Lo que más me agrada es cuando experimentas Su cercanía… sabes que es Él y está cerca, te inunda un amor inexplicable…
A veces, no sé por qué, me nace del alma una infinita ternura, es como si Dios se hiciera presente y me envolviera en su Amor. No siempre he comprendido del todo estos acontecimientos, sólo sé que me ocurren y me da por hacer cosas curiosas.
El otro día me paré frente a la ventana del trabajo y mirando una capilla lejana, le canté villancicos al buen Jesús. Lo imaginaba escondido en aquél sagrario, sin nadie que lo visitara. Quería tenerlo contento, hacerlo sonreír.
—Debo estar loco-, pensé, pero sentía que a Él le agradaba esto. Que lo recordaran, que pensaran en Su Amor.
—Tal vez los villancicos son una forma de oración—, me dije. Y continué cantando, diciéndole que lo quería.
Otro día recordé que estando tan cerca, poco lo visitaba. Por eso a ratos, cerraba los ojos y con mi mente me trasladaba al oratorio y le hacía compañía.
Es tan grato estar en Su presencia…
Cuando pienso en Jesús, me da por hacer cosas. Hoy por ejemplo, me he quedado despierto hasta media noche, para escribirte. Y contarte mis vivencias. A esta hora todos duermen en casa y puedo pensar, rezar, reflexionar… Hasta me da por cambiarle el nombre, lo llamo “Ternura” −vaya ocurrencia la mía−.
Lo que más me agrada es cuando experimentas Su cercanía… sabes que es Él y está cerca. Te inunda un amor inexplicable… Le queremos más que nunca y se lo decimos. Entonces me parece verlo sonreír de tanta alegría en aquel sagrario, y con tanto amor, que todo es luz, serenidad y paz.
Y es cuando escuchas en el alma sus dulces palabras:
—Yo también te quiero.