dios vendrá esta noche y la casa de llenará de perfume de violetas y amapolas. Dios vendrá esta noche y herirá con un rayo de luz las oscuridades ocultas y mostrará su rostro a todas las gentes: Dios vendrá esta noche, arrancará las raíces del egoísmos y las sepultará en las profundidades del mar. Dios vendrá esta noche y nos señalará sus caminos y avanzaremos sobre sus sendas vendrá con la bandera de la paz y nos infundirá vida eterna“.

Después frente a la gruta, celebró una misa. Fue una noche de Navidad excepcional. La idea, que era una catequesis, gustó mucho.

Los hijos espirituales de san Francisco se convirtieron en los primeros propagadores del “nacimiento”, que a finales de la Edad Media se había extendido por toda Europa.

Con el tiempo, la piedad popular o la imaginación fueron añadiendo detalles para contemplar el escenario.

Se añadieron, por supuesto, las figuras indispensables de María y de José: y para realizar la escena del nacimiento fueron colocados, a manera de marco, otras figuras o escenas, algunas inspiradas en la Biblia y otras en la devoción de la gente.

Así, se agregó la escena del paraíso terrenal que nos recuerda la desobediencia de los primeros padres y la promesa de un redentor, la aparición del ángel a los pastores, la cabalgata de los reyes magos venidos de Oriente, el ermitaño que es tentado por el diablo, los corderitos, etc.

Un discurso tenido el 20 de diciembre por san Juan Crisóstomo, en ese tiempo sacerdote de Antioquía nos informa que la primera vez en el año 386 se celebraba el nacimiento en aquella ciudad el 25 de diciembre como fiesta distinta de Epifanía (del 6 de enero) que era una fiesta venida de Roma.

¿Pero realmente el nacimiento de Cristo fue el 25 de diciembre?

Según la tradición que encontramos en el tratado de Solstitiis et aequinoc tiis (siglo IV) Jesús será concebido en el mismo día y mes en que será muerto, o sea, el 25 de marzo, por lo tanto el nacimiento caería el 25 de diciembre.

Mas esta tradición parece que no está en el origen de la fiesta y más bien sería una tentativa de explicación sobre una base de misticismo astrológico muy en boga en ese tiempo.

Otra explicación que históricamente parece más probable es la que ve en la fiesta del nacimiento una acción de la iglesia romana para suplantar, cristianizando, la fiesta del nuevo sol, o sea, el Natalis Inventi, como se decía entonces.

El culto al sol estaba en gran auge por el mitracismo y fue una última gran ofensiva contra el cristianismo precisamente en el siglo IV.

Así fue un gran honor para los emperadores del siglo tercero, entre ellos Aureliano, quien erigió un gran templo en honor al sol en Roma en el campo Marcio, teniendo como símbolo el sol, por la gran ofensiva continuada bajo Juliano el apóstata (335).

La fiesta por excelencia por el sol fue así el solsticio de invierno en cuanto representaba la anual victoria del sol sobre las tinieblas y caían el 25 de diciembre.

El cronógrafo (el año 354) señala el nacimiento de Cristo el 25 de diciembre en el mismo día que el calendario civil señala Natalis Invicti.

Inspirada por las escrituras y por las circunstancias ambientales, la simbología de la luz del sol como referencia a Cristo fue muy desarrollada y consagrada por los cristianos.

Podemos citar algunos textos bíblicos como el salmo 19, 6 “Allí levantó una tienda para el sol”, “resurgirá para nosotros el sol de justicia” (Mal 4,2). (Cfr. Lc 1,78).

Vendrá a visitarnos el sol, símbolo de Cristo y el uso mismo de rezar vueltos hacia el oriente estaba difundido entre los cristianos, en el momento que se celebra el nacimiento astronómico del sol, en presentar también el verdadero Sol-Cristo.

San Jerónimo, queriendo explicar que el nacimiento de Cristo debe ser celebrado el 25 de diciembre, dice: “Hasta aquel día (25 de diciembre) crecen las tinieblas y desde aquel día disminuye el error y viene la verdad. Hoy nace nuestro sol de justicia” (sermo in Anecd. Mared 111 2, 297).

Y san Máximo de Turín (mitad del siglo IV) afirma: “En cierto sentido tiene razón este día el nacimiento de Cristo vulgarmente dicho el nuevo sol, Con gusto aceptamos este modo de hablar por que con el nacimiento del Salvador resplandece no sólo la salvación del género humano, si no también la luz del sol” (sermo 2 PL. 57,537)”. (García Ibarra, José de Jesús, Para vivir la liturgia, Publicaciones Paulinas, S.A., México, 1987, p. 72-73).

A México llegó esta piadosa costumbre en 1523, cuando vinieron tres misioneros franciscanos: los frailes Pedro de Gante, Juan de Tecto y Juan de Agora. Se sabe que la primera ocasión en que la Navidad se celebró de esta manera en México fue en el año 1528, en el patio del convento de San Francisco.

