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¿Qué compensaciones te distraen a ti?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 19/12/14

Cuando nos dejamos llevar por ellas, decimos: no hay posada, no hay sitio para ti, para tus deseos, para tu vida que cambia la mía, y seguimos vacíos

El otro día vi una publicidad muy sugerente en un anuncio: «La Navidad nos desamuebla la cabeza. Nada mejor que el hogar para volvérnosla a amoblar».

En el anuncio unos niños escribían dos cartas. Una a los Reyes en la que pedían muchos deseos materiales: juguetes, maquinitas, ropa, etc. Luego les pedían que escribieran una segunda carta a sus padres. En esta carta escribían sus deseos más profundos, los más verdaderos, los que tienen que ver con la vida.

Ellos querían que sus padres tuvieran más tiempo para estar con ellos, jugaran con ellos por las tardes, viajaran menos, perdieran el tiempo a su lado. Al final les preguntan qué carta mandarían si sólo pudieran mandar una de ellas. Todos contestan que la segunda carta, la que iba dirigida a sus padres.

El anuncio es conmovedor. Es cierto. A veces le damos demasiada importancia a lo material. Vivimos pensando en lo que podemos comprar, en lo que nos hace falta. Si nos preguntan qué queremos de regalo podemos pensar una lista de posibles regalos.

Nos encanta que nos regalen cosas. Más aún nos gustan las sorpresas. Pero luego, si nos ponemos a pensar, las cosas más importantes no las pedimos. Si tuviéramos que escribirle una carta a alguna persona a la que queremos mucho, ¿qué le pediríamos? En esos casos no suele estar en juego el dinero, sino más bien el tiempo.

Queremos más tiempo con las personas a las que queremos. Y el tiempo es un bien escaso. O, mejor dicho, lo invertimos valorando las prioridades que tomamos en la vida. En realidad, lo que más valoramos es el amor. Que nos cuiden, que nos traten con delicadeza, que nos busquen, que nos necesiten.

El corazón nunca dice es bastante. Porque nuestro corazón sueña el infinito. Y nunca el amor humano nos basta. Necesitamos más, queremos más.

Pienso que estos días de Navidad son una oportunidad para amoblar bien nuestra cabeza. ¿Qué es lo que realmente nos importa? Jesús viene a cambiarnos la vida. Viene a quitarnos cosas, comodidades, satisfacciones, para lograr vaciarnos. Y así, una vez vacíos, estamos en disposición de acogerlo a Él.

Pero tenemos que reconocer que nuestra cabeza se desordena fácilmente. La envidia, el deseo de tener lo que muchos tienen, las comparaciones que tanto mal nos hacen, el querer tener más para ser más, los egoísmos, la avaricia, la codicia.

Decía el Padre José Kentenich: «Hay personas superficiales que buscan satisfacciones en compensaciones y abandonan al Señor. Estoy seco; me falta algo. ¿Qué es lo que me falta? Tal vez busco una satisfacción que compense ese sentimiento. No hay alegría en mí. El hecho es que estoy triste.

La mayoría no logra sobreponerse. Y cuando el Señor nos quiere, no suelta. Pero es verdad la frase que dijo San Agustín de sí mismo: – Temo que el Señor golpee a menudo y que yo cierre la puerta, o no la abra y me diga: – Tú ya no me importas. Entonces Él ya no viene con sus incitaciones; ya no trabaja conmigo»[1].

Nos desordenamos cuando nos dejamos llenar por esas pequeñas compensaciones que no nos llenan, que no sacian la sed más honda, que no responden al deseo verdadero que tiene el corazón. Cuando cerramos la puerta y no dejamos que entre.

No hay posada, decimos. No hay sitio para ti, para tus deseos, para tu vida que cambia la mía. Queremos que esta Navidad venga Él a poner orden, a vivir en mí, a traer su luz.


[1] J. Kentenich,
Terciado 1952

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