No estamos dispuestos a soltar un privilegio o a dimitir por nada del mundo del cargo que tenemos, aunque lo estemos haciendo mal
El problema de la búsqueda de la propia felicidad es que, por lo general, cuando tenemos algo, no queremos renunciar a ello.
El otro día, al pensar en la vida de Francisco Javier, recordaba una anécdota de su vida. En su viaje a las Indias, tuvo la posibilidad de disponer de un camarote cuidado para ir protegido hasta su destino. Eran viajes muy largos y difíciles.
Renunció a ello para ir con los más necesitados. Sabiendo que así ponía en peligro su salud, su propia vida, su misión. Pasó todo el viaje dando su vida.
¡Cuánto nos cuesta renunciar a las comodidades y privilegios! ¡Cuánto nos cuesta renunciar a la ganancia fácil! ¡Qué difícil no meter la mano en la bolsa y aprovecharnos de las ventajas de la vida!
Pasa delante de nosotros una oportunidad y no la desaprovechamos. Aunque no sea justo. Aunque otros tengan otras situaciones más difíciles. No lo pensamos. Y es que no es fácil renunciar.
Decía el Padre José Kentenich: “Cuanto más maduros seamos tanto más tenemos que eliminar la búsqueda consciente y directa de cobijamiento y descanso. Si buscamos a Dios desinteresadamente, el descanso, la felicidad y el cobijamiento surgirán espontáneamente”[2].
¡Cuántas personas se afanan obsesivamente por su descanso! No pretenden hacer felices a nadie, sólo quieren descansar y ser felices ellos. Y no entienden que la renuncia sea un camino de felicidad. Renunciar parece todo lo contrario.
A veces siento que yo caigo en lo mismo. Es una tentación constante. Perder la tensión y dejar de afanarme por dar la vida.
Pero, por lo general nos gustan los primeros puestos, nos gusta el descanso, nos gusta que nos respeten en nuestros tiempos, estar tranquilos.
No estamos dispuestos a dimitir por nada de este mundo del cargo que tenemos, aunque lo estemos haciendo mal. Aunque nuestra labor no sea justa ni honesta.
Nos aprovechamos a veces de los privilegios y no renunciamos a favor de otros. No queremos perder nuestro cobijamiento, nuestro descanso, nuestra vida fácil. Sentimos que tenemos derecho a todo. Y por eso no nos gusta dejar de estar bien.
La renuncia nos parece innecesaria. ¿Para qué? No vemos que la renuncia pueda tener algún valor. Pensamos: “Si no lo hago yo, otros lo harán y yo habré sido tonto por no aprovecharme”. Ese pensamiento surge con frecuencia en el corazón y nos acaba envenenando.
Podemos renunciar, es sano renunciar. ¿A qué estamos dispuestos a renunciar por amor a otros? El criterio siempre es el amor a Dios y a los hombres. ¿Qué privilegios tenemos y no valoramos? ¿En qué cosas puedo renunciar en este tiempo de Adviento?