El asno y el buey

“El asno y el buey que tradicionalmente se ponen en las representaciones de nuestros “nacimientos”, aparecen más tarde, debido a un evangelio “apócrifo” (escritos judíos de los primeros siglos del cristianismo que nunca pertenecieron a la Biblia, pero que sirvieron para edificar o consolar a los lectores, aunque a veces propagaron doctrinas erróneas).

El apócrifo de san Mateo pone a ambos animalitos junto al pesebre, inspirado quizás por las palabras de Isaías: “El buey conoce a su dueño y el asno, el pesebre de su Señor; pero Israel no conoce, mi pueblo no comprende” (Is 1,3).

Siglos después, en el nacimiento “viviente” que inventa el candor de San Francisco, no faltan tampoco el buey ni el asno.

San Ignacio de Loyola, en su meditación sobre la Natividad, pinta a nuestra Señora camino de Nazaret a Belén, montada en un asno, y san José conduciendo un buey con el cual pagaría, a su llegada a Belén,

El tributo impuesto a todo el pueblo por el Edicto del Cesar, y san Vicente de Lerín dice que le buey era para venderlo en Belén, donde había una feria, y pagar con su producto los gastos del viaje”.

La estrella

“La estrella de Belén parece reproducir un vaticinio del Libro de los Números: “Veo algo en el futuro es una estrella que sale de Jacob” (Núm. 24, 17).

Mientras algunos eruditos pretenden explicar el fenómeno de la estrella como una triple conjunción de los planetas Júpiter y Saturno en el signo de Piscis del zodiaco y otros con la aparición del comenta Halley u otro similar, los historiadores de las religiones proponen el simbolismo religioso del astro como una explicación normal.

La luminosidad de la estrella indica el mensaje, gloria, santidad, pertenencia al mundo divino de la persona a la que señala; su aparición nocturna puede aludir a un misterio y a la invitación para contemplar una manifestación divina; su coincidencia con un nacimiento indicaría un presagio favorable y un señalamiento del la actividad futura de un neonato; su presencia evocaría simplemente un acontecimiento de naturaleza celeste y un asomarse de la Providencia divina sobre el mundo sumido en la oscuridad o también señalará visiblemente el “Gloria a Dios en las alturas” (Lc 2,14) (Parra Sánchez A, o. c.)

Todos somos invitados y llamados por Dios a recorrer un largo y aventurado camino. Nosotros no seguimos la luz de una estrella si no la luz más firme y segura: la luz de nuestra fe.

La estrella que guió a los magos, es un signo muy claro de que Jesús está aquí, por que Jesús es el que guía.

El Arbol de Navidad

“El árbol de Navidad es una costumbre originada en los países Nórdicos europeos. Cuenta la tradición que, cuando iban cada 24 de diciembre a la Celebración Eucarística de media noche (Misa de gallo), los peregrinos de aquellas regiones llevaban velas para iluminar su camino de la casa a la iglesia, mientras transitaban por las montañas y valles nevados.

Con el tiempo, las velas se colocaron directamente sobre los árboles, Y después, los árboles les parecieron tan hermosos revestidos de luces, que comenzaron a llevarlos al interior de sus hogares en donde poco a poco los fueron adornando.

Así el árbol de Navidad es, un su origen un símbolo cristiano de Nochebuena. Después de la llegada de los europeos a América, esta costumbre fue traída a nuestro continente por los colonizadores de los países nórdicos que se establecieron principalmente en Norteamérica.

Como éstos en su mayoría, habían abrazado la reforma protestante, el árbol de Navidad se coloreó un poco de ese tinte y vino a ser un símbolo navideño protestante, en oposición al “nacimiento” que se conservó principalmente en los países de tradición católica, y se conservó, por representar imágenes, un símbolo netamente católico.

Con los adelantos modernos, el árbol de Navidad ha adquirido una difusión impresionante y un aspecto espléndido. Su ornato, gracias a lo tecnología más avanzada se ha hecho cada vez más complicado y deslumbrante, hasta llegar a colgar de sus ramas prácticamente todo tipo de objetos.

La sociedad de consumo le ha convertido en un símbolo de la temporada decembrina o de fin de año aun para los hogares, comercios o empresas que no se inspiran en la fiesta cristiana de Navidad.

Sin embargo, puede muy bien enriquecerse su simbolismo, acercándolo a la realidad de su origen.

Significa el árbol de la vida, como don de Dios: las esferas, luces, etc., que cuelgan de sus ramas, vendrían a ser los frutos que Dios concede al hombre realizar como frutos de vida, cuando el ser humano sabe usar bien los dones, talentos y recursos que Dios le da.

Nuestra vida podría verse magníficamente adornada con las gracias de dios, como nos gusta contemplar el árbol de Navidad.

Son pocos, si embargo, los que hoy conocen esté simbolismo, y además, por los intereses comerciales que han impuesto esta costumbre, resulta caso imposible reconocer en nuestros “árboles de Navidad” su significado original (Parra Sánchez, o.c. 24).

Las escarchas

Simbolizan el sufrimiento para los que no tiene a la familia en ese tiempo y nos hace ver a nosotros los cristianos en los demás, el frío y la pobreza de muchos.

Las esferas

Significan la ilusión, la alegría y el esfuerzo para cada uno de nosotros, ¿qué vamos hacer para hacer felices a nuestros hermanos?

