Estamos a pocas horas de celebrar el nacimiento de Cristo en un sencillo y pobre establo de un pueblo perdido de la Judea del siglo I. Lo que resalta de todo lo que nos cuenta el evangelio es la humildad:
María, José, los pastores, los sabios de Oriente y Cristo mismo, aceptan la Voluntad de Dios. En contraste está el mundo, que asiste a los acontecimientos ajeno y desinteresado. Incluso Herodes, sólo ve en el posible nacimiento un peligro a su poder.
Pero se resistieron a aceptar la humildad de Cristo, que es la nave para arribar a eso mismo que de lejos vislumbraron #SanAgustin (Tratado sobre el Evangelio de San Juan 2,4).
En nuestro mundo actual las cosas funcionan igual. Andamos cada cual a lo nuestro, desdeñando la Voluntad de Dios. Queremos la felicidad egoísta a la que es imposible acceder. Desdeñamos la felicidad verdadera, con conlleva abajarse y seguir el camino marcado para nosotros por Dios. Tal como indica San Agustín, Cristo es la nave que nos lleva a la felicidad. ¿Cuál es el coste del pasaje? La humildad.
No es sencillo separar los preparativos de la Navidad social de la celebración de la Navidad cristiana. Ambas se han entremezclado de forma que no podemos diferenciarlas externamente. Nuestro desafío es diferenciarlas dentro de nosotros, dando valor a cada momento, según la Navidad que representa en nosotros. La Navidad interna, la Navidad de nuestro corazón, tiene con un pesebre vacío que espera recibir a Cristo. Pero ¿no esperamos recibir a Cristo en nosotros? Entonces es que la Navidad social ha vencido a la Navidad cristiana. Pasaremos indiferentes por delante del Portal de Belén. Indiferentes, tristes y sobre todo, vacíos de Cristo.