Los regalos

“Se ha aludido a los dones traídos por los astrólogos o magos orientales (oro, incienso y mirra), como participación de los extranjeros a la honra del Mesías”. (Parra Sánchez, o. c. p. 25).

Para nosotros, son símbolos del regalos que Nuestro Padre Dios nos dió. ¿Quién es nuestro Verdadero Regalo? Es Jesús (Jn 3,16).

Son expresión de amor y gratitud. Es dar sin recibir.

La serie de luces

La serie de luces es símbolo de los buenos deseos para los amigos y familiares, y de los mensajes que nos de en este tiempo el Señor Jesús.

Los Reyes Magos

“El evangelio de Mateo menciona la visita de unos astrólogos orientales a Jesús, pero sin afirmar que sean reyes, que sean tres ni que se llamen Melchor, Gaspar, y Baltasar, como los conoce la tradición popular.”

El texto evangélico ha ensamblado en una pieza original diversos pasajes del Antiguo Testamento, dándoles un carácter profético.

Primeramente estos magos de Oriente: punto cardinal que evoca el origen de la luz, de la verdad y de la sabiduría. El Oriente es, así mismo, alusión a la espiritualización y a la vida mística en oposición al materialismo y a la vida agitada, simbolizada por el Oeste, Poniente u Occidente.

Los magos llegan a Belén, no por noticia o comunicación, si no por indagación esotérica y astral: “hemos visto su estrella en Oriente” o “hemos visto salir su estrella” (según Mateo 2,12).

En segundo término, los magos orientales con sus ricas ofrendas parecen responder a un pasaje del salmo 72: “Que los reyes de Tarsis y de las Islas le paguen tributos y se postren ante “él todos los reyes”. Las mismas ofrendas aparecen en otro pasaje del profeta Isaías: “la riqueza de los pueblos vendrán a ti, vendrán trayendo oro e incienso” (Is 60, 5-6).

En tercer lugar, las tradiciones de reyes de diferentes razas, procedencias y nombres son frutos de acomodaciones apócrifas de los siglos IV y V y del arte pictórico contemporáneo y posterior a esas fechas.

Por último, la presencia de personajes extranjeros tiene una finalidad didáctica: el extranjero no es sólo un desconocido, personaje misterioso que causas distancia, reserva y hostilidad; no es tampoco el enemigo amenazante ni una peligrosa encarnación demoníaca, de acuerdo a la mentalidad antigua.

Él es en cambio, el huésped, el mensajero de otro mundo, el sabio de un “más allá” remoto y un “enviado” de la Divinidad. Es alguien que arriesga la vida al ponerse en camino y alguien que pone en crisis los valores del hombre estático y tranquilo; es, también una persona con poderes carismáticos que revela lo olvidado o lo desconocido y también “alguien” que deja su seguridad para convertirse en misionero.

La presencia de estos “paganos” piadosos es un alerta para la fe de los creyentes: en su sencillez, ellos están más dispuestos a aceptar la revelación de dios en un niño recién nacido que los barbudos y sombríos especialistas en religión, manipuladores de una realidad santa de la que desconocen su dinamismo y alcance verdaderos”.

“Los magos venidos de Oriente (según el Evangelio de Mateo 2,2-12), que bien pudieran ser astrólogos, sacerdotes persas o propagandistas religiosos, han sido embellecidos por la tradición cristiana posterior.

Se habla de tres (la tradición antigua decía que eran siete); de les dan características regias; y se les llama Melchor, Gaspar y Baltazar.

A Melchor (Melkías, Melco o Melcón) suele representársele como rey de Arabia, de tez morena, cabalgando un camello o dromedario y con el regalo de oro. Una tradición de Colonia, Alemania suponía que sus restos habrían sido traslados desde Oriente a Constantinopla por Santa Elena; de ahí habrían pasado a Milán por mediación de San Eustorgio; y de esta localidad habrían ido a para finalmente a Colonia, llevados por el emperador Enrique.

Gaspar (Gathaspa, probables derivaciones del antiguo persa Windahwarena: que tiene esplendor en sí), aparece en la iconografía como un adulto barbado, tez blanca, originario de la India, montado en un elefante y con el regalo de mirra.

Baltasar (Bithisares, Budizar o Fadizarda), anciano, de tez olivácea, originario de Persia, suele aparecer montado en un caballo y llevando un sus manos el regalo del incienso” (Parra Sánchez o. c. p. 20-21. 36).

Significado de los dones

Oro:

“Valor económico, simbolismo: es poder, propio de un Rey; significa también lo puro. Lo purificado, lo de calidad; simboliza lo autentico. Entre las virtudes, el oro es la caridad, que es la mayor entre las virtudes.

Mirra:

Sustancia resinosa, con propiedades curativas y sobre todo desinfectante, anticorrosivas de manera que preserva de la corrupción; por ello se usó para embalsamar cadáveres; es muy amarga Jesús es hombre y ha de sufrir la amargura, ha de morir, pero su cuerpo es incorruptible; por ese la mirra en este caso tiene un profundo significado.